A 48 horas del inicio del Mundial, Qatar ha dado marcha atrás y finalmente ha prohibido la venta de alcohol en las inmediaciones de los estadios donde se celebrarán los partidos. Esta decisión de última hora rompe el pacto previo con las autoridades del emirato y afecta de lleno al acuerdo por 72 millones de euros entre Budweiser, patrocinador del torneo, y la FIFA, según ha adelantado The New York Times.
La FIFA parece haber perdido el control sobre su propio torneo, aunque trata de rebajar el incendio. En un comunicado, ha explicado que tras sucesivos “debates” con el país anfitrión han decidido finalmente “focalizar” la venta de bebidas alcohólicas en el festival para fans y no en las inmediaciones de los estadios, como habían pactado previamente. El acuerdo, como explicó hace un mes a EL PAÍS en Doha la directora ejecutiva de comunicaciones del comité organizador de Qatar, consistía en permitir el consumo de alcohol en unas zonas para fans alrededor de los estadios desde tres horas antes y una después de los partidos. Habría, incluso, un área específica para que a los ebrios se les pasara la borrachera sin que se hicieran daño ni se lo hicieran a otros, según explicaron los propios organizadores qataríes, que ahora reculan.
A medida que se acercaba la fecha de inauguración del Mundial, las autoridades del emirato se han ido poniendo nerviosas con el consumo de alcohol. La semana pasada obligaron a Budweiser a mover sus puestos de venta más lejos, donde fueran menos visibles, y este viernes han decidido que en los alrededores de los estadios solo se venderán bebidas sin alcohol.
El comunicado de la FIFA asegura que, pese a todo, siguen garantizando “una experiencia divertida, respetuosa y agradable para todos los fans” y “agradecen” a AB InBev, grupo propietario de Budweiser, su “comprensión”. La marca cervecera publicó un tuit en el que manifestaba su incomodidad con la decisión de Qatar, pero posteriormente lo borró. Un portavoz de AB InBev explica que como socios de la FIFA desde hace tres décadas, esperan poder celebrar el campeonato con sus consumidores en el resto del mundo y que en el caso del emirato, donde se juega la competición, las circunstancias están “fuera” de su control.
En Qatar rige la sharia (ley islámica), que restringe el consumo de alcohol. Solo se sirve a extranjeros en algunos hoteles y restaurantes, donde una cerveza cuesta unos 12 euros. En todo el país solo existe un lugar donde comprarlo, a las afueras de la capital, Doha, y no cualquiera puede hacerlo. El comprador debe llevar una carta de la empresa para la que trabaja autorizándolo a beber alcohol y su nómina, porque solo se pueden adquirir bebidas según un porcentaje del salario. Varias personas consultadas por EL PAÍS que han comprado en ese lugar explican que es muy “sórdido” ―“tenía la sensación de estar comprando crack”, recuerda un exdiplomático en la zona―, y que existe cierta picaresca, porque de vez en cuando se ve a trabajadores inmigrantes de apariencia pobre con palés llenos ―para sus jefes―. Una vez hecha la compra e introducida en bolsas negras, los clientes deben dirigirse inmediatamente a casa porque si la policía los para, comprueba la hora de compra en el ticket para asegurarse de que no hay alguien en el país circulando con alcohol en el maletero de un coche ―para poder venderlo a otros―. El Código Penal qatarí castiga estar ebrio en la calle con penas de seis meses de prisión y multas de hasta 800 euros.
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