El Antropoceno y la crisis ecosocial | Red de expertos | Planeta Futuro

Desde que en el año 2000 el climatólogo y premio Nobel Paul J. Crutzen y el ecólogo marino Eugene Stoermer formularan la propuesta de una nueva era geológica denominada Antropoceno, el debate sobre este nuevo concepto ha avanzado en todo el mundo hasta situarse como uno de los paradigmas científicos emergentes. Desde el momento en que el Informe de Desarrollo Humano (IDH) del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) dedicó su estudio monográfico mundial de 2020 al Antropoceno, podemos afirmar que las Naciones Unidas, y con ello la comunidad internacional, aceptan la importancia del concepto y lo incorporan con fuerza en sus análisis.

Lo que en un principio era una propuesta para formular un nuevo intervalo de tiempo geológico al considerar que estamos en un período novedoso en el que las personas nos hemos convertido en un factor geológico determinante en la generación de cambios y transformaciones biofísicas irreversibles para el futuro de la Tierra, ha conseguido, en muy pocos años, tener presencia. En debates y análisis científicos, sociales, políticos e institucionales de distinta naturaleza, hasta el punto de convertirse en un paradigma de comprensión e intervención transversal tan reciente como vigorosa.

Pero mientras la comunidad geológica sigue enfrascada en dar rigor científico al término, el Antropoceno avanza con toda su fuerza, demostrando día a día hasta qué punto la humanidad es capaz de generar efectos globales, sistémicos e irreversibles sobre el planeta capaces de alterar elementos biofísicos determinantes en la Tierra, algunos de ellos de manera catastrófica. Esta es una de las virtudes de la actual era ecológica, su fuerza para hablarnos de una crisis ecosocial de dimensiones globales en cualquiera de las extensiones que analicemos, que afecta al planeta como el espacio central de nuestra vida. La potencia epistemológica del Antropoceno está en su capacidad para manejar e interpretar variables sistémicas dinámicas, de escala planetaria, extraordinariamente complejas, con una gran sencillez.

De lo que más se habla es del cambio climático, en parte porque forma parte de la experiencia cotidiana, pero también porque es el fenómeno mejor documentado y estudiado a nivel internacional, gracias al Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de Naciones Unidas (IPCC, por sus siglas en inglés). Pero las modificaciones en el equilibrio planetario que descubre y señala el Antropoceno no se circunscriben únicamente al clima, sino que se proyectan también sobre otros muchos factores que agrupamos como crisis ecológica y social. De hecho, el avance de los desequilibrios planetarios va de la mano del avance en los desequilibrios ecosociales.

El avance de los desequilibrios planetarios va de la mano del avance en los desequilibrios ecosociales

La incertidumbre y la vulnerabilidad construyen un escenario ineludible en el que la ciencia debe afrontar nuevos dilemas, identificando unas prioridades que, al menos, permitan dejar constancia a la política y a los políticos de sus obligaciones. El conocimiento tiene por delante un gigantesco desafío en la era del Antropoceno que no va a poder evitar muchas de sus catástrofes, pero que deberá, cuanto menos, ayudarnos a comprender lo que ya tenemos entre manos. Es verdad que la indignación lleva al compromiso, pero la falta de compromiso lleva, también, a la indignidad, algo que podemos trasladar a lo que podríamos considerar como un “capitalismo indigno” que nos empuja al colapso de la mano de la crisis ecosocial que está construyendo.

Redefinir el nuevo mundo

El escenario medioambiental, la naturaleza que domina los devenires del Antropoceno, deja ya poco espacio y mucho menos tiempo para revertir impactos. Redirigir el guion que seguirá representando la próxima generación preocupa mucho, pero no parece que realmente esté en la agenda política y social. No se trata, por tanto, de frenar el cambio climático, de volver a la situación climática preindustrial, como de redefinir el nuevo mundo en un nuevo metabolismo de la humanidad con la naturaleza que comienza por imaginar cómo podría ser y qué resistencias habrá que vencer. Es la primera e ineludible tarea de esta generación, de sus universidades y centros de investigación, de sus instituciones sociales y políticas, pero también de sus movimientos sociales.

La sociedad tiene por delante tiempos extraordinarios de una singularidad que debe ser digerida lejos del desencanto y del catastrofismo paralizante, recomponiendo el sentido de humanidad que el capitalismo ha pulverizado con su lacerante desigualdad. Emigrantes en nuestro planeta, habrá que aprender a adaptarse a otro clima, crear nuevas relaciones sociales de cooperación y solidaridad, modificar hábitos de consumo y cambiar las dinámicas de producción para que respondan a las necesidades sociales. Nuestra emigración no será solo entre continentes, o entre climas, sino hacia un horizonte de emancipación, construyendo un pacto social global y por abajo para una nueva época y para las siguientes generaciones, un gran acuerdo por la justicia social, por los derechos humanos y por la justicia ambiental.

Alguien sugirió que otro mundo es posible en otro clima, si bien, hay que añadir también que en otro sistema socioeconómico

Alguien sugirió que otro mundo es posible en otro clima, si bien, hay que añadir también que en otro sistema socioeconómico. Cuando confluyan la conciencia del daño ambiental, la comprensión de las causas de la desigualdad, y la liberación del peso muerto de la ideología del mercado, arrancará la aceleración de los procesos políticos y sociales que de forma fragmentaria ya están presentes.

Viene un tiempo convulso en el que el capital se atrinchera en la fortaleza tecnológica y militar, tratando de proyectar un nuevo dominio neocolonial planetario. Pero ¿qué temen quienes niegan las crisis ecológicas y sociales? El conocimiento, la organización y la determinación, el avance hacia una convergencia y el coraje de los movimientos sociales. La esperanza reside, como siempre, en nuestra inteligencia y en nuestra voluntad colectiva de cambio y de superación a las adversidades.

De lo que se trata es de que triunfe la esperanza frente a la barbarie, la vida frente a la destrucción, el futuro ante un presente repleto de sufrimientos, injusticias y barbaridades, contra las personas y contra el propio planeta que nos acoge. Y esa es nuestra obligación como especie humana.

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