Peronismo: Juan Manuel Abal Medina, artífice del regreso de Perón a Buenos Aires: “Argentina perdió años valiosísimos del general”

El 17 de noviembre de 1972, Juan Domingo Perón aterrizaba en Buenos Aires tras casi 18 años de exilio. José Ignacio Rucci, cabeza de la principal central obrera, la CGT, lo protegía de la lluvia con un paraguas. De saco y pantalones claros, la mano sobre el mentón y el cabello engominado, observaba la escena Juan Manuel Abal Medina (Buenos Aires, 78 años). Peronista por adopción, este dirigente que entonces tenía solo 27 años se había ganado la confianza del general Perón para organizar el regreso como secretario general del Partido Justicialista. Medio siglo después, Abal Medina ha publicado Conocer a Perón (Planeta), un libro de memorias que es también la foto de una Argentina que solo cuatro años después se hundiría en la barbarie del terrorismo de Estado. En esta entrevista con EL PAÍS, que por motivos de salud pidió que se realizase por teléfono, el dirigente peronista lamenta no haber podido desarticular la pelea entre la juventud del partido, representada en Montoneros, y el sindicalismo. “Ese fue uno de mis fracasos”, dice Abal Medina. La disputa se saldaría en septiembre de 1973 con el asesinato de Rucci de 23 tiros en la puerta de su casa.

Pregunta: ¿Por qué Perón elige a un joven como usted, que no era una pura sangre del peronismo, para que organice su regreso a la Argentina?

Respuesta: Sobre finales del año 1971 veo que el peronismo está llegando a un verdadero empate político [con la dictadura] con preeminencia del general. Entonces había que buscar como desempatar, y me pareció que ese desempate era el regreso del general. Esto es lo que le expreso en unos informes que le hago llegar en los primeros días de diciembre. Ahí Perón me convoca para conversar en Madrid.

P. Usted no venía del peronismo duro ¿Cómo se hizo respetar?

R. El general vio en mi una óptica muy similar a la que él creía adecuada. Por otro lado, entendía que no tenía compromisos con ningún sector. En enero de 1972 me encarga tareas cada vez más complejas. Integro la comisión del regreso y tengo diversas gestiones, como evitar enfrentamientos entre la juventud encabezada por Rodolfo Galimberti y el sindicalismo de José Ignacio Rucci y Lorenzo Miguel. Yo creía en la política y en la idea central del general: teníamos que dar la batalla donde éramos más fuertes, que era el terreno electoral.

P. Usted dedica muchas líneas a un encuentro donde Perón se emociona recordando el asesinato de su hermano Fernando, uno de los fundadores de Montonero. ¿Cómo era Perón?

R. Era una persona muy afable, lo que aquí diríamos un criollo, un paisano. Tenía modales cuidados, pero no afectados. Escuchaba mucho, pero luego daba su línea, porque siempre fue el jefe y los demás hablaban cuando él quería.

P. Es común decir que bastaba tratarlo para hacerse peronista. ¿Tenía un secreto?

R. La profundidad de sus juicios y la sencillez con la que se imponía. Transmitía rápidamente afecto a las personas y era gente de valores personales poco frecuentes en un político de esa dimensión. Perón tuvo un exilio en condiciones muy duras, sobre todo en los primeros años, pero nadie jamás escuchó una queja de su parte por su situación personal.

P. Perón dijo poco antes de su regreso que impulsaría un Gobierno de “cooperación total”. Todos recuerdan su abrazo con Ricardo Balbín, dirigente de la Unión Cívica Radical (UCR), el principal partido de la oposición. ¿Por qué no fue posible, finalmente, un acuerdo?

R. Lo más grave de todo eso fue que Argentina perdió años valiosísimos del general, porque nos llega ya en su declinación. Si no hubiesen sido tan duros de cabeza los militares gorilas [antiperonistas], si no hubiesen tenido tanto temor del pueblo y el general hubiese regresado unos años antes, la historia hubiese sido otra. Perón habría logrado reunificar los espíritus de los argentinos y avanzar hacia un país normal.

P. ¿Por qué ya era tarde en 1973?

R. Hubo poco margen, con un general que solo podía trabajar unas horas por día. Ya se habían generado enconos alrededor del antiperonismo, con gente más dispuesta y otros con una oposición cerril.

P. A Balbín lo pone a mitad de camino…

R. Sin duda, siempre estuvo más cerca del acuerdo que de la ruptura. Balbín y una cantidad de dirigentes notables del radicalismo, donde tuve grandes amigos. Pero el sector que venía de la izquierda universitaria del radicalismo era cerrilmente antiperonista, al margen de lo que haya sido después el doctor Raúl Alfonsín como presidente. La historia después mezcla un poco todo, porque no había un sector más agresivamente antiperonista que el Ejército Revolucionario del Pueblo, el ERP. Después con el paso de los años parecen todo lo mismo.

P. En sus memorias hace hincapié en los ataques de la juventud peronista al sindicalismo, que al fin y al cabo era la médula espinal del peronismo. ¿La lucha contra la dictadura no debería haber bastado como elemento aglutinador?

R. Sí, pero no lo logramos. Ese fue uno de mis fracasos, porque era una de las tareas fundamentales que tenía que desarrollar. Hice todo lo que pude, pero lo viví como un fracaso.

P. Llega entonces el asesinato de Rucci. Cuenta que Perón sintió que le habían matado a un hijo y desde entonces no hubo vuelta atrás con Montoneros. ¿Cómo recuerda ese momento?

R. Fue un tema sin regreso, durísimo. No podía creerlo, pero ya había habido dos o tres actos de la juventud peronista en los cuales se coreaba ‘Rucci traidor, a vos te va a pasar lo que le pasó a Vandor’ [asesinado en su despacho de la Unión Obrera Metalúrgica (UOM) en 1969]. Dentro de la juventud peronista tenían mucha presencia sectores que venían de una izquierda universitaria que era gorila.

P. ¿Pero por qué ven como un enemigo a Rucci?

R. No tengo una explicación. Yo intento lograr la unidad de sindicatos y juventud con una reorganización del movimiento que me manda a hacer el general, pero los hechos se nos vienen encima. En lugar de esa reorganización tenemos al sindicalismo que promueve una juventud sindical para competir contra la peronista. Y la juventud que crea una juventud trabajadora peronista para competir con el sindicalismo. Se va generando una dinámica en la cual ya era todo muy difícil.

P. ¿Cuál fue el papel de Isabel Perón, Isabelita, en el regreso de Perón a Argentina?

R. Ella cumplió en varias ocasiones largas tareas encargadas por el general y las cumplió muy bien, con gran entereza personal. Hablo de sus viajes a Buenos Aires, donde la pasaba muy mal porque era maltratada. El gorilismo era terrible, le tiraban de todo. Entender qué pasó después es difícil, porque una cosa es cumplir con tareas encargadas por Perón y otra conducir ella sola. Es fácil decir que no le daba la cabeza, pero ¿a quien le hubiera dado la cabeza para semejante país? Entrábamos en un mundo ultracomplejo, en una América Latina rodeada de golpes de Estado, con crisis de deuda y del petróleo. Es fácil criticar a la señora Isabel.

P. ¿El regreso de Perón fue una oportunidad perdida, visto lo que siguió tras el golpe contra Isabel en 1976?

R. Fue una tremenda oportunidad perdida para la Argentina y un tremendo desperdicio que seguimos padeciendo. El país partido es una herencia nefasta que no hemos podido superar.

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