Marcelo Ebrard ha vuelto a pisar el acelerador con miras a las elecciones de 2024. El tablero de juego dio un vuelco en la contienda interna por la candidatura de Morena, después de que el presidente, Andrés Manuel López Obrador, comunicara a los cuatro principales aspirantes su intención de acortar los plazos para definir el candidato y los llamara a la unidad hasta que concluyan las elecciones en Coahuila y el Estado de México el próximo 4 de junio. Las cuatro “corcholatas” han acatado las instrucciones que recibieron en Palacio Nacional a finales de abril, pero han resonado particularmente en el equipo del canciller, segundo en la mayoría de las encuestas, que ha empezado a mover sus fichas. El secretario de Relaciones Exteriores confía en que, más allá de una remontada, tiene posibilidades reales de ser el elegido si acorta suficientes distancias frente a la jefa de Gobierno de Ciudad de México, Claudia Sheinbaum. La próxima fecha clave es a principios de junio cuando los cuatro están convocados a reunirse con la dirigencia de Morena para comenzar a discutir cuándo y cómo se definirá al abanderado del partido mayoritario.
Ebrard ha sido el más vocal entre los candidatos de Morena para pactar cuánto antes los plazos de la carrera por la candidatura. El canciller dijo a los medios esta semana que envió desde diciembre una carta a Mario Delgado, el presidente de la formación guinda, para pedirle que hubiera un acuerdo sobre los tiempos. “Al final, [Delgado] ya dijo que lo va a hacer, en junio. Ya con eso me doy por enterado de que finalmente lo que propusimos se va a llevar a cabo”, señaló, “estamos a tres semanas, entonces ya no le discuto la fecha”. El titular de Exteriores ha insistido en que lo correcto es realizar encuestas espejo, tener fechas claras para separarse de los cargos y promover un piso parejo. “O hay encuesta o hay favorita”, dijo en alusión a Sheinbaum el mes pasado.
Convertida en una maratón, los ritmos de carrera en la larguísima campaña por la sucesión se han incorporado como una pieza clave en las estrategias de los aspirantes. Ebrard tiene claro que la decisión de López Obrador de definir la candidatura a más tardar en agosto acorta su margen de maniobra para escalar puntos porcentuales en las encuestas y que no puede esperar a que se logre un consenso para empezar a posicionarse entre las preferencias de los votantes. “Voy adelante en todo”, dijo a los reporteros en cuanto a las propuestas de los otros aspirantes. Esas palabras dan coordenadas de por qué el canciller quiere, por ejemplo, un debate entre los postulantes de Morena y de la confianza que tiene en capitalizar los apoyos de miembros moderados o, incluso, decepcionados del partido del presidente. Se ha barajado que las votaciones internas estarán abiertas para el público en general y no estarán restringidas a la militancia.
Las palabras de López Obrador dieron pie a una especie de tregua: nadie se mueve de sus marcas hasta que se aclare el panorama en el Estado de México y, sobre todo, en Coahuila, donde la fragmentación de la izquierda ha alejado a Morena de arrebatarle la gubernatura al Partido Revolucionario Institucional (PRI). Ebrard, Sheinbaum, el senador Ricardo Monreal y el secretario de Gobernación, Adán Augusto López, ya han confirmado que su intención es ir a dar un espaldarazo al candidato de Morena, Armando Guadiana, como les pidió Delgado la semana pasada. Los recuentos de la reunión, a su vez, dan cuenta de otra jugada del presidente: llamar a los alfiles de las “corcholatas” a respetar el liderazgo de Monreal en el Senado, lo que también paraliza la operación de las campañas desde el Legislativo y, al mismo tiempo, alejan a Monreal de la oposición, con la que ha coqueteado durante meses.
En este escenario, el canciller ha intentado estirar un poco el margen de acción para su equipo de trabajo. El director para Europa en la SRE, Bernardo Aguilar, presentó su renuncia esta semana para sumarse de lleno a la campaña de Ebrard. Una semana antes fue Martha Delgado, la subsecretaria de Derechos Humanos, la que hizo lo propio. “Hoy me sumo a un gran proyecto para México”, escribió Aguilar el miércoles.
La pregunta que los reporteros han hecho con más insistencia desde hace varios meses a la Cancillería es cuándo se va a Ebrard. Pero lo cierto es que hay poco que adelantar hasta la reunión pactada en junio. Desde el equipo del secretario se dice que sí es una posibilidad latente de cara a las campañas que haya más renuncias en Exteriores, sobre todo en el segundo y tercer nivel jerárquico, porque cada vez es más evidente que se va cerrando el ciclo del sexenio y hay áreas que ya no tendrán una carga de trabajo atada a la coyuntura. Para muestra están las dimisiones del director para Europa y la subsecretaria de Derechos Humanos. En otras áreas, en especial las que están vinculadas con la relación con Estados Unidos o el equipo de medios, se antojan más difíciles. En el ambiente de la Secretaría, unos saben que les va a tocar dentro y otros saben que les va a tocar fuera, pero han anticipado desde hace dos años que estos cambios iban a pasar.
“Se siente una cargada, una intención de alinearse con la candidata”, dice un funcionario en condición de anonimato. Explica que no es una “cargada” desde la silla presidencial, sino de varios sectores de Morena, que interpretan que la decisión sobre la candidatura está tomada y que hay que empezar a apoyar a Sheinbaum. Ebrard, dice, busca combatir esa suerte de “profecía autocumplida”, algo que termina pasando porque todos actúan en consecuencia de lo que creen que va a pasar, con señales de que su campaña está viva y es competitiva. En el ajetreo, hay quienes sugieren que el canciller “se vaya por la libre” y desafíe la instrucción del presidente. “Es un suicidio político, no hay vida fuera del proyecto del presidente”, revira la fuente. En ese mismo sentido, se interpretan las declaraciones de Monreal de las últimas semanas: “Prefiero no participar que traicionar al pueblo, al movimiento o al fundador de este movimiento”.
Los movimientos no solo son tangibles en la burocracia, sino también a pie de calle. Los medios mexicanos han dado cuenta de una “guerra de bardas”, en la que quienes apoyan a Ebrard han denunciado a los simpatizantes de Sheinbaum de borrar su propaganda y retapizar las paredes con mensajes de apoyo a la jefa de Gobierno. Y al revés. “De ninguna manera, yo he dado una instrucción en este sentido”, defendió la mandataria y dio la orden a personal de limpieza de la capital de abstenerse de hacer desaparecer los eslóganes de campaña. Las cámaras de los noticiarios han captado a seguidores pintar con aerosol sobre muros ya de por sí pintarrajeados: “Es Claudia” o “Con Marcelo sí”. “Nos borran una barda y pintamos 10″, se lee en una de ellas. También desde diciembre, el canciller anunció la movilización de su estructura territorial en los 300 distritos electorales, otra fortaleza que su equipo considera que tiene sobre la campaña de Sheinbaum.
Aunque abundan las teorías, no está claro por qué López Obrador decidió acortar el plazo para la definición del candidato. Pero la parrilla de salida para 2024 ya está puesta para después de las elecciones en Coahuila y el Estado de México, en la que Morena no solo piensa en ganar, sino en cómo ganar. Siempre preocupado por su legado, el presidente ha afirmado que la consigna es volver a tener mayoría, calificada si se puede, en ambas Cámaras. Y en su cálculo es posible, si se superan las divisiones y si da un bálsamo a algunos liderazgos que se han sentido maltratados. El movimiento ya gobierna en 21 de los 32 Estados del país y puede ampliar ese margen con una victoria en el Estado de México, como apuntan las encuestas.
La contienda por la sucesión será también muy probablemente el pistoletazo de salida para otros miembros del Gabinete y del movimiento con aspiraciones políticas para otros cargos, como la Jefatura de Gobierno de la capital. Está presupuestado que esta Administración cierre con un equipo muy diferente su mandato. Será hasta noviembre, de mantenerse el cambio en el calendario aprobado en el llamado plan B de la reforma electoral, cuando inicie formalmente el proceso electoral del próximo año, aunque se anticipa que quizás Morena tenga un candidato definido desde tres meses antes. Hasta entonces, el consenso es que la música y la coreografía las sigue poniendo el presidente.
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