Alejandro y Estevan Gutiérrez (33 y 41 años) nacieron y crecieron en Suiza, pero su música, sus recuerdos y la inspiración les nace de América Latina. El primero, con un bigote de revolucionario mexicano y una expresión de tipo duro que parece, intencionalmente, sacado de un capítulo de la historia mexicana. El segundo, güerito y más parlanchín, el hermano mayor que empezó a tocar la guitarra a los 15 años y que consiguió que el menor le siguiera los pasos. Sus seguidores han descrito a su música como “paisajes sonoros” del desierto o de lugares que les recuerdan a las películas del viejo oeste. Ellos insisten en que todo es un viaje en el que han tenido la suerte de transitar un camino que nunca planearon se construiría en la música. La banda hace de su origen latinoamericano un eco musical que recorre ritmos como los de la milonga, el western o el folk.
A los 15 años, mientras tocaba la guitarra en su cuarto, la madre de Estevan —una mujer ecuatoriana— le dijo que tocaba tan bonito que parecía que hacía llorar al instrumento. Años más tarde, cuando su hermano Alejandro se mudó a otra ciudad, el vínculo entre ambos trascendió a la música. Se extrañaban tanto que aprovechaban visitarse mutuamente para empezar a tocar improvisadamente. Comenzaron a componer —sin letra— y la magia empezó a fluir. Los ecos de la familia materna latinoamericana resonaron desde siempre. Tuvieron un abuelo que lloraba escuchando las canciones de Julio Jaramillo, El ruiseñor de América, y que les explicaba lo que era “llorar de tristeza, pero también de felicidad”, eran muy pequeños para comprenderlo, pero jamás lo olvidaron. Son los primeros (”y los últimos”, según han contado entre risas a este periódico) músicos en la familia. “Nacimos y crecimos en Suiza, pero siempre íbamos a Ecuador a ver a la familia y así fue que también conocimos el mundo latino”, cuenta Estevan, quien añade que el género rioplatense de la milonga es lo que más le gusta tocar.
Hace tres años, en 2020, visitaron por primera vez México, pese a que han sido grandes apasionados de este país desde mucho antes: “Tenemos la suerte de que nuestro público en todo el mundo es cariñoso y muy respetuoso, pero hay que decir que los mexicanos son muy muy especiales. Hay un cariño muy particular aquí que sentimos con nuestra música una resonancia, una conexión entre los mexicanos y nosotros, que es difícil de explicar o poner en palabras. Simplemente, cuando estamos aquí nos sentimos en casa y ese sentimiento no lo tienes siempre”, dice Alejandro, a quien le preguntan con frecuencia si es mexicano. “Para mí siempre es un orgullo muy grande porque me encantaría serlo”, cuenta.
Y la influencia de México, por ejemplo, queda plasmada en varios de sus videos y de sus sonidos. En la canción Hijos del sol, una frase del escritor mexicano Mateo García Elizondo abre el telón del video con una frase: “Pero es de lo más bonito que hay morirse. No es para nada como lo pintan, como algo confuso y aterrador. A mí se me hace que a uno se lo pintan así porque descansar en paz suena demasiado tentador”, un telón de inicio de una historia en blanco y negro sobre la muerte en un lugar que podría encontrarse en cualquier parte del país. “Este videoclip es nuestro tributo a México, a su cultura, gente y espíritu”, escriben en la descripción. También queda latente en la historia visual de Los chicos tristes, filmado en la Central de Abastos de Ciudad de México, uno de los mercados de productos de consumo de alimentos más grandes del mundo.
El grupo tiene cinco discos grabados: 8 años, de 2017, cuyo título hace referencia a la diferencia de edad entre los hermanos; El camino de mi alma (2018), Hoy como ayer (2019), Hijos del sol (2020), y El bueno y el malo, que han estrenado en noviembre de 2022 y con el que han recibido una nominación a los premios estadounidenses Americana Music Association honors and Awards en la categoría Álbum del año. Además, la disquera en la que están actualmente, Easy Eye Sound Studio, pertenece a Dan Auerbach, vocalista y guitarrista de la banda The Black Keys, con quien también tienen una canción a la que nombraron Tres hermanos en honor al también productor que tomó una guitarra y se puso a tocar con ellos.
Con el título del más reciente de sus discos, El bueno y el malo, Los hermanos Gutiérrez quisieron hacer una clara referencia al spaghetti western —un subgénero del western creado por directores italianos en las décadas de 1960 y 1970— de Sergio Leone, de 1966: The Good, the Bad, and the Ugly. Es por estos claros tintes de “música de película” a dos guitarras que sus seguidores les preguntan todo el tiempo si planean hacer el soundtack de alguna película que les evoca, por ejemplo a producciones como las de Quentin Tarantino. La idea no es ajena para ellos, aseguran que nada más les gustaría que hacer las canciones de alguna producción para cine, y, aunque no han revelado nada preciso, sí han contado que pronto podría ser una realidad.
La música de Los hermanos Gutiérrez, una banda relativamente poco conocida, pero en ascenso, tiene una armonía y una sinergia difícil de explicar. Sin letras ni demasiados instrumentos, logran una fórmula que pocos consiguen con solo la cadencia musical. Dicen entre risas, pero muy seguros, que nunca han tenido voces “lindas” y que consideran que lo que hacen tiene la magia suficiente para hacer sentir cosas a sus escuchas. “Nunca nos hizo falta una voz en nuestro proyecto porque pensamos que las guitarras pueden cantar. Nos gusta también que le damos el espacio al oyente con el tipo de música que hacemos y creo que ese es el potencial que tenemos: que cada quien puede experimentar su propio viaje”, asegura Estevan.
La banda se ha presentado en el festival de música Corona Capital, en Guadalajara, Jalisco, y en Ciudad de México este domingo, en donde compartieron el escenario con los músicos y productores, Dan Auerbach (The black Keys) y Adrián Quesada, de Black Pumas.
Mientras tanto, su público crece en México y en América Latina, la región del mundo que les ha dado la “nostalgia y la melancolía” necesarias para crear un universo poco explorado por otros artistas alejados geográfica y musicalmente de esas latitudes. “Esa melancolía del pasado que recordarnos, de nuestros abuelos, la familia y después, de los viajes que mi hermano y yo hemos hecho, nos hace sentir contentos y conectados con la tierra, con el silencio de la vastedad de la tierra”, concluyen.
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