Carlos y Camila. Guillermo y Kate. Punto final. Esos cuatro, y no otros, pretendían ser los protagonistas de la coronación de Carlos III de Inglaterra, celebrada este sábado 6 de mayo en la abadía de Westminster. Y lo consiguieron. Si alguien temía que otros miembros de la familia real, y especialmente Enrique, el hijo menor de Carlos, y Andrés, su hermano, los eclipsaran mínimamente, nada había por lo que preocuparse. Tanto el hijo díscolo como el hermano repudiado han pasado del todo desapercibidos en la ceremonia. Y Carlos III ha respirado aliviado. La cordialidad ha sido la tónica.
Tanto el duque de York como el de Sussex han entrado con el resto de la familia real británica a Westminster sobre las 10.45 de la mañana (hora local), poco antes de que lo hicieran los reyes y los príncipes de Gales. En las calles de Londres, donde decenas de miles de personas han visto la ceremonia a través de pantallas, no se ha dado ninguna importancia a su presencia. Se han escuchado hurras y vivas cuando han entrado a la abadía Carlos y Camila, así como Guillermo y Catalina, los herederos. También cuando el primogénito ha rendido homenaje a su padre. Pero nadie ha abierto la boca al ver a Enrique ni a Andrés. Ambos, como ya se sabía, han llegado sin Meghan Markle, que se ha quedado en California, y sin Sarah Ferguson, divorciada del hermano del rey desde hace un cuarto de siglo pero con quien mantiene una estrecha relación.
La duda estaba, sobre todo, en la aparición de ambos en el balcón del palacio de Buckingham durante el saludo de los nuevos reyes. La de Enrique resultaba bastante poco probable. Tal y como habían explicado sus portavoces oficiosos, se marcharía de Londres en cuanto terminara la ceremonia para llegar a tiempo a su casa de Montecito, en California, y celebrar allí el cumpleaños de su hijo mayor Archie (este mismo día ha cumplido cuatro años). Y así ha sido. Apenas ha estado 24 horas en la capital británica. En cuanto ha acabado la ceremonia ha salido de la abadía y, según los medios británicos, se ha montado en un coche rumbo al aeropuerto. Allí ha estado sentado en tercera fila, junto a sus primas Eugenia y Beatriz y los maridos de estas. Poco o nada le han enfocado las cámaras de la retransmisión, mucho más centradas en su padre y su madrastra y, si acaso, en su hermano y su cuñada.
Tras los muchos desplantes por parte de los Sussex a su familia, de la que no deja títere con cabeza ni en su documental de Netflix ni en su libro de memorias, Enrique y Meghan se han convertido en un cierto dolor de cabeza para Carlos, que lo último que quería era que el acto más importante de sus 74 años de vida se viera empañado por el culebrón en el que su hijo ha querido meter a todos. Y Enrique ha sabido, como ha hecho pocas veces en estos tres años desde que se marchó, mantener una posición perfecta con respecto a su familia. Sí ha acudido a este evento fundamental para su padre, pero ha decidido hacerlo en un plano discreto y sin que su esposa, Meghan Markle, ni sus dos hijos Archie y Lilibet estuvieran presentes, para pasar aún más desapercibido.
Por su parte, el príncipe Andrés también ha tenido un papel discreto en la abadía y en todo el acto. Ha salido del palacio de Buckingham en un coche negro, él solo, y se ha unido a su hija Eugenia (embarazada de su segundo hijo) en un coche para llegar a la abadía. Después ha acompañado tanto a Eugenia como a su otra hija, Beatriz, y a Enrique en la procesión por el pasillo central de la abadía. Mientras Enrique de Inglaterra iba vestido con un chaqué, el hermano del rey ha vestido la Orden de la Jarretera, la más alta orden de caballería del imperio británico. Un atuendo que, durante el Jubileo de Platino de la reina Isabel en junio de 2022, no pudo usar.
El papel de Andrés es, incluso, más complejo que el de Enrique, que al fin y al cabo ha sido simplemente el de alguien que no terminaba de encontrar su sitio y decidía marcharse. En el caso del duque de York, las acusaciones que pesan sobre él son mucho más poderosas. En febrero de 2022, el que fue hijo favorito de Isabel II llegó a un acuerdo extrajudicial para zanjar la demanda que Virginia Giuffre, de 38 años y que tenía 17 cuando conoció al príncipe hace dos décadas, presentó contra él por abuso sexual. Giuffre le ha acusado públicamente y durante una década de violarla cuando era menor de edad en un encuentro en el que les presentó Jeffrey Epstein, magnate neoyorquino que se suicidó en la cárcel mientras esperaba un juicio por tráfico sexual de menores y conspiración.
La imagen pública de Andrés está rota, pero parece que su familia, que sabe que debe apartarle, le sigue teniendo en cierta consideración, dado que esta vez sí que ha llevado la Orden de la Jarretera pese a haber sido despojado de sus títulos y cargos públicos en enero de ese año, poco antes del acuerdo judicial. Eso sí, la restauración de Andrés no es completa —y probablemente nunca lo sea—: no ha aparecido en el balcón del palacio de Buckingham a saludar con Carlos y Camila. La normalidad que todos esperaban y que tanto ansia el nuevo rey.