La bala atravesó la pierna derecha de Sebastián Pérez Pombo a la altura del glúteo. Le seccionó la vena aorta. El ladrón desapareció y él se quedó tirado desangrándose en el suelo. “Gracias a Dios que la ambulancia estaba allí cerca”, dice este joven grande y tímido de 25 años que está a dos semestres de terminar su carrera de Ingeniería Mecánica. Ahora, tres años después del atraco, juega en el equipo de Los Chapulines FC, que entrena todos los sábados en una cancha en la Escandón, una colonia de Ciudad de México. “Me desangré, me indujeron el coma y estuve tres meses con el respirador”, cuenta, y apoya todo su peso en la muleta izquierda, libera la mano derecha y se baja el cuello de la camiseta. “Mira”, dice. Y ahí, como un tatuaje entre sus dos clavículas, aparece la cicatriz de cuando estuvo intubado.
Durante el coma tuvieron que amputarle la pierna derecha por una trombosis, y un infarto cerebral le paralizó toda la parte izquierda del cuerpo. ¿Cómo reaccionaste al despertar? “No fue una sorpresa total, yo tenía sueños. Todo lo que me pasaba, aunque estaba en coma, lo captaba de alguna manera”, dice. Aun así tuvo que lidiar con una hemiplejia y un cuerpo sin apenas músculos. “Tenía las extremidades entumecidas, así”, dice, y gira hacia dentro su pie y su mano izquierda. “Me preguntaba una y otra vez por qué seguía vivo si no podía hacer nada”. Pero no se rindió y hace un año y medio apareció en silla de ruedas en la cancha de fútbol. Todavía no podía sostenerse con la pierna que le quedaba. “Pero el fútbol me levantó de la silla”, asegura, y durante ocho meses estuvo haciendo entrenamientos y ejercicios de rehabilitación para recuperar la movilidad. Ahora, sus dos muletas se apoyan como dos columnas sobre la hierba artificial en la que aprende a moverse y a utilizar el balanceo de su peso para disparar el balón con más potencia.
Allí está el sábado 12 de noviembre, con el resto del equipo, entrenando para la semifinal de la liga nacional de amputados que juegan este domingo contra Guerreros de Torreón, los favoritos. Valente Quintana, su entrenador, cuenta que el nombre no es casualidad. “Viene del Chapulín Colorado, por su filosofía de que un superhéroe no es el que tiene superpoderes. Qué pinche chiste sería eso, ¿no?”, dice Quintana muy serio. “No, un superhéroe es el que tiene miedo, el que tiene broncas y situaciones difíciles, pero tiene el valor de afrontar la situación y salir adelante”, sentencia. Mientras habla, los patadones de los compañeros retumban contra las porterías de metal como cañones. Montó el equipo hace un año y medio con Hugo Carabes, antiguo jugador de fútbol profesional que perdió parte de la pierna izquierda en un accidente de moto. ¿Hay posibilidades de ganar el próximo domingo? “Vamos a ganar, no hay duda”, sentencia Carabes.
Su equipo saltó a las noticias hace una semana porque la colonia Escandón ha decidido dedicar el Presupuesto Participativo de este año a techar la cancha donde juegan. Este mecanismo, instaurado hace más de 10 años, destina una parte del presupuesto federal (alrededor del 3%) que recibe cada colonia para iniciativas consensuadas por la comunidad. Este año, los vecinos propusieron la mejora de un parque infantil, la pintura de unas fachadas que estaban en mal estado, o la construcción de un techo en el Deportivo Valle Escandón. Con 125 votos (de 8.000 personas que pueden ejercer este derecho), este último proyecto fue el elegido.
Claudio Fonseca Martínez, habitante de toda la vida de este barrio de aceras estrechas y puestos en cada esquina, fue el que propuso techar la cancha de fútbol. “Estamos muy orgullosos de que haya salido nuestra propuesta. Creemos que va a suponer un impulso para la comunidad”, asegura. Además de los amputados, aquí viene a jugar mucha gente del barrio, y estar al aire libre los expone a las contingencias del tiempo. “Muchos niños vienen aquí a jugar y es un desastre. Se queman cuando hace sol y cuando llueve acaban hechos sopa”, dice Martínez. “Sobre todo en estos meses de otoño, que a las seis de la tarde, justo cuando empiezan las liguillas, se pone a llover y la gente se empapa”.
El fútbol contra la depresión
“Fue desesperante”, dice Sebastián Pérez Pombo. Cuando se despertó del coma, todo era una batalla contra los elementos. “Para comunicarme con mis familiares, tenía que utilizar una pizarra con palabras. No podía ni agarrar el teléfono”, se lamenta. Ni tragar. Tardó tres semanas en poder beber agua. “Fue una depresión muy grande”, asegura. Pérez se miraba las manos, los pies, las piernas, a las que “literalmente” solo le quedaban los huesos, y se preguntaba, una vez más, por qué seguía vivo. “Luego empecé a mover la mano derecha, y así poco a poco, muy lentamente, fui recuperando el movimiento”. Cuando llegó por primera vez a la cancha, tampoco fue fácil. “Al principio me costó mucho aceptar que no me podía mover como ellos”, dice, y mira al resto de amputados que zigzaguean entre conos naranjas y patean el balón hasta el otro lado del campo. “Pero ellos nunca me vieron de menos, siempre trataron de apoyarme”, sentencia.
Patricia Avendaño, consejera presidenta del ICEM (Instituto Electoral de Ciudad de México), es la responsable a cargo del Presupuesto Participativo de la capital, y la que tiene que asegurarse de que el dinero de los proyectos realmente se destine a su construcción. “Normalmente, las autoridades hacen todo lo posible por no dar el dinero”, asegura la consejera. Los vecinos esperan el proyecto que les han prometido, pero en la Administración nadie se mueve. “Nosotros también tenemos la tarea muchas veces de presionar para que los proyectos salgan adelante”, confirma Avendaño. Con el Presupuesto Participativo se ha hecho de todo: canchas de tenis, fútbol, baloncesto, huertos urbanos, pintar o iluminar zonas de alto riesgo, rescatar espacios, jardín para mascotas o gimnasios al aire libre. “Se trata de obras que permitan reconstruir el tejido social de nuestra ciudad”, dice la mujer, frente a las fuerzas que poco a poco van erosionando las comunidades.
Todos los sábados, para ganar un dinero extra y financiar los bastones, que siempre se están rompiendo, se van antes del entrenamiento a “semaforear”. Se acercan a un semáforo entre la avenida Patriotismo y Progreso, y muestran sus habilidades futbolísticas. Dan infinitos toques, lanzan el balón el aire, lo atrapan con la nuca, dejan las muletas en el suelo, hacen unas flexiones sobre el piso y se vuelven a levantar. El balón no ha tocado el suelo en ningún momento. Sebastián Pérez utiliza el dinero para pagarse sus estudios. El resto de jugadores lo utiliza también para comprar bastones. Los más baratos cuestan 1.600 pesos la pieza y aun así se rompen con facilidad porque no están preparados para el esfuerzo al que les someten. Cuando termina el entrenamiento, los que tienen prótesis se la ponen y poco a poco se despiden entre risas y camisetas sudadas.
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