No es la corcholata con mayores posibilidades de ganar la presidencia en 2024, pero el repentino protagonismo que le ofrece sustituir en las mañaneras a Andrés Manuel López Obrador, aquejado de covid-19, le otorga al menos la oportunidad de subir sus bonos. ¿Quién es este tabasqueño, casi un desconocido en la escena nacional hasta hace dos años?
No resulta fácil definir el perfil político de un hombre introvertido dedicado a la vida pública, una de las muchas contradicciones en la imagen que circula de Adán Augusto López Hernández. También resulta extraño que la opinión pública dé por descontado que se trata del precandidato de mayor edad, cuando en los hechos es el más joven de los tres punteros. Tiene cuatro años menos que Marcelo Ebrard y es 15 meses menor que Claudia Sheinbaum. No es el único rasgo engañoso de Adán. Por su procedencia, su acento y su perfil, algunos lo toman como una versión más provinciana de su tocayo y paisano, el presidente. Pero su currículo no podía ser más diferente.
Es abogado por la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco, tiene estudios de derecho en el Instituto de Derecho Comparado de París y estudios de posgrado en Ciencias Políticas por la Universidad de París II; posteriormente pasó poco menos de un año en Ámsterdam, Holanda, tomando cursos en materias jurídicas. Es decir, en lo tocante a idiomas, estudios o experiencias internacionales, su trayectoria está más cercana a la de un hijo de las élites mexicanas, que a la de un luchador de oposición o a una figura crecida entre baños de pueblo como la de López Obrador.
Adán Augusto López parecía destinado a continuar la próspera profesión del padre, un notario afamado de la capital tabasqueña. Hijo del notario Payambé López Falconi, de origen yucateco, y de la maestra Aurora Hernández Sánchez. Nació el 24 de septiembre de 1963 en Paraíso, Tabasco, una pequeña población pegada al Golfo de México, a 80 kilómetros de la capital del estado. Adán Augusto López hizo las tareas necesarias para continuar la tradición familiar: obtuvo el título de abogado, trabajó en la notaría, consiguió la suya y se inscribió desde joven en el PRI, vía necesaria en Tabasco para participar con algún éxito en la vida pública regional.
A lo largo de estos años, su década de los treinta, alternó posiciones entre la notaría y la administración pública local. En el año 2000 fue coordinador de la campaña del priista Manuel Andrade para hacerse de la gubernatura del Estado. Andrade tenía 35 años y Adán 37. Las elecciones fueron impugnadas y debieron ser repuestas y al culminar ese proceso, Adán se había distanciado del PRI. Pero el hecho es que dejó ese partido 13 años después de que Andrés Manuel López Obrador tomara el camino de la disidencia. Este pecado original de Adán no le costó el acceso al paraíso tabasqueño del obradorismo.
En 2005 coordinó en el sureste la campaña presidencial de López Obrador y a partir de entonces comenzó a fungir como su operador político en la región. En 2007 fue elegido diputado local por representación proporcional y dos años después fue designado candidato a una diputación federal, ahora sí por mayoría relativa. A los 46 años, por vez primera, experimentaría la política nacional desde la capital.
En este punto habría que insistir en que, si bien las familias de Adán y de Andrés Manuel se conocían porque su padre era el notario del movimiento, median entre ellos 10 años de edad. Con el tiempo la relación se haría más cercana; Adán ha mencionado que tomó la costumbre de facilitar un auto con chofer para trasladar a López Obrador del aeropuerto de Villahermosa al rancho de Palenque, en sus frecuentes visitas familiares y de descanso. En ocasiones lo acompañaba parte o la totalidad del trayecto. Cada vez más obradorista, se animó a competir por la candidatura perredista al Gobierno de Tabasco en 2012, pero le tocó enfrentar a un verdadero peso pesado: Arturo Núñez Jiménez. El premio de consolación para Adán Augusto no fue menor; ese mismo año fue electo senador por Tabasco. Dos años después, al nacer Morena, y como el resto de los obradoristas, abandonó el PRD y en 2016 fue nombrado dirigente estatal del nuevo partido en Tabasco. Para 2018 el notario que prefirió la política estaba listo para conquistar su tierra. Su trayectoria, el padrino y el momento le permitieron enfrentar la precandidatura al Gobierno del Estado sin un rival a la vista y la campaña misma se convirtió en un paseo en alfombra roja.
Su gestión como gobernador duró apenas 32 meses, menos de medio sexenio; demasiado poco para un análisis de sus políticas y sus resultados. Con todo, algunas decisiones puntuales permiten atisbar rasgos de carácter e inclinaciones ideológicas. Un par de iniciativas por demás polémicas: la llamada Ley Garrote, que pretendía castigar con penas de cárcel a quien obstaculice la construcción de obras públicas o privadas, y el pleito verbal con el director de la CFE a propósito de las presas tabasqueñas.
En 2021, justo a mediados del sexenio, el presidente lo trajo a la Secretaría de Gobernación, que en manos de Olga Sánchez Cordero se había caracterizado como una representación institucional más formal que política. Ahora AMLO necesitaba un operador en ausencia del defenestrado Julio Scherer y el distanciado Ricardo Monreal. Requería de alguien que no pusiera en riesgo su liderazgo absoluto, un cuadro con estatura política importante, pero que su peso no procediera realmente de su trayectoria, sino de la confianza que le otorgaba el líder del movimiento. Terminó siendo una descripción de puesto del perfil de Adán Augusto López.
Desde entonces el secretario ha intentado “venderse” como un soldado del presidente; gestor del poder pero no poderoso, funcionario institucional. Eso le sale bien y lo está demostrando. Lo que no le sale bien es tomar la iniciativa e imitar al presidente al golpear a los adversarios verbalmente: carece del carisma y la picardía de su tutor.
En este momento los augurios para quedarse con la candidatura de Morena no lo favorecen, pero mientras no haya decisión todo es posible. El desafío no es menor. Para llegar a la silla presidencial, Adán Augusto tendría que romper un puñado de maleficios que operan en su contra: en el México moderno nadie ha ganado saltando desde Gobernación; ninguna entidad, salvo la capital, ha reincidido en la presidencia (serían dos tabasqueños sucesivos); el trono nunca ha repetido dos veces el mismo apellido, por no hablar de que nadie ha remontado una intención de voto de 20 o 30 puntos de desventaja seis u ocho meses antes de la decisión.
Cuenta de Jorge Zepeda Patterson en Twitter: @jorgezepedap
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