—Hola. Soy Norma Piña.
El mensaje fue el prefacio del desastre. Como si de un vecino cualquiera se tratara, la presidenta de la Suprema Corte mexicana se presentó así en una serie de mensajes que envió por Whatsapp al senador de Morena Alejandro Armenta esta semana. Unos mensajes que volaron por los aires, aunque sea por un rato, la imparcialidad de la institución y que sirvieron de combustible a la guerra que mantiene el Gobierno mexicano contra el máximo tribunal de justicia del país. El cruce, insólito de inicio a final, terminó siendo la comidilla de la semana.
—Hablo a nombre estrictamente personal pero lo sostengo en público. ¿Usted puede ver a los ojos a sus hijos o hijas después de lo que dice?
El primero de muchos errores que comete la ministra al mandar estos mensajes es abandonar los canales institucionales de comunicación que tiene para hablar con los otros poderes, y usar en su lugar vías informales. Un gesto poco listo ante las decenas de comunicaciones privadas de políticos que se difundieron en el último tiempo como armamento de batalla. Basta recordar la guerra de audios que acorraló a Alejandro Alito Moreno hasta hace muy poco. El segundo de muchos errores fue creer que podía mantener una conversación como si fuera Norma Piña la señora, y no Norma Piña la presidenta de la Suprema Corte.
Pasando por alto el intento de la ministra de aplicar su moral por Whatsapp, Piña ha aguantado en silencio infinitos destratos y descalificaciones no solo del presidente, sino de su séquito de seguidores, desde que fue nombrada para el cargo en enero pasado. Hasta esta semana había sido un personaje discreto, algo que se aprecia entre tanto ruido político que inunda México cada semana. Su postura había sido la de dejar hablar su trabajo por ella. Y qué trabajo, la Corte se ha vuelto en estos tiempos el último revisionista de las políticas de López Obrador. Ahora la moral le ha cobrado ser, más que nunca, el objeto de todas las críticas oficialistas.
—La vida nos juzgará. Buenas noches!!! Y si quiere hacer pública esta conversación yo no tengo problema.
De estas tres frases, no está claro cuál le pareció a Armenta una amenaza, pero alguna sirvió de detonador para hacer pública la conversación. Ante todos los reflectores, el senador dijo haberse sentido intimidado por los mensajes que recibió de quien decía ser Norma Piña. La situación resultaba delirante al punto que durante un día, en un país en el que pasa de todo, la prioridad era saber si la ministra había mandado esas líneas o alguien más se había hecho pasar por ella. Las bromas cubrieron el internet. Los ejércitos de repetidores sin conciencia se dividieron entre la idea de que Armenta lo había inventado todo y de que Piña había mostrado finalmente su rostro.
—Tengo 34 años de vida pública y siempre he sido electo. ¿Usted?
El senador pone el dedo en la llaga. Toda esta pelea entre Morena y el Poder Judicial tiene su raíz —la última— en la embestida del partido gobernante contra la Corte al impulsar la propuesta para que los ministros sean elegidos a través del voto popular. Lo que sigue a este mensaje es una catarata de emojis riendo, muchas bendiciones de Dios, demasiados signos de admiración y perdones que no son aceptados. Armenta insiste con lo de la amenaza, Piña repite unas disculpas y entre desencuentros termina la conversación. Un bizarro episodio de 16 minutos que ha dejado memes hasta el cansancio y una sombra rara sobre la presidenta de la Corte en el momento en el que más necesita mostrarse pulcra.
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