Ya se sabe que los españoles somos un desastre a la hora de apreciar lo que hacemos bien como país. Y sí, practicar la autocrítica es algo muy sano y evita el atocinamiento intelectual del nacionalismo exacerbado, pero es que lo nuestro es una insatisfacción vitriólica y extrema que se parece demasiado a la falta de autoestima. Los conocidos versos del poeta catalán Joaquín Bartrina (1850-1880) lo dejan claro: “Oyendo hablar a un hombre, fácil es / saber dónde vio la luz del sol. / Si alaba Inglaterra, será inglés. / Si os habla mal de Prusia, es un francés / y si habla mal de España… es español”.
Pues bien, yo hoy voy a hablar de algo nuestro estupendo: de la próxima inauguración, este verano, de un descomunal centro de arte, uno de los proyectos museísticos más importantes de la Unión Europea en las últimas décadas: la Galería de las Colecciones Reales. El edificio que la alberga está en Madrid, enfrente del Palacio Real, y abarca 40.000 metros cuadrados (la de El Escorial tiene 33.000). Y lo más alucinante es que esa enormidad ha llamado muy poco la atención: casi se diría que es un museo secreto. Se empezó a construir en 2006 y se terminó en 2015, y está tan bien hecho que desde fuera pasa inadvertido. Pero el interior te deja sin aliento: es un inmueble de líneas puras que juega con los volúmenes, los espacios profundos, los grandes ventanales que te inundan de luz mientras vas descendiendo por medio de una rampa. En sus ocho niveles hay un auditorio, tres plantas de exposiciones y un espacio de almacenaje con la tecnología más avanzada. Durante las obras quedó al descubierto la antigua muralla árabe, integrada ahora en una sala. Este bellísimo e impactante edificio de Luis Mansilla y Emilio Tuñón ha recibido ya 10 importantes premios de arquitectura.
Pero lo más sustancial es lo que alberga: las colecciones de los reyes de España de los últimos cinco siglos. Que tenían de todo: jarrones chinos, autómatas, relojes, muebles increíbles, multitud de obras de los más grandes artistas (Goya, Caravaggio, El Bosco, Durero, Tiziano, Tintoretto…), la colección de tapices más importante del mundo y una de las mejores colecciones de carruajes de Europa. Todo esto lo gestiona Patrimonio Nacional, así como los Reales Sitios (Aranjuez, La Granja, El Escorial, El Pardo) y diversos monasterios y conventos. Son unos fondos ingentes que irán rotando y exponiéndose temporalmente en el museo. Algunas piezas no se han visto jamás, como las cuatro gigantescas columnas salomónicas que ahora te reciben en la primera sala: son azules y llevan una intrincada decoración de vides doradas, y antes estaban pintadas de un horrendo marrón y arrumbadas en un sótano.
He tenido la suerte de visitar el museo mientras lo están montando, con las inmensas salas medio vacías y algunas de las 650 piezas que conformarán la galería todavía cubiertas por papeles protectores, como fantasmas a punto de materializarse. Otras ya son visibles: una bellísima talla barroca de Luisa Roldán, la primera escultora de la historia de España, un asombroso trineo con forma de dragón, regalo de un zar, o un inmenso cuadro de Velázquez en el que solo hay un caballo, uno de sus rollizos animales de lustrosas ancas, que el pintor pudo tener preparado para añadirle un jinete si le pedían con prisas un retrato (fascina imaginar al gran Velázquez como un pobre empleado al servicio de las urgencias de la corte).
Todo empezó en 1932, cuando el paupérrimo Estado republicano se incautó de las propiedades reales y, en vez de vender los bienes, creó el Patrimonio de la República, que después pasó a llamarse Patrimonio Nacional y que fue cuidado con mayor o menor acierto pero con ahínco durante décadas, hasta que en 1998 se aprobó la construcción de la galería, y después se hizo el edificio, y desde 2015 que acabó la obra hasta hoy se fueron restaurando amorosamente 400 obras, y por fin la actual presidenta de Patrimonio, Ana de la Cueva, formidable gestora, ha conseguido los fondos necesarios para darle al proyecto el último empujón. Quiero decir que es una obra transgeneracional y colectiva que ha pasado por las manos de diversos gobiernos. Y es que la única instrucción para lograr un museo tan magnífico como éste es la voluntad de remar juntos y de trabajar por el bien común, para que ese caballo de Velázquez siga siendo tuyo y mío.
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