‘Autodefensa’: Grima | Televisión | EL PAÍS

Me cuentan que a través de una cosa infaliblemente popular que se llama Twitter, el jacobino e ilustrado Pablo Iglesias declara que la serie Autodefensa (en Filmin) le parece una puta maravilla. Y declaro mi respeto, cariño y agradecimiento hacia algunas damas que ejercen ese oficio. Eran de alto standing, no tenían chulos ni afortunadamente pertenecían a la imperdonable raza de la explotación machista. Habían elegido ese duro oficio porque les interesaba. Lo hicieron con la cabeza fría, pragmática. En cuanto a lo de maravilloso yo siempre lo he relacionado con el arte, con esas sensaciones opiáceas que transforman la realidad.

Y encuentro muy coherente la declaración de amor a esa serie del hombre que, como Trotski, envía a asaltar los cielos. ¿Qué cielos, me pregunto? El del aumento del salario mínimo, el de la legalidad de la eutanasia. De acuerdo. El resto me parece asqueroso, torticero, para huir. Y no empleo el término populista. Es falsario, sirve para una cosa y para la otra. Es el concepto de moda y estas siempre son odiosas.

Pero veo y escucho con excesiva paciencia esa gilipollez con pretensiones titulada Autodefensa. Dos modernas de manual que cuentan su prescindible vida. No tiene el menor interés, pero consigue ser irritante. Y que hablen de nosotras, aunque sea para bien. Lo han conseguido en mi apetecible caso. Es lo más imbécil, inútilmente arrogante, sonrojantemente feminista, que he sufrido en mucho tiempo sobre el protagonismo, imagino que subvencionado, de dos necias sin remedio que por fin han encontrado su lugar en el sol. O sea, en la nómina progresista.

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