Malak Altaeb, experta en recursos hídricos: “Con la guerra de Ucrania, la seguridad alimentaria no está garantizada en Libia” | Planeta Futuro

Malak Altaeb recuerda que la primera vez que sintió la escasez del agua en su ciudad, Trípoli (Libia), fue a los 16 años. “Primero estábamos desabastecidos durante horas, pero luego llegó a extenderse varios días”, dice. Esta investigadora tiene solo 29 años, pero lleva media vida de trabajo visibilizando el impacto del cambio climático en su país y también de la región de Oriente Medio y África del Norte (MENA, por sus siglas en inglés). El más reciente informe de Unicef coloca a este territorio como el de mayor estrés hídrico a nivel mundial, debido a que 14 de los 17 países con niveles críticos de escasez del agua se encuentran en esta región. “El agua puede dar vida, pero si falta también trae consigo la muerte. Puede hacer tambalear la agricultura, la seguridad alimentaria, la salud… es una gran bola de nieve”, lamenta la especialista en política ambiental y miembro del Parlamento Mundial de la Juventud por el Agua.

Altaeb lo tiene claro: “La crisis del agua no es únicamente de escasez, sino de gobernanza política y mala gestión”. Por eso, en 2011, cuando apenas empezaba el bachillerato, decidió formar parte del movimiento juvenil árabe por el clima. Y luego del de Libia que, golpeado por los embates del calentamiento global, la sequía y la creciente demanda del denominado “oro azul”, actualmente se posiciona como el cuarto país más pobre en agua del mundo, según Unicef. Le preceden Kuwait, Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudí.

La experta habla de los retos que enfrentan los jóvenes a la hora de ofrecer soluciones para la crisis climática y del agua. Según Altaeb, el desempleo, las migraciones internas o la falta de presupuesto para proyectos verdes son solo algunos de los problemas con los que se encuentran. Lo dice durante una visita reciente a la Casa Árabe de Madrid, en donde ha participado con la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (Aecid) y el Instituto Europeo del Mediterráneo (IEMed).

Pregunta. ¿Cuál es el rol de los jóvenes en la búsqueda de soluciones a la crisis de los recursos hídricos?

Respuesta. Su papel es fundamental, porque hemos crecido con las secuelas del cambio climático y muchos tenemos las herramientas para elaborar proyectos que disipen o mitiguen una crisis inminente. Implicar a los jóvenes también quiere decir tener nuevas ideas de proyectos verdes, que van desde lo técnico hasta lo social. Nosotros tenemos la responsabilidad de analizar si los mensajes que nos llegan sobre este recurso son reales. Los medios de comunicación, los gobiernos o las empresas no anuncian una crisis inminente del agua, todo lo contrario, dan una falsa idea de riqueza de este recurso.

P. ¿Quiere decir que mienten?

R. Así es, porque, aunque Libia es uno de los países más secos del mundo, en los años ochenta, durante el régimen de Gadafi, se difundió un discurso de abundancia. Esto fue posible gracias a la construcción del Gran Proyecto de Ríos Artificiales —una obra de ingeniería, construida en los noventa, que a través de la excavación de 1.300 pozos de agua subterránea dotó de este recurso a cerca del 90% de la población—. El problema es que el agua de estos pozos no es renovable, y la sequía y la demanda de agua colocan al país en un estrés hídrico cada vez peor. Además, la intrusión progresiva de agua de mar en los acuíferos costeros la contamina y pone en peligro la salud de la población, que consume este líquido día a día. Lo que en su tiempo parecía la solución definitiva para atender las necesidades de agua en el país, hoy es un problema.

El 80% de los recursos hídricos están destinados a la agricultura, por lo que este sector está golpeado por la escasez

P. ¿El agua fue utilizada como una herramienta política?

R. Sí, para reforzar el discurso de poder del régimen de Gadafi y legitimar la extracción de estos recursos. Se convirtió a los acuíferos de aguas subterráneas en la principal fuente hídrica para los libios. Pero también como una herramienta de poder. La distribución de las tuberías de agua en ciertas zonas tenía por objetivo dar poder a algunas tribus, mientras que en otras regiones —sobre todo en las de la zona montañosa— se vieron excluidas de la dotación de este recurso. Aun en la actualidad se sigue usando como un arma. Con el cambio de régimen empezaron a surgir muchos ataques a pozos de agua del país, debido a los enfrentamientos entre el Gobierno de Acuerdo Nacional, reconocido por la ONU, y el Ejército Nacional Libio de Jalifa Haftar, que domina el este y el sur del país.

P. Usted menciona que la crisis del agua tiene un efecto dominó negativo en otros ámbitos.

R. El 80% de los recursos hídricos están destinados a la agricultura, por lo que este es el sector más golpeado por la crisis. Pero es fundamental comprender que todo el funcionamiento de la sociedad está conectado con el agua, sobre todo lo referente a la seguridad alimentaria y a los medios de subsistencia. Cada vez dependemos más de las importaciones de alimentos. Los agricultores, que sufren de recortes continuos de agua, han empezado a cavar sus propios pozos para uso doméstico, y otros se han visto en la necesidad de empezar a comprar tanques de agua. Esto representa una carga económica bastante alta. Las personas han buscado sus propias soluciones, en tanto que el Gobierno no ha ofrecido alternativas a este problema.

P. ¿Cuál es la solución?

R. La desalinización es el método más eficiente. Esto se lleva implementando en Libia desde los años sesenta, pero el antiguo régimen decidió no darle más importancia, sino que se centró en la implementación del Gran Proyecto Fluvial Artificial. No hubo apoyo público al desarrollo de plantas desalinizadoras en todo el país. Las que existen requieren mucho mantenimiento y no se ha destinado presupuesto para apoyar a los nuevos emprendedores.

P. Con este panorama de escasez de agua que afecta a la producción de alimentos, ¿qué impacto añadido ha supuesto la guerra en Ucrania?

R. Con la guerra, la seguridad alimentaria no está garantizada. El impacto económico ha sido muy grave. Empezamos a ver una inflación acelerada de precios de los alimentos básicos como las verduras, las frutas y sobre todo del trigo. El país depende mucho de las importaciones de este cereal. Aunque también lo producimos, lo cierto es que el consumo es muchísimo más alto, así que lo adquirimos de países como Rusia y Ucrania, aun antes de que empezase este conflicto. Ahora, muchas tiendas han quebrado. Carecemos de varios productos, otros llegan de mala calidad y los que hay superan la capacidad económica de una familia promedio.

Puedes seguir a PLANETA FUTURO en Twitter, Facebook e Instagram, y suscribirte aquí a nuestra ‘newsletter’.

Enlace a la fuente