Hay quien cree que con los partidos políticos pasa como con los clubes deportivos. Que quienes le van al equipo rayado nunca abandonarán a éste por otro, que los que siguen a los medias blancas primero muertos que irse a la porra de los medias rojas. Entre quienes piensan así están los líderes de Acción Nacional.
De tiempo atrás el PAN actúa como si tuviera segura una cuota del padrón electoral. Su dirigencia maneja su franquicia como quien sabe que hagan lo que hagan, o dejen de hacer lo que dejen de hacer, sus simpatizantes les votarán en cada cita comicial. Tal proceder condena a los blanquiazules al tobogán de la irrelevancia.
Acción Nacional no pasa por un buen momento. El largo eclipse del PRI impide ver que los panistas no cantan mal las rancheras de las derrotas. Y si en vez de revisar la estrategia insisten en no ver el costo que les acarrearán sus escándalos, pronto descubrirán que están más cerca que nunca de, en efecto, ser tan marginales como hoy el tricolor.
En 2024 podría darse el declive más importante del PAN desde que comenzó a ganar gubernaturas 35 años atrás. En las elecciones a celebrarse en trece meses Acción Nacional debe marcar una tendencia crucial para su futuro: ha de ganar bastante control territorial, pues conformarse con retener lo que hoy tiene será ya de por sí una derrota.
Para llegar a esa cita con fuerza la tarea obligada para el PAN no son los cónclaves en los que se echan porras entre ellos sin debatir, decididamente y frente a la sociedad, qué hacer con el paquidermo en la sala que son las acusaciones de corrupción formuladas por autoridades capitalinas en contra de algunos de sus encumbrados militantes.
Durante años la gente votó a Acción Nacional porque creía que eran distintos y mejores que los priistas, primero, e incluso –años después– que los perredistas. Hoy no solo han decidido mezclarse con sus adversarios de ayer, sino que se resisten a revisar los escándalos de corrupción con idéntico desdén al de Morena. ¿Así cómo ganarán votos?
En 1989 los panistas comenzaron a ver concretados los anhelos de muchos años de trabajo y resistencia. Su gran arrastre entre la ciudadanía y la autoridad moral de sus líderes hicieron que fuera imposible que ese año les regatearan el triunfo en Baja California. Inició así la era de las alternancias en las gubernaturas. El PAN abriendo brecha a la democracia.
A partir de ese año las y los mexicanos dieron oportunidad a los panistas en las más diversas entidades, y en varias de ellas esa confianza se les reiteró por varios sexenios.
Tuvieron gobiernos al hilo en Jalisco y en la propia BC. Se han asentado en Aguascalientes, Querétaro, Guanajuato y Yucatán, donde ganen o pierdan son competitivos. Muchos otros gobiernos los obtuvieron en coaliciones o con expriistas (como Puebla con Moreno Valle). Y son –es cierto– primera fuerza opositora en el Congreso federal.
Y sin embargo hoy su marcha carece de ímpetu. Las victorias en alcaldías y diputaciones en 2021 fueron excepcionales. Más producto del exceso de confianza de Morena y el hartazgo de la sociedad, que de la apuesta de la oposición de labrar una buena estrategia y depurar su cuadro de dirigentes; el PAN es el que más ejemplifica eso.
Confirmación de lo anterior son las derrotas de 2022, el panorama mixto que se vislumbra en las dos gubernaturas en juego este junio y las tendencias en las encuestas rumbo a 2024. Y en esos tres renglones a Acción Nacional le va mal.
En los comicios del año pasado el PAN retuvo Aguascalientes pero perdió Tamaulipas. Y aunque fue en alianza en Durango, quien ahí gobernaba era de su partido y quien hoy gobierna ahí es un priista.
Este año los panistas son música de acompañamiento en los cruciales comicios de Estado de México y Coahuila. Por si fuera necesario enfatizarlo: hace solo seis años AN disputó palmo a palmo la elección coahuilense con el PRI, al punto de declararse ganador la noche de la elección en 2017. Hoy ni siquiera pudo lograr que un blanquiazul fuera el candidato.
Es cierto que la crisis del PRI en cuanto a gobiernos estatales es mayor, pero en el caso de los panistas en importantes estados en los que llegó a gobernar como Jalisco o Nuevo León hoy ni siquiera es segunda fuerza. Y todo pinta para seguir igual en 2024.
De cualquier forma, López Obrador tiene para con ellos una particular afrenta y una clara estrategia. Con el escándalo por el juicio en Estados Unidos en contra de Genaro García Luna y con serias acusaciones de violaciones a la ley en desarrollos inmobiliarios en la Benito Juárez, el régimen morenista mina semana a semana las posibilidades de los azules.
Que las acusaciones, las segundas instrumentadas por el gobierno de la ciudad de México, tienen claros tintes políticos no hay ni qué decirlo. Pero ello no significa que –para centrarnos en el caso del llamado cartel inmobiliario de la Benito Juárez— sean sorpresivos, infundados o carezcan de antecedentes.
Con el hoy diputado Jorge Romero al frente, la Benito Juárez ha sido un terreno donde por trienios líderes vecinales han denunciado una voracidad inmobiliaria que no pudo existir sin la complicidad de las autoridades panistas que llevan lustros manejando los destinos de esa demarcación.
Esas denuncias hicieron crisis meses atrás con la explosión por fuga de gas de unos departamentos en la Del Valle Acacias, tragedia que destapó una cloaca. Que de ello se haya colgado Claudia Sheinbaum para apuntalar su carrera presidencial no hace menos grave la problemática de la corrupción en la Benito Juárez.
A la jefa de gobierno hay que reclamarle que instrumente y aliente investigaciones similares en otros territorios de la capital y en contra de quienes resulten responsables, incluidos por supuesto aquellos políticos que hoy le apoyan. Si en algo tienen razón los panistas es en que hasta hoy es una persecución sectaria, pero eso no los salva per se.
En todo caso, el escándalo de la Benito Juárez está lejos de concluir y el daño colateral del mismo será magnificado por la negativa del PAN a asumir que añejos señalamientos vecinales de irregularidades no fueron debidamente atendidos por sus correligionarios.
No es demasiado tarde para soltar el lastre. Acción Nacional tuvo la simpatía y el apoyo popular cuando hizo todo lo posible por distinguirse de prácticas corruptas, negligentes o irresponsables. Eso fue lo que le llevó como partido a ir escalando posiciones en la tabla del poder.
Hoy, y tras dos sexenios en Los Pinos en los que tampoco pudo marcar mucha diferencia en la forma de procesar sus escándalos, la dirigencia de Marko Cortés cree que puede administrar su parcela de poder sin caer en cuenta que lo que tiene lo recibió de los votantes, y que estos no ven ni en él ni en los suyos un desempeño a la altura del PAN.
De seguir por ese camino, que les lleva a comportarse como directiva que minimiza los abucheos populares que reclaman el retorno de la mística en el equipo, enfilarán al descenso, y sin retorno.
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