Había un tiempo en el que los porteros atajaban sin guantes. Ellos, con cinta sobre sus dedos, resistían los duros golpes de los balones de cuero. Las manos ganaban resistencia y fuerza. Con los años, las secuelas eran inevitables: artritis o cicatrices. Los puños de Antonio Carbajal (Ciudad de México, 1929; León, 2023), tras más de cincuenta años de fútbol en su estado más puro, parecían los de un boxeador, como unas manoplas acartonadas con poca movilidad. La Tota, como le apodaban, detuvo penaltis, desvió chutes de ensueño, en la era del mejor Pelé. Su apetito por ser un deportista de alto nivel le abrió las puertas para ser una leyenda del fútbol y hoy, ese mismo deporte que ha evolucionado, llora su muerte.
Carbajal falleció este martes en la ciudad de León, en Guanajuato, a los 93 años. Toda su carrera la desarrolló como portero en el extinto Real Club de España y en el León, donde se convirtió en mito. Su metro con 83 centímetros le hacía destacar entre sus compañeros de generación. Era un deportista completo. Eso le llevó a jugar con México a nivel internacional. El país tuvo la fortuna (y luego el suplicio) de estrenar el campo del estadio Maracaná, en el Mundial de Brasil. El Tri terminó goleado 4-0. Jugó en aquel Mundial de 1950, en Suiza 1954, Suecia 1958, Chile 1962 e Inglaterra 1966.
Así, La Tota Carbajal fue el primer futbolista en jugar cinco Copas del Mundo. Un hito que, con el tiempo, compartió con Lothar Matthäus, Gianluigi Buffon, Rafael Márquez, Cristiano Ronaldo, Lionel Messi, Andrés Guardado y Guillermo Ochoa. Carbajal, además, vivió la primera vez que México obtuvo un punto en la fase de grupos de un Mundial, en un empate contra Gales. También le tocó jugar en el primer triunfo de los mexicanos en una Copa del Mundo frente a Checoslovaquia en 1962.
En esos cinco Mundiales, Antonio Carbajal demostró ser un hombre de supersticiones. En todos jugó sin guantes. “Una vez alguien me dijo ‘gato con guantes no agarra ratón’. Me los puse el primer día. No recuerdo si Nacho Calderón me prestó los guantes. “Mira, póntelos, hombre”. [Los usé en un partido] contra Uruguay ese partido [1966]. Estaba lloviendo. La primera pelota que viene me bota antes y la malabareo y la agarré. Despejo y le devuelvo los guantes. ‘Ahí están tus chingaderas, no sirven para nada’. Jamás usé guantes. Y ahora mira, ahora parecen manoplas de béisbol”, contó en 2018 a EL PAÍS.
Otra de las cábalas de La Tota era usar los mismos botines. “[Me] decía que eran los de la buena suerte. Mi esposa me decía: ‘¿los de la suerte? ¡Pero si siempre te meten goles!”, recordó para este diario. También usó doble camiseta en cada Mundial. Era una remera verde del León que se ponía debajo del suéter negro de la selección mexicana. Esa y otras reliquias las subastó para apoyar a los suyos tras el terremoto que golpeó México en 1985.
El guardameta contaba que el Real Madrid de Santiago Bernabéu le buscó para ficharlo en los finales de la década de los 50. Él se negó. “Si a mí el fútbol mexicano me había dado la oportunidad de ir a una olimpiada y a dos mundiales. Quería darle el fútbol a México y se acabó. No me arrepiento nada. Me juzgaron muy severo. Me tenía sin cuidado. Muchos me dijeron “¡qué baboso!”. No me arrepiento”, explicó en 2018.
El día que se retiró Carbajal hubo lluvia. “Gracias, señor [refiriéndose a dios]. ¿Te duele que me vaya del fútbol?”, recuerda que se dijo. Su último partido, con 33 años, fue en un partido contra Uruguay. Fue entrenador, pero también abrió un taller de vidrio. Ahí recibía a los periodistas y aficionados que querían tener un poco de él. En su escritorio, cubierto por polvo, mantenía las estampas o cromos con su rostro, fotografías, autógrafos. En sus últimos años pasaba el tiempo en un orfanato en León, donde daba clases de fútbol a los chicos en una cancha de llano. Incluso en su rol como maestro rechazaba ceñirse unos guantes.
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