Alexis y Armando, dos cubanos que iniciaron hace seis meses su travesía desde la isla en una pequeña lancha en medio de la oscuridad de la noche, llevaban casi un mes atrapados en Tapachula, en la frontera sur de México. Después de atravesar cuatro países terminaron durmiendo en parques y plazas de la ciudad esperanzados con la promesa de recibir una visa humanitaria para cruzar México de forma legal sin tener que enfrentar más riesgos. Hasta hoy. Este domingo 23 de abril se han hartado de esperar. Han empacado sus ropas, sus documentos y dos botellas con agua cada uno y han decidido marcharse esperando que ningún retén los detenga en el camino. Para arrancar han puesto sus ilusiones en algo grande: los casi 3.000 migrantes más que los acompañan en la última caravana en salir de la ciudad que los mantuvo atrapados.
Alrededor de las seis de la mañana, cientos de migrantes empezaron a reunirse en el parque Bicentenario, en el centro de Tapachula. Media hora después, miles de personas ya marchaban hacia el norte, celebrando y retando al Gobierno de Manuel Andrés López Obrador a detenerlos. Una práctica habitual dentro de la polémica política de contención del gobierno de Morena con la Guardia Nacional en primera línea.
Esta caravana, aunque es similar a otras que la han antecedido, viene precedida por la muerte hace un mes de 40 migrantes en un incendio en un centro de Gobierno en Ciudad Juárez, ante la mirada de agentes de migración que no hicieron nada para liberarlos a pesar de las llamas. La marcha, llamada Viacrucis Migrante, está encabezada por migrantes que sostenían pancartas sobre esa última tragedia, ocurrida el 27 de marzo. “El Estado los mató”, dice una de las mantas o “Lo podrás negar, pero no ocultar. Porque todos lo sabemos: Es un crimen de Estado”, se lee en otro cartel.
Como Alexis y Armando, los cubanos, miles de migrantes han celebrado el triunfo de abandonar la ciudad que los ha mantenido atrapados con trámites burocráticos y les ha impedido seguir su camino hacia Estados Unidos bajo la amenaza de capturarlos y deportarlos a su país de origen si salen del Estado de Chiapas. Tapachula, como han denunciado muchas organizaciones civiles, es una especie de cárcel a cielo abierto para decenas de miles de migrantes que se ven atrapados en ella una vez entran por la frontera sur de México. “Gracias, pero nos vamos. Nunca quisimos estar aquí”, han gritado algunos migrantes.
Jonh, un haitiano de 25 años, originario de Puerto Príncipe, la capital de Haití, celebra el primer triunfo de la caravana gritando junto a sus compañeros de viaje centroamericanos que brincaban y vitoreaban tras pasar el primer retén migratorio en la ruta, ubicado bajo el puente Viva México. “¿Y yo qué voy a hacer en Tapachula?”, se pregunta Jonh, quien lleva un mes atrapado en la ciudad. Usualmente, en el punto migratorio de Viva México los migrantes son detenidos cuando viajan en grupos pequeños. Este domingo, el puesto ha estado cerrado y sin presencia de agentes migratorios. En el lugar únicamente había presencia de la Policía Estatal, Protección Civil y organizaciones humanitarias como UNICEF.
La caravana está liderada por Irineo Mujica, activista en pro de la defensa de los derechos de los migrantes con más de 20 años de experiencia. Al inicio de la marcha, Mujica dijo que Tapachula es una ciudad que mantiene “presos” a los migrantes y ha exigido la eliminación del Instituto Nacional de Migración (Inami) y de las cárceles o centros de detención donde se alberga a los migrantes antes de ser deportados.
También Marco, un joven hondureño, celebró la salida de Tapachula: “¡Nos vamos! ¡Ya no nos detienen!”. Marco llevaba dos meses atrapado en la ciudad fronteriza junto a dos de sus amigos, todos provenientes de San Pedro Sula, al norte del país. “Hace un mes me detuvieron aquí y me mandaron a la frontera de Honduras con Guatemala. Desde ahí nos tuvimos que regresar y nos asaltaron”, cuenta. Los tres aseguran que, tras el asalto, tuvieron que dormir en las aceras de las calles aledañas al parque central de la ciudad, Miguel Hidalgo. Y para comer, tuvieron que pedir limosna.
Epicentro de la crisis migratoria
Desde 2019, Tapachula se ha convertido en el epicentro de una crisis humanitaria en el sur de México. El programa llamado Quédate en México, que en teoría plantea un México de puertas abiertas para los migrantes que quieran tramitar su estatus de refugiados, es en la práctica una política retentiva que mantiene a decenas de miles de migrantes atrapados.
Aunque una buena parte de la caravana está conformada por hondureños, en esta no solamente viajan centroamericanos. Tapachula se ha convertido, además, en el epicentro de una nueva migración proveniente del sur de América, del Caribe e incluso de Asia y África.
Los miles de migrantes que conforman la caravana se detuvieron a descansar al mediodía de este domingo en el ejido Álvaro Obregón, aún dentro de la jurisdicción de Tapachula, apenas a 16 kilómetros de distancia de donde empezaron. Aunque muchos aún no lo dimensionan, todavía les faltan más de 1.100 kilómetros de camino por recorrer. Al menos unos 14 días más.
La caravana simboliza una ruptura a la “trampa” en que se ha convertido la ciudad y que mantiene retenidos a miles de migrantes en condiciones inhumanas. Activistas locales estiman que en la ciudad hay aproximadamente 40.000 migrantes estancados. Muchos de ellos aún esperando los resultados de su trámite solicitando una visa humanitaria o estatus de refugiado que les permita atravesar el país. Otros han decidido hacer vida en ese lugar optando por trabajos con salarios de hambre que rondan los 100 pesos al día (unos cinco dólares).
A pesar de la salida masiva de este domingo, Tapachula aún sigue llena de migrantes que esperan. Mientras tanto, este grupo avanza lentamente hacia Ciudad de México donde esperan exigir mayor agilidad para tramitar sus documentos humanitarios.
Tumbado sobre una cancha de básquetbol en el parque del ejido Álvaro Obregón, donde descansará esta noche la caravana hasta su próxima salida, al amanecer de mañana, Alexis reflexiona sobre el camino y sobre su posible retroceso. “No importa caminar hasta morirnos. O incluso quedarnos aquí. Cualquier cosa menos volver atrás”, dice.
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