Generación X, de excremento | Televisión

Me costó un poco entrar en Fleishman está en apuros (Disney+), la serie que le ha servido a Paloma Rando para acuñar, en este mismo hueco, el síndrome Cachitos. No soporto las voces en off ni a los cuarentones de Manhattan que, como los americanos de José Luis Cuerda, unos días van en bici y otros huelen bien, pero siempre andan centrifugando traumas imaginarios. Lo menos que se le puede pedir a unos judíos del Upper East Side es que no se tomen en serio, que woodyalleaneen (sic) un poco y nos hagan reír. Fleishman está en apuros se presentaba marisabidilla, y tuve que hacer un gran esfuerzo para que mis prejuicios no me llevasen de vuelta al rancho de los Dutton en Montana, donde los vaqueros echan el lazo a los pijos que se preguntan en qué momento los bagels dejaron de saber a bagel (hablo de Yellowstone, la única serie que quiero ver, pero mis jefes me han sugerido que eche un vistazo a otras, por no aburrirles a ustedes: yo no entiendo qué necesidad hay, pero les he obedecido. En parte, por eso seguí viendo Fleishman).

Persistí, pues, y tras disfrutar de una de las series mejor escritas, interpretadas y planteadas de la temporada, mi vida se ha enriquecido con el concepto síndrome Cachitos de Rando y me he reafirmado en la idea de otro amigo: somos una generación de mierda. No sería bonito llamarnos así, por eso dicen X o milenial, pero el excremento —un excremento metafórico, no hablo de guarrerías, sino de lo excretor como sobrante e insoportable— nos define mejor a todos estos cuarentones que no hemos pasado de los veinte mentales y estamos convencidos de que se nos ha dejado algo a deber. Fleishman lo retrata muy bien, sin autocompasión y sin parodia. Y una vez constatado esto, por favor, ¿puedo volver al rancho de Montana?

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