En la política de nuestro tiempo nada es lo que parece y todo se vive a gran velocidad. Lo que hoy parece sólido, hasta inamovible, mañana podría deshacerse con la pasmosa facilidad de un azucarillo. Los análisis no duran una semana y las herramientas que usábamos para entender el mundo ya no nos sirven, sin que hayamos encontrado un nuevo instrumental. Todo ello nos sume en un estado de permanente perplejidad y agitación.
Alberto Núñez Feijóo tocó el cielo este verano, después que el PP arrasara en las elecciones al parlamento andaluz. En julio las encuestas pronosticaban su victoria incontestable en unas hipotéticas elecciones generales, con más de diez puntos sobre un PSOE que aparecía desmovilizado y sin norte. Desde entonces, sin embargo, las expectativas del PP no han hecho más que empeorar.
Las encuestas más recientes coinciden en señalar un claro retroceso en la estimación de voto a los populares, que se compensa por una mejora de las expectativas de Vox. En el barómetro de noviembre del CIS se observa cómo, por primera vez desde que Feijóo asumiera el liderazgo popular, aumenta el número de votantes del PP que ahora votarían a Vox. También se percibe un evidente retroceso del trasvase de voto al PP desde Ciudadanos y desde el PSOE. Por esta vía, entre julio y noviembre, Feijóo habría perdido casi un millón de votos.
Pero no es sólo que el PP pierda intensidad de penetración en los espacios de sus rivales más inmediatos. El propio voto popular parece menos decidido hoy. La tasa de fidelidad ha caído a niveles de junio, lo que supone unos 400.000 votantes menos, la mayoría de los cuales han emigrado a la indecisión. Y esto coincide con un claro retroceso en la preferencia por Feijóo como presidente entre el propio electorado popular.
Todo ello tiene una explicación muy simple: el impulso generado por el cambio en el liderazgo del partido, más las elecciones andaluzas, se ha agotado. El votante del PP ha dejado atrás el subidón y parece instalarse en la normalidad en ausencia de clima electoral. Esto, que no debería generar preocupación en un líder asentado en un partido de tipo tan presidencialista como el PP, es, paradójicamente, terrible para Feijóo y la estabilidad de su liderazgo a medio plazo, como se está empezando a ver.
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Porque la continuidad de Feijóo al frente del PP no depende de la posible contestación interna a su liderazgo, sino de la opinión de un mundo que hace tiempo actúa como si de accionistas mayoritarios del partido conservador se tratase. Este grupo está empezando a dar muestras de descontento con el dirigente gallego, al que envían mensajes en forma de portadas, editoriales y artículos de opinión.
Este cambio muestra hasta qué punto la opción Feijóo para sustituir al carbonizado Casado no fue tanto una apuesta ideológica de este grupo como una inversión instrumental. Aceptaban a Feijóo y su estrategia de moderación porque aparentemente garantizaba la victorial futura del PP. En el momento que esta victoria aparece como menos segura, los “inversores” han empezado a entrar en pánico y a reclamar a Feijóo un giro en su estrategia hacia posiciones más duras.
Ante Feijóo se abren dos opciones: resistir o asumir el diktat de sus accionistas mayoritarios, a riesgo de entrar en una espiral destructiva. De momento, Feijóo parece haber optado por el camino del medio, endureciendo el mensaje sin plegarse a las exigencias que se le formulan. Ganar tiempo a la espera de una mejora en las encuestas que calme a sus particulares fondos buitre. En el horizonte se dibuja mayo y la batalla de Madrid.
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