El número 113 de la calle Medellín se ha convertido en la escena de un crimen que ha vuelto a sacar la peor cara de la violencia en México. Tres personas fueron asesinadas detrás de las puertas negras custodiadas ahora por dos agentes de policía y un puñado de periodistas que revolotean a la espera de alguna información nueva que rascarle al opaco caso. Lo único certero es que Jorge Tirado, de 35 años, su hermano Andrés, de 27, y su tío, Luis González, de 73, fueron encontrados sin vida el domingo, amordazados y con signos de violencia. Además, que otras tres personas, dos mujeres y un hombre, han sido detenidos como sospechosos del asesinato. Hasta ahí, lo que podría ser, por desgracia, un suceso más en un país que acumula decenas de homicidios al día, cientos de miles al final del año. Lo insólito es el móvil del suceso y los autores del crimen: víctimas y sospechosos convivieron juntos durante meses en la misma casa. Las víctimas, según fuentes de la Fiscalía al tanto de la investigación, fueron golpeadas, amordazadas y asfixiadas por negarse a entregar la propiedad de la casa a los sospechosos.
Cuando llegó la policía, además de los tres cadáveres, encontraron con vida a la esposa de González, Margarita María Ochoa (72 años), la única superviviente. Las primeras pesquisas señalan que la casa pertenecía al hermano de Ochoa, fallecido en mayo pasado. En la planta baja vivía una enfermera —junto a su hija y su yerno— que cuidaba del difunto. Tras la muerte del propietario, la cuidadora trató de quedarse con el inmueble con el argumento de haber sido pareja del fallecido, pero no pudo acreditarlo a efectos legales, según las fuentes de la Fiscalía. Meses después, en la segunda planta de Medellín 113 se instalaron González y su mujer. Se mudaron desde Jalisco mientras realizaban los trámites necesarios para poder vender la vivienda. Un tiempo después llegaron también sus sobrinos, los hermanos Tirado. Los siete convivieron durante meses, mientras Ochoa trataba de vender la casa y los inquilinos del piso de abajo veían la forma de evitarlo.
Este viernes saltaron todas las alarmas. Los amigos de los jóvenes dejaron de tener contacto con ellos y comenzaron a lanzar alertas de búsqueda por redes sociales. Ante la situación, un hijo de Ochoa y González, que vive en Jalisco, trató de contactar con sus padres y sus primos sin resultado, por lo que decidió viajar a la Ciudad de México. Según las fuentes consultadas, al llegar a la casa, la enfermera, su hija y su yerno, no le dejaron entrar, por lo que el hijo de Ochoa presentó una denuncia por despojo, el robo violento de un inmueble, ante la Fiscalía de Investigación Territorial en Cuauhtémoc, el barrio en el que se encuentra la Roma.
Esa pista fue la definitiva: poco después, a Medellín 113 acudieron miembros de la secretaría de Seguridad de la Ciudad de México, a los que también impidieron el paso. No fue hasta que tuvieron una orden judicial que pudieron acceder al inmueble. Ante las versiones contradictorias de la enfermera y sus familiares, los detuvieron como principales sospechosos del crimen.
Los hermanos Tirado fueron vistos por última vez el viernes conduciendo un Ónix 2021 gris con matrícula del Estado de Jalisco. Sus familiares y amigos se lanzaron a buscarlos sin éxito desde el primer momento. Al día siguiente por las redes sociales empezaron a difundirse sus fotografías con la alerta de la desaparición. En México, un país con más de 100.000 desaparecidos y una extensa ola de violencia, las imágenes podrían fácilmente haberse sumado a las de tantos otros sin conseguir mayor relevancia, pero los dos jóvenes, un músico y un actor que trataban de abrirse camino en sus profesiones desde la Ciudad de México, eran caras conocidas. La noticia se extendió como la pólvora, y con ella la presión sobre las autoridades para encontrarles.
Los primeros agentes aparecieron el sábado por Medellín 113. “Desde temprano la policía salía y entraba, creo que había también familiares”, explica el camarero de un restaurante de la misma calle, cercano a la casa. “El sábado no había tanto movimiento de policía, pero ya andaban indagando y preguntando”, narra un vecino y trabajador en un negocio aledaño que prefiere no dar su nombre. “Ayer [domingo] llegaron 20 patrullas y camionetas de la policía. Vinieron a preguntarnos si habíamos notado algo raro, si podíamos darles apoyo con nuestras cámaras de seguridad, aunque ya se las hemos enseñado y no se ve nada fuera de lo normal en las grabaciones”, continúa.
El viernes, día de la desaparición, el vecino estuvo fuera entre las tres de la tarde y las dos de mañana. Cuando volvió todo estaba tranquilo, nada hacía pensar que hubiera cuatro personas secuestradas en el interior del edificio. Ni un ruido, ni un movimiento sospechoso. ”Es curioso porque esta calle está cerrada los viernes porque hay un mercado sobre ruedas informal: hay mucho movimiento porque hay muchos camiones de los puestos que se ponen. Esto que ha pasado genera intranquilidad”.
Se desconoce por qué los asesinos dejaron con vida a Ochoa, la hermana del propietario de la casa. La mujer, en todo caso, ha asegurado haber sufrido violencia. También que fueron robadas sus tarjetas bancarias. Las fuentes consultadas aseguran que no tienen constancia de que intervinieran más personas y aseguran que los autores materiales del crimen son los detenidos.
El vecino que prefiere no dar su nombre recuerda haber hablado alguna vez con la enfermera. “Es una casa muy extraña, casi nunca se ve movimiento, pero vivía la señora a la que tienen detenida junto con su hija. En pláticas de banqueta le decía a mi personal de limpieza que ella cuidaba enfermos. Salía de vez en cuando a barrer, pero la casa siempre estaba así cerrada, a oscuras”. No reconoce, como ninguno de los vecinos entrevistados, a los hermanos Tirado, que habían llegado hacía no mucho tiempo a la residencia. Otro hombre, dueño de un negocio al final de la calle, sí asegura haber visto a González, su tío: “Pasaba de seguido por aquí delante y saludaba, pero poco más”.
El hallazgo sin vida de los tres hombres y el turbio caso que ha destapado dejan de momento más dudas que certezas. Por el momento, parece que todo orbita en torno a la casa, una construcción de dos plantas y piedra gris, con la fachada algo descuidada y marcas de suciedad. De esas tan comunes de ver en la Roma, residencias burguesas que pasaron hace tiempo sus días de esplendor, pero todavía conservan vestigios de un pasado algo señorial. Ahora, además de una olvidada reliquia arquitectónica, el edificio es además la prueba, la escena y la causa probable de un crimen por esclarecer.
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