La huida hacia delante de George Santos, el congresista republicano por Nueva York en la picota por inventarse buena parte de su currículum, ha terminado este miércoles en un tribunal federal de Nueva York, donde ha sido imputado de siete cargos de fraude electrónico, tres de blanqueo de dinero, uno de sustracción de fondos públicos y dos más por hacer declaraciones falsas a la Cámara de Representantes. Santos, que ha pasado a disposición judicial, fue elegido representante en las elecciones de medio mandato, en noviembre pasado.
Después de que a finales de diciembre salieran a la luz las primeras mentiras ―el maquillaje de ciertos aspectos de su expediente académico y su experiencia profesional―, la cascada de fabulaciones sobre su vida engordó como una bola de nieve, lo que no impidió que en enero jurara en el Capitolio como representante por el próspero distrito de Long Island. Aunque, cercado por las revelaciones de los medios, admitió haber engordado algunas partes de su currículo, insistió en no renunciar al acta de diputado y solo se hizo a un lado de los dos comités de la Cámara que le correspondió integrar. A finales de abril, aún se le pudo ver en la bancada republicana en una solemne sesión conjunta del Congreso con el presidente de Corea del Sur, Yoon Suk-yeol. Aunque para entonces ya era un apestado en su propio partido, algunos de cuyos miembros le habían pedido que renunciara a su escaño, Santos lució ufano en la solapa la insignia que identifica a los congresistas. Varios correligionarios se han sumado hoy mismo al coro que solicita su renuncia, aunque por ley Santos puede seguir sentado en su escaño aun imputado.
La cadena de información continua CNN informó en la tarde del martes de que fiscales federales habían imputado a Santos, de 34 años, sin especificar los cargos. Contactado telefónicamente por un periodista de Associated Press, Santos contestó: “Esto es nuevo para mí. Eres el primero que me pregunta por esto”. Este miércoles, el congresista se entregó y pasó a disposición judicial mientras la Fiscalía del distrito este de Nueva York hacía públicos los posibles delitos de que se le acusa. Tanto el Departamento de Justicia como el FBI han trabajado de forma conjunta en la investigación sobre la supuesta violación de las normas de la campaña electoral y las leyes federales sobre conflicto de intereses.
Además de estos delitos mayores desde el punto de vista institucional y político, que podrían costarle una condena a 20 años de prisión en caso de ser declarado culpable, a Santos le persiguen acusaciones bizarras, por no decir ridículas: haber robado dinero recaudado en una campaña en redes sociales para el perro moribundo de un veterano de la guerra de Irak; organizar una trama de fraude con tarjetas de crédito o, incluso, haber sustraído un perro en una lechería amish. Nada glamuroso para una vida supuestamente brillante, gracias a inventarse licenciaturas de la Universidad de Nueva York y el Baruch College, así como experiencia profesional, igualmente falsa, en las importantes firmas de Wall Street Goldman Sachs y Citigroup. Dos fabulaciones que concuerdan con la imagen de un tipo víctima de “delirios de grandeza” que hizo de él un compañero de habitación.
Además, también alardeó de una falsa herencia judía, vinculada al Holocausto por parte, supuestamente, de sus abuelos, y de una madre víctima del 11-S, cuando ese día de 2001 su progenitora ni siquiera se hallaba en Nueva York. Se da la circunstancia de que muchos electores de su distrito son descendientes de víctimas del Holocausto, lo que llevó al periodista Andrew Silverstein a investigar sobre la veracidad de su filiación. Silverstein sacó a la luz el fraude, antes de ser recogido a finales de diciembre por The New York Times e, inmediatamente, las falsedades se convirtieran en un gran escándalo político. Santos, que es abiertamente gay, enfureció también a la comunidad LGTBIQ por ocultar que había mantenido un matrimonio de conveniencia con una mujer hasta 2019.
Santos, cuya elección contribuyó en parte a quebrar el tradicional dominio demócrata en Nueva York, fue una de las estrellas invitadas al cónclave de republicanos del ala dura que se celebró en Nueva York en febrero y que reunió a conspicuos antisemitas y supremacistas blancos. La suya parecía una carrera destinada a brillar, como representante de esa avanzadilla republicana en un Estado tradicionalmente demócrata. Ahora, con Santos en manos de la justicia, el Partido Republicano contiene al menos la mancha de aceite que amenazaba con extenderse en plena precampaña electoral para las presidenciales de 2024, cuando su candidato mejor situado, Donald Trump, también afronta reveses judiciales.
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