Centenares de millones de personas en todo el mundo están sufriendo los peores niveles de hambre y malnutrición en una generación. El cambio climático, junto con la Covid-19 y los conflictos, son los principales impulsores de esta crisis y han dejado a más de 800 millones de personas sufriendo hambre, mientras cerca de la mitad de la población mundial no puede permitirse acceder a una dieta saludable.
Lo que estamos viviendo es una crisis sistémica, de múltiples causas, una crisis del coste de la vida y del desarrollo humano, que amenaza vidas y medios de subsistencia como no se había visto en décadas. Y, como suele ocurrir casi siempre, son los hogares más pobres, los que gastan más del 50% de sus ingresos en alimentos, los que más sufren. Las mujeres y las niñas, que absorben el choque en primer lugar al ser las que menos comen –y las últimas–, se ven especialmente afectadas, al igual que los niños, que sufren retraso en el crecimiento y tienen que abandonar la escuela para trabajar.
Millones de hogares en situación vulnerable en la frontera de la pobreza vuelven a caer en la misma y su derecho inalienable a una alimentación adecuada está en peligro. La consecución de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), que son nuestro proyecto común de paz y prosperidad para las personas y el planeta, ahora y en el futuro, está amenazada.
Si bien el mundo tiene suficientes alimentos este año –el problema es su distribución y acceso–, el 2023 y los siguientes pueden ser mucho peores, ya que simplemente podría no haber suficientes alimentos, a menos que tomemos medidas urgentes hoy para salvaguardar la producción de alimentos.
La agricultura se ha vuelto más vulnerable a los fenómenos meteorológicos extremos, lo que ha provocado una importante caída de la productividad y la calidad de las cosechas
Recomendamos un enfoque de doble vía para estas medidas. La primera centrada en aliviar el hambre y el sufrimiento inmediatos. La segunda, en la transformación a largo plazo de los sistemas alimentarios para aumentar su resiliencia frente a las crisis. Pero ninguna de estas acciones se producirá de forma espontánea. Requerirán una coordinación, no solo entre actores, sino entre sectores y temas, combinada con mayores –y mejor focalizadas– inversiones y financiación.
Celebramos comprobar que esta coordinación, alineación y debates sobre las inversiones necesarias se están dando en la COP27, ya que el clima y la agricultura están fuertemente entrelazados. Como hemos visto estos últimos años, la agricultura se ha vuelto más vulnerable a los fenómenos meteorológicos extremos, lo que ha provocado una importante caída de la productividad y la calidad de las cosechas. Debemos hacer todo lo posible para proteger la agricultura contra estos riesgos.
La agricultura es el medio de vida de millones de productores a pequeña escala, que producen el 80% de los alimentos que se consumen en el mundo. También es fundamental para un desarrollo equilibrado, inclusivo y sostenible, especialmente en las zonas rurales, marginales y climáticamente frágiles. Los agricultores y agricultoras familiares cuidan también del medioambiente y los recursos naturales, mediante la adopción de prácticas agroecológicas y otros enfoques innovadores, incluyendo el uso eficiente de fertilizantes y otros insumos. En las explotaciones familiares, todos los Objetivos de Desarrollo Sostenible se materializan.
Centrarse en la alimentación y la agricultura dentro de los debates sobre el cambio climático podría ayudar a reducir más de un tercio de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) que produce el sector, según el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC).
Solamente el 3% de la financiación pública para el clima se destina a los sistemas alimentarios
A pesar de esta clara interrelación entre la alimentación, la agricultura y el clima, la realidad es que solamente el 3% de la financiación pública para el clima se destina a los sistemas alimentarios. Y lo que es más grave, únicamente el 2% de estos fondos se destina a los agricultores y agricultoras a pequeña escala y familiares que nos alimentan. En comparación, los sectores de la energía y el transporte reciben el 80% de los fondos.
En este contexto, es alentador que la alimentación y la agricultura ocupen un lugar destacado en la agenda climática de la COP27. Las partes tienen la oportunidad de acordar un nuevo mandato para el trabajo conjunto de Koronivia sobre la agricultura, una decisión histórica adoptada en la COP23 en 2017 que reconoce el potencial único de la agricultura para hacer frente al cambio climático, abordando seis temas interrelacionados: los suelos, el uso de nutrientes, el agua, la ganadería, los métodos para evaluar la adaptación y las dimensiones socioeconómicas y de seguridad alimentaria del cambio climático en todos los sectores agrícolas.
Aunque hay varias opciones sobre la mesa para el futuro de la KJWA, desearíamos que este trabajo fuera más allá de la agricultura sostenible y abordara todos los componentes de los sistemas alimentarios, aprovechando el impulso generado por la Cumbre de Sistemas Alimentarios de la ONU de 2021, para contribuir a la salud humana y planetaria, así como a los objetivos climáticos.
En esta COP27 se ha dedicado un día completo del programa de la presidencia a la agricultura y la adaptación, durante el cual se presentó de la Iniciativa de Alimentación y Agricultura para la Transformación Sostenible (FAST), que fue avanzada en la 50ª sesión plenaria del Comité de Seguridad Alimentaria Mundial (CSA) de la ONU, en octubre de 2022. La Iniciativa tiene como objetivo aumentar las contribuciones de la financiación climática para la agricultura y los sistemas alimentarios.
La COP27 es claramente un momento que debemos aprovechar. Una oportunidad histórica para dar a la alimentación y a la agricultura una silla y una voz iguales en la mesa de debate sobre el cambio climático, al igual que la energía, el transporte y otras cuestiones que siempre han tenido mayor protagonismo.
Solo entonces la reunión contribuirá de manera significativa a la transformación de nuestro sistema alimentario para ofrecer seguridad alimentaria, nutrición adecuada y dietas saludables para todas las personas, al tiempo que se proporcionan empleos e ingresos decentes a agricultores y agricultoras a pequeña escala y familiares y a todos los productores y productoras de alimentos.
Debemos hacer que el momento de la COP27 cuente para la gente y para el planeta.
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