“Finalmente. Toda una vida aguardando junto al trono”. Son las primeras líneas de diálogo de Carlos III de Inglaterra como rey, pero en la ficción. En King Charles III (2017), película televisiva de BBC 2 adaptada de la obra de teatro de Mike Bartlett, se muestra al entonces príncipe de Gales (interpretado por Tim Pigott-Smith) negándose a firmar una ley aprobada por el Parlamento (algo que no pasa desde 1708) ya que perjudicaría al pueblo británico. En el momento más memorable de la producción, dirigida por Rupert Goold, Carlos entra por sorpresa a la Cámara de los Comunes para disolver el parlamento. El drama cinematográfico dista mucho de las primeras imágenes memorables que el nuevo monarca británico dejó al mundo: un señor septuagenario luchando contra un bolígrafo.
Kevin James, historiador y profesor de la Universidad de Guelph en Canadá, comparte con ICON las expectativas y dificultades a las que cree que se enfrenta la imagen pública del hasta hace poco príncipe de Gales. “Es difícil imaginar a Carlos replicar el estilo de su madre”, argumenta. “No tiene mucho tiempo para dejar su propia huella como monarca, aunque ha pasado toda una vida haciendo públicas sus opiniones sobre diversos temas”.
El ascenso del nuevo monarca al trono ha generado especulación sobre el futuro de la Corona y dudas sobre su rol en la sociedad contemporánea. Carlos ha declarado que, entre otras cosas, no vivirá en el Palacio de Buckingham y que en su ceremonia de coronación ha buscado una especie de punto medio entre la tradición y lo moderno. “Quizá su ascenso marque una diferencia en estilo y sustancia: una corona menos discreta y más accesible”, reflexiona James.
Más del 80% de los británicos vivos nacieron durante las siete décadas en que reinó Isabel II de Inglaterra. Carlos, por su lado, fue príncipe de Gales durante 64 años. La imagen de la Reina como una encarnación de lo británico (su cara en monedas y hasta en la portada del famoso sencillo de Sex Pistols) y del príncipe de pie detrás de ella es difícil de dejar atrás.
James hace énfasis en que los medios han servido como una herramienta para moldear la imagen pública de los Windsor. “Los medios de comunicación han sido fundamentales para popularizar y diseminar ideas muy concretas sobre la monarquía”, asegura el académico. “La familia real los ha usado como una manera de controlar el discurso que existe sobre sus propias vidas, aunque muchas veces sin éxito y con consecuencias imprevistas”.
El profesor universitario menciona varios casos, como la cobertura de la separación de Carlos y Diana Spencer o la desastrosa entrevista que concedió Andrés de Inglaterra sobre su amistad con Jeffrey Epstein. Un ejemplo poco conocido que dice mucho sobre la relación de la realeza británica con los medios es Royal Family, documental realizado para celebrar la investidura de Carlos como príncipe de Gales en 1969. La coproducción de la BBC con ITV sigue de forma íntima la cotidianidad de la reina Isabel, Felipe de Edimburgo y el resto de Casa Windsor con comidas familiares, paseos o viendo televisión. Los críticos condenaron el retrato franco e íntimo de la vida de la realeza y el documental de 110 minutos no ha sido emitido desde 1977, aunque lograra filtrarse al internet en 2019.
En una escena se muestra a la reina Isabel comprando un helado para su hijo. En otra, corrige un discurso en mitad de una gira. En otra, revisa la prensa del día. Entonces se consideró que rompía con un hermetismo necesario, que mostraba a una familia más preocupada por su imagen pública de lo que debería mostrar al mundo. Sir David Attenborough, encargado de contenido de BBC 2 en esa época, puso en términos antropológicos su condena a Royal Family en una carta que resurgió en el tabloide británico Daily Express en 2019: “Toda la institución se sostiene de la mística del líder tribal en su choza. Si algún miembro de la tribu mira el interior de la choza, el liderazgo tribal colapsa y la tribu se desintegra”.
El hombre que (finalmente) pudo reinar
La idea (para no decir la fantasía) de Carlos como un respiro de aire fresco para la monarquía ha alimentado la ficción desde hace décadas. Mucho antes de que Mike Bartlett retratara a un Carlos III enfrentado contra el Parlamento, la segunda entrega de la trilogía de House of Cards de Michael Dobbs ya imaginaba a un monarca no muy distinto al antiguo príncipe de Gales en una pugna secreta contra un maquiavélico primer ministro.
House of Cards nació como novela en 1990. Su autor, Michael Dobbs, ha confesado que la escribió furioso contra Margaret Thatcher cuando trabajaba con ella como jefe de su gabinete. Fue originalmente adaptada por la BBC en 1990 protagonizada por Ian Richardson en el papel del político conservador Francis Urquhart (que se convertiría en el estadounidense Frank Underwood en la versión estrenada por Netflix en 2013). Sin embargo, es The Crown, otra producción estelar de la plataforma, la que moldearía la imagen de la Casa Windsor para una nueva generación. Uno de las imágenes más memorables de la quinta temporada de The Crown es ver al entonces príncipe Carlos de Inglaterra (interpretado por Dominic West) bailando breakdance en una discoteca junto a un grupo de jóvenes beneficiarios de su fundación. Fue uno de esos momentos que obligan a pulsar pausa y entrar en internet para ver qué, efectivamente, ocurrió en la realidad.
Uno de los grandes temas de la quinta temporada, y quizá de toda la serie, es la paradoja que define a la realeza: los años pasan, los Gobiernos cambian, la sociedad evoluciona, pero la monarquía hace lo posible para mantener la ilusión de que todo sigue igual y al margen de todo y de todos. “La longevidad de la monarquía británica reposa en su recelo de lo nuevo y la distancia ante la presión popular”, sentencia James. El historiador admite no ser muy aficionado a las obras de ficción inspiradas en la realeza: “¡La familia real ha generado tanto drama a lo largo de los siglos que encuentro excesivos los elementos dramatizados!”.
Las distintas ficciones sobre el antiguo príncipe de Gales coinciden en la idea de Carlos como alguien que es, o fue, un reformista con tanta energía como frustración, incapaz de actuar por culpa del mismo poder que le da su privilegio. El fantasma de Diana (en la obra de Bartlett, de forma literal) es una mancha indeleble que marca la vida e imagen del monarca británico, un recordatorio de su falibilidad humana. Tanto la segunda entrega de House of Cards como King Charles III abren con el funeral de la reina Isabel II y terminan con Carlos obligado a abdicar y Guillermo coronado como soberano británico. Los roces con el establishment político y el deseo de traer una institución milenaria a este siglo fracasan por la misma razón: la vida privada y opiniones de Charles Windsor chocan con las expectativas y deseos de Carlos III de Inglaterra.
“Creo que la idea de un monarca comprometido en una cruzada por acercar la Corona al pueblo es una idea romántica”, opina James. “Hay una distinción importante entre la Corona como institución y la persona que la porta: la primera representa un milenio de continuidad y la otra es mortal, efímera”.
El peso de la corona ayer, hoy y siempre
Kevin James señala que, a fin de cuentas, no hay mucha diferencia entre Carlos, Guillermo o el pequeño Jorge, sino que todo gira en torno al mantenimiento de la institución. Después de todo, el rey de Gran Bretaña e Irlanda del Norte es también jefe de Estado de 15 naciones repartidas en tres continentes. James, canadiense de origen escocés, resalta la peculiaridad de vivir bajo un rey que reside a miles de kilómetros de distancia, en otra parte del mundo: “Los debates que existen en las naciones de la Commonwealth no se enfocan en el monarca en sí, sino en el peso de la monarquía en la evolución de cada país y de cuál será su rol en el futuro, más allá de su pasado”.
El historiador hace hincapié en la polémica actual revelada por el diario británico The Guardian sobre la relación histórica de la Casa del Rey con el comercio de esclavos. “Me pregunto si el diálogo que ha surgido sobre la relación de la Corona con la esclavitud refleja en parte una apertura para reflexionar el rol central de la institución con estructuras históricas de opresión”, James especula. “Quizá, el reconocimiento de estas acciones sea el primer paso para un proceso de reconciliación. Carlos podría ser la persona idónea”.
Puedes seguir ICON en Facebook, Twitter, Instagram, o suscribirte aquí a la Newsletter.