Si tú me dices “escarabajo que ataca los trigales, especialmente cuando los granos son tiernos”, yo te digo “zabro”. Lo digo ahora, claro, cuando ya no tiene mérito, Rafa Castaño lo respondió el jueves 16 de marzo en Pasapalabra y se embolsó 2.272.000 euros que una vez pagados los impuestos correspondientes quedarán en 1.200.000. El mordisco es sustancioso, pero lo afronta con elegancia: “todo aquello de lo que yo me beneficié, fundamentalmente educación y sanidad pública, también hay que pagarlo. Quien me lo pagó a mí, me benefició a mí y ahora yo lo pagaré para que otras personas se beneficien”. Unas palabras que contrastan con las pronunciadas hace unas semanas por Alejandro Nieto, vencedor de la última edición de Supervivientes, que ante una retención similar animó a sus seguidores a rebelarse: “Deberíamos levantarnos todos los españoles y decir: ¡Basta ya!”. Maneras de vivir.
El combate entre Rafa y Orestes se desarrolló durante 193 programas en Antena 3, pero no fue su único escenario. Como Feraud y D´Hubert, los duelistas de Joseph Conrad, sus lances han estado separados por el espacio y el tiempo. Ellos fueron los últimos concursantes del formato en Telecinco, aunque sus programas finales nunca se llegaron a emitir. Su rivalidad impregnada de camaradería y el altísimo nivel que exhibían les convirtió en un reclamo por sí mismos, no se veía Pasapalabra sino a Rafa y Orestes. Idéntico fenómeno provocó hace un par de primaveras Pablo Díaz, el violinista con aire de yerno perfecto que se mantuvo durante un año en el programa.
Hay muchos factores que influyen en el éxito de los concursos que requieren ciertos conocimientos y no basan su mecánica en la convivencia o, más bien, en la desavenencia. Tal vez el principal sea que constituyen un pequeño oasis en una televisión cada vez más polarizada, un espacio seguro en el que no hay ideología, ni crispación. También suma que su aceptación sea intergeneracional, lo que permite reunir a toda la familia frente al televisor, y su interactividad no requiera códigos QR, sólo implica gritarle a la pantalla con más o menos tino. Esa acogida es el motivo por el que ninguna cadena quiere quedarse sin su gallina de los huevos de oro. El cazador es una de las pocas alegrías de TVE mientras Telecinco se apoya en los novedosos 25 palabras y Reacción en cadena para intentar enderezar el rumbo. Las autonómicas no viven al margen. En Aragón, Atrápame si puedes, un formato con presencia en casi todos los canales de Forta, alcanza el 30% de audiencia. En la autonómica asturiana, El Picu, conducido por la actriz y presentadora Ana Francisco, supera a diario los dos dígitos.
Décadas de tradición
Los formatos de preguntas y respuestas no pasan de moda y son tan antiguos como la televisión en la que recalaron tras su éxito radiofónico —inolvidable Alberto Romea gritando: ”¡Yo, Anselmo Oñate, Pichirri, en 1915, y de penalti!” en la deliciosa Historias de la radio—. En la España del desarrollismo triunfaron programas orientados a exhibir la buena educación de los adolescentes patrios como el Cesta y puntos de Daniel Vindel y los que otorgaban cantidades de dinero desmesuradas para la época. Mientras el salario mínimo eran 2.875 pesetas (17,3 euros), un grupo de hombres y mujeres se disputaban Un millón para el mejor.
Si hoy hay cierto interés por la vida de los concursantes, nada iguala a lo vivido por los que exhibían sus saberes en aquellos tiempos de un canal y medio. Las seis semanas que Rosa Zumárraga, apodada por los medios Miss Aplomo, pasó intentando hacerse con el millón la convirtieron en una celebridad a la altura de Massiel y Manolo Santana, héroes oficiales de finales de los sesenta. Recibía tanta correspondencia que contrató una secretaria para gestionarla. Entre las misivas llegaban por igual peticiones de consejo y de matrimonio. “En un viaje a Granada se me acercó una mujer y me pidió que tocara a su hijo para sanarle, ¡como si yo fuera la Virgen de Fátima!”. Rosa hacía honor a su apodo y no era timorata en sus declaraciones: “La culpa de la discriminación femenina la tienen los hombres, a los que les gustan las mujeres que aparentan un cierto grado de imbecilidad”. Con menos mensaje se hace el Ministerio de Igualdad media docena de spots institucionales.
Patrimonio y un lado oscuro
No se puede hablar de concursos sin mencionar la joya de la corona: Un, dos, tres… Responda otra vez mantuvo a media España pendiente del destino de Ruperta, Botilde y el Antichollo y dejó para la posteridad coletillas que forman parte de nuestro patrimonio cultural inmaterial: “hasta aquí puedo leer”, ”campana y se acabó” o “si coche, coche, si vaca, vaca”, lo que significaba que sí o sí te llevabas lo que decía la tarjeta final, así fuese el ansiado piso en Torrevieja o dos millones de cerillas, un Talbot Solara o una ordeñadora mecánica.
Parte del extraordinario éxito del programa de Chicho Ibáñez Serrador se debía al brillante desempeño de unos presentadores obligados a lidiar con varias horas de formato que incluían pruebas de pericia tanto cultural como física y un constante ir y venir de colaboradores. El peruano Kiko Ledgard fue su conductor primigenio, pero alcanzó la gloria con Mayra Gómez Kemp, cuyo carisma ayudó a potenciar todas las virtudes del espacio. Los profesionales al frente de los concursos marcan el ritmo del juego y su aportación va más allá de lo escrito en el guion. Las pausas dramáticas de Carlos Sobera, el sarcasmo de Luján Argüelles, la empatía de Roberto Leal o el aplomo de Juanra Bonet son un ingrediente indisociable del éxito de los espacios que conducen.
La historia de los concursos también esconde un lado oscuro. En 1959, los telespectadores estadounidenses perdieron la inocencia al descubrir el fraude del Twenty-One. Charles Van Doren, doctor en Lengua inglesa por la universidad de Columbia y, lo más importante, atractivo y distinguido, era un imán para las audiencias y por ende para los anunciantes que financiaban los concursos, lo que provocó que, según se demostró en un juicio, la cadena facilitase fraudulentamente su continuidad en el programa en detrimento de concursantes menos telegénicos.
En España la polémica ha girado en torno a los concursantes profesionales. Cada vez resulta más habitual ver las mismas caras en lo que podríamos llamar “la ruta de los concursos”, un peregrinar que implica años de estudio, aunque parece no ser ninguna panacea, al menos para David Díaz, uno de los Supermagníficos de Saber y ganar. “Si eres bueno estudiando, sácate unas oposiciones y luego, en tus ratos libres, ve a la tele”.
Quienes no se llevan un premio económico, pero sí un plus de exposición mediática, son los famosos que de manera cada vez más habitual forman equipo con concursantes anónimos, aunque a veces las consecuencias de esa visibilidad no son las deseadas. Tras su paso por Atrapa un millón, Remedios Cervantes jamás olvidará que diluido en agua el mejor conductor es la sal. El viralísimo impulso que la hizo apostar en el último segundo por el azúcar provocó que su concursante perdiese 5.000 euros y, según confesó en Viva la vida, la llevó a recibir amenazas de muerte. Otros sufren un calvario menos inquietante, Elena Furiase comparte con T.S. Eliot eso de que “abril es el mes más cruel”, no porque haga brotar lilas de la tierra muerta, sino porque está harta de escuchar: “cerral”.
Puedes seguir EL PAÍS TELEVISIÓN en Twitter o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter semanal.
Recibe el boletín de televisión
Todas las novedades de canales y plataformas, con entrevistas, noticias y análisis, además de las recomendaciones y críticas de nuestros periodistas
APÚNTATE
Suscríbete para seguir leyendo
Lee sin límites