El reino de Don Reynaldo está a punto de desaparecer. El viejo cazador, protagonista de una nueva película mexicana titulada El Norte sobre el vacío, es dueño de un enorme rancho al norte del país, en el estado de Nuevo León, que heredó de su padre y quisiera dejar en manos de su hijo. Pero Don Reynaldo tiene varios problemas. Por un lado, su hijo es mucho más urbano que rural, le interesa poco mudarse al rancho y el padre no parece interesado en dejar el lugar a cargo de sus dos hijas. Además, sus empleados temen que los herederos no cuidarían el territorio como ellos. Pero más grave, Don Reynaldo está siendo extorsionado por un grupo de narcos en la zona y se rehusa a pagarles una cuota. Pero aunque el miedo a las armas es latente, El norte sobre el vacío no es un filme más sobre balas y capos. Es más bien una película feminista donde el protagonista es la masculinidad de Don Reynaldo, esta que se muestra firme como el hierro frente a los amigos pero teme quebrarse en cualquier momento. “¿De qué le sirve a un hombre dominar al mundo entero si se pierde a si mismo?”, cantan, como un presagio, sus hijos en la mesa en un momento del filme. El norte sobre el vacío no es el fin del patriarcado, pero quizás sí sobre el miedo del patriarca.
“Yo quería hablar de la masculinidad en relación a la violencia, pero no nada más la violencia ‘grandota’, la que captura los titulares de los periódicos siempre”, dice la directora de la película, Alejandra Márquez Abella (San Luis Potosí, 39 años). Más que traer balaceras, la película cuestiona la educación de género, esa que “muchas veces, pues, les cuesta la vida” a los hombres. El largometraje está inspirado en una historia real, la del rachero Alejo Garza Tamez, un viejo cazador que se enfrentó al cartel de Los Zetas cuando intentaron adueñarse de su tierra en Tamaulipas. Falleció en 2010, en un enfrentamiento contra el narco.
El norte sobre el vacío se estrena por primera vez en el Festival de Cine de Berlín, evento que arrancó esta semana escogiendo esta y otras tres películas dirigidas por mujeres mexicanas (Manto de gemas de Natalia López Gallardo, El Reino de Dios de Claudia Sainte-Luce, y Alma y Paz de Cris Gris). El año pasado el cine de directoras mexicanas también fue premiado y reseñado positivamente alrededor del mundo, con filmes como Noche de Fuego de Tatiana Huezo o Sin Señas Particulares de Fernanda Valadez. El trabajo de directoras no es nuevo en México, insisten las nuevas premiadas, pero sí está recibiendo un reconocimiento internacional que normalmente absorben solo los tres mosqueteros (Cuarón, Iñarritu, Del Toro). EL PAÍS entrevistó a Márquez para hablar sobre el rol de las directoras y su nueva película sobre la masculinidad de Don Reynaldo.
Pregunta. Recientemente tres directoras mexicanas –Fernanda Valadez, Tatiana Huezo, Natalia Almada– hablaron con The New York Times de lo difícil que ha sido encontrar mujeres en escuelas de cine o ser respetadas como directoras. ¿Ha sido parecido su caso?
Respuesta. Sí, sin duda, y prefiero decir que la discriminación que vivimos las directoras es temática también: siento que es muy difícil empujar, financiar, producir y terminar proyectos que hablan sobre la experiencia de las mujeres. Creo que eso en concreto está entendido en el mundo del cine, en cuanto a la gente que toma las decisiones de financiamiento o de programación. Este tipo de películas siempre van a estar relegadas, van a ser menores, menos importantes. Como que hay temas y hay situaciones que valen la pena y hay otros que pareciera que no. Y para mí siempre ha sido ese el problema. Claro, la falta de referentes te habla de eso.
P. ¿Pero los movimientos feministas en México y en el mundo no han generado cambios en ese sentido?
R. Yo creo que sí, pero tampoco sabría decir qué. Siento que va cambiando porque cada vez somos más [directoras]. Yo creo que también hay una percepción distinta en las escuelas de cine, o en los espacios del cine, en las producciones mismas. Las historias y la experiencia de las mujeres son quizás un poco más aceptadas. Pero me parece que no ha habido como un cambio radical y definitivo todavía. Ahí va.
P. En los últimos 21 años, después del estreno de Amores Perros en el 2000 y el reconocimiento a los tres famosos directores mexicanos en los siguientes años, ¿abrieron esos éxitos nuevas puertas para las directoras? ¿O más bien ha sido un esfuerzo paralelo?
R. Yo creo que ha sido un esfuerzo paralelo de las mujeres. Creo que ellos, y esa película en concreto, abrió la puerta a otras cosas, a otras situaciones que se dieron después en el nuevo cine mexicano. Pero siento que no, que la labor de las mujeres ha sido bastante de ellas. Nos han abierto puertas las cineastas previas a nosotras, que han sido poquitas pero muy contundentes. María Novaro es una de ellas, por ejemplo. No es que esto haya empezado con nosotras, es un trabajo de muchísimos años, mucho más que 21 años yo diría, y de muchas mujeres que quizás no pudieron ser directoras, no pudieron ser fotógrafas, porque les dijeron que tenían que ser productoras o que tenían que ser escritoras. Les dijeron que no podían hacer lo que querían hacer. Me he encontrado en estos años con mujeres que vienen de pronto y nos dicen ‘bueno, pero ustedes no son las únicas o las primeras’. Y digo ‘claro, tienen toda la razón’. Lo que menos debería suceder es que caigamos en una segunda vuelta de invisibilización de ellas, y de su trabajo, y de todo lo que hicieron, y de todas las puertas que nos abrieron.
P. ¿Se considera feminista?
R: Me considero feminista full, sí.
P: ¿Hay algo en la técnica de hacer cine que cambia con una conciencia feminista?
R: Sin duda, creo que justamente eso que llaman female gaze, o la mirada femenina. La mirada femenina suena a una cosa como formuláica y reproducible. Y en realidad para mí es simplemente ampliar un poquito el espectro de visión que estamos teniendo para las experiencias que suceden en el mundo. Es verdad que desde el cine más clásico habíamos venido replicando, hombres y mujeres, la mirada masculina sobre cualquier tema. Entonces como que me da mucho miedo ahora encasillar la mirada femenina. Para hacer una película feminista no deberías tener que pasar por llenar una lista de palomitas, o de situaciones, como decir ‘ah es mujer la protagonista’, o ‘ah, el tema es feminista’, o ‘ah, es una biopic sobre una feminista’. Pues no, es mucho más profundo. Y yo pienso profundamente que esto está súper vinculado con la técnica, y con el lenguaje cinematográfico, y con la búsqueda que hagas en cada película. No es una fórmula. No puedes comprar el paquete feminista para aplicar las reglas a cualquier cosa. Siento que dentro de la propia narración de la película que estás haciendo se esconden esos propios códigos que tienes que encontrar y que tienes que saber manejar bien para hablar de la experiencia de esta mujer o de este hombre. Pero se puede hacer de una manera distinta y que no refuerce los estereotipos de género con los que hemos estado lidiando. Yo siempre digo que a veces hay que saber filmar la falta de poder de una mujer en vez de querer empoderarlas a todas porque sí. Hay algo de agencia en reconocer y saber mirar la falta de poder de alguien en la vida.
P. ¿Cuál fue la semilla de su nueva película? ¿Por qué escogió hablar de estos rancheros en el norte del país?
R. Esto llegó porque [la productora] Bengala, que son Gabriel Nunzio y Diego Osorno, tenían un guión escrito por Gabriel, un guión que contaba una anécdota que estaba inspirada en esto que pasó en Tamaulipas hace 10 años más o menos. Es una historia que se parece un poquito a la del protagonista de mi película. Cuando la leí, pues me pareció como la típica historia de western o de la Revolución Mexicana que hemos escuchado millones de veces, y me pareció interesante imaginarme el ejercicio de qué pasaría si yo me pusiera ahí, a pensar desde ahí. Me pareció interesante tratar de reconfigurar una historia que siempre se ha contado desde la apreciación de valores como el heroísmo y la valentía. Y decir bueno, ‘¿pero qué es el heroísmo? ¿Qué es la valentía? ¿desde cuándo aprendimos que eso son virtudes y que son virtudes de los hombres?’ Terminé reescribiendo el guión con Gabriel.
P. Su anterior película, Las niñas bien (2018), era sobre la alta sociedad en Ciudad de México y lo que ocurre cuando esta pierde su riqueza. ¿Esta nueva película es también sobre élites y su pérdida de estatus, pero en el norte?
R. Sí hay un tema latente sobre las clases sociales, que además ni siquiera funcionan igual acá y allá. El clasismo y la raza, por ejemplo, funcionan distinto en el norte que en otros lados.
Pero no son tan élite los del norte, en esta [película] estamos jugando a que sí hay una diferencia entre ellos y la gente que trabaja el rancho que les pertenece. Este juego de ¿y de quién es la tierra? ¿De quién la trabaja? ¿O de quién la compró o se la heredaron? Siento que es una película que empieza, quizás, haciendo un comentario sobre la élite y de la clase, la raza, las relaciones entre los trabajadores y los jefes. Pero se va yendo también a cuestionar el antropocentrismo, y el colonialismo, y se vuelve una cosa como más amplia donde nada importa, porque todos nos vamos a ir de esta tierra en algún momento. Esta película es más existencial en ese sentido.
P. Y si Las niñas bien tenía un foco más femenino esta parece ser más sobre la masculinidad del protagonista, Don Reynaldo.
R: Yo quería hablar de la masculinidad en relación a la violencia, pero no nada más la violencia ‘grandota’ y la que captura los titulares de los periódicos siempre, que sí es la más brutal y la más importante. Pero cómo se relaciona esa con la educación que reciben los niños hombres para inculcarles estos sentimientos: tienes que ser valiente, tienes que ser heroico. La masculinidad entendida desde ese lugar que muchas veces, pues, les cuesta la vida. Se va volviendo como una profecía autoestablecida. Me parece eso, que la masculinidad, la enseñanza y el mundo cultural de los hombres –que además obviamente es el patriarcado y es el capitalismo en grandes rasgos– y cómo incluso hasta la manera violenta que tenemos de alimentarnos hoy en día es parte de eso.
P. Justo los animales también son protagonistas, como testigos o como los sacrificados para comer. La película se enfoca en ranas, cabritos, tarántulas… ¿Cuál es la metáfora?
P. Pues nosotros nos reíamos con Claudia Becerril, que es la fotógrafa, porque decíamos que esto ya es el animal gaze [la mirada animal], que esto habría que abrirlo más a incluir la experiencia de otros seres vivos, que no seamos los humanos nada más. Porque justamente la película hace esta pregunta de ‘¿de quién es la tierra?’, ‘¿Quién es el dueño de la tierra?’. Y esto dicho un poco en dos sentidos: la tierra como ese pedacito de tierra que es de Don Reynaldo, o de su papá que se la heredó; o es de quien se la quiere robar; o es de los trabajadores que la que la nutren y la trabajan; o es de esos, los animales que hoy la habitan. Nos parecía una pregunta muy relevante en estos tiempos, porque estamos tratando el planeta como si fuera una propiedad privada de los seres humanos.
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