Hoy, 50 millones de personas son víctimas de la esclavitud moderna, obligadas a trabajar contra su voluntad o a vivir en un matrimonio sin su consentimiento, entre otras formas, según un informe de la Organización Mundial del Trabajo de septiembre de 2022. Los datos sorprenden porque, oficialmente, la esclavitud se abolió en el siglo XIX en la mayoría de los países. Reino Unido presume de haber sido el primero en hacerlo. Fue en 1807 con la ley que prohibía el tráfico de personas esclavizadas y, finalmente, en 1833 con la publicación de la Slavery Abolition Act. Las razones que llevaron a estas decisiones no eran nada humanitarias, sino absolutamente comerciales. El sistema económico que empezaba a surgir en Europa veía a la esclavitud como poco productiva. En su libro, La riqueza de las naciones, publicado en 1776, Adam Smith ya consideró la mano de obra esclava como innecesaria, anticuada y mucho más cara para afrontar el capitalismo. De ahí que abogase por trabajadores asalariados.
El fin de la esclavitud supuso un problema a las colonias británicas que se vieron necesitadas de mano de obra barata. Por eso el gobierno de Londres impulsó en una de sus colonias una tentativa para probar las teorías de Smith. Y lo llamó “El Gran Experimento”. El lugar elegido fue isla Mauricio, en su poder tras la derrota de Napoleón en 1810. Un enclave en el océano Índico cuya riqueza fundamental era el azúcar, con inmensas plantaciones en las que había miles de esclavos traídos principalmente de África oriental. Con la nueva propuesta, estos fueron remplazados por personas que trabajaban cuatro años gratis para pagar el pasaje que les había llevado hasta la isla, tras lo cual quedaban libres y podían ofrecerse como braceros al mejor postor. Es lo que se conoce como servidumbre por contrato (indentured labour, en inglés). Una aventura que resultó exitosa para el Reino Unido, y por eso decidió extenderla a sus territorios del Caribe, principalmente.
El 97% de los trabajadores que llegaron a Mauricio provenían de India, pero también de África occidental, Madagascar, China o el sureste asiático. Se calcula que entre 1834 y 1920, medio millón de personas migrantes recabaron en la isla bajo estas nuevas condiciones. En su apogeo, había 259 fábricas en ella, cuando era la colonia azucarera más productiva del Imperio británico. Hoy, las largas chimeneas de piedra y los ingenios en ruinas recuerdan los días en que esa industria florecía. Hoy, el azúcar ha dado paso al turismo como principal motor económico de la isla. Pero, ¿realmente aquella experiencia supuso el fin de la esclavitud?
El fotógrafo y artista visual Miguel Ángel García (Madrid, 70 años) llegó a Mauricio a realizar una residencia artística. Allí descubrió lo que supuso la esclavitud y El Gran Experimento para esa isla. Tras cinco años de investigación, presenta el resultado en una exposición en el Museo Nacional de Antropología de Madrid. Bajo el título El Gran Experimento. ¿El fin de la esclavitud?, explora la sacarocracia (aristocracia del azúcar) que reinó en ese territorio y su necesidad de mano de obra barata. A través de las salas en las que se despliega la muestra, el visitante recorre el viaje por mar de las personas que llegaron hasta allí. Se topa con el Aapravasi Ghat (el edificio que acogía a los nuevos migrantes que, tras la debida cuarentena, recibían el marchamo para poder trabajar) derrumbándose y convirtiéndose en azúcar dorada. O los árboles bajo los que primero las personas esclavizadas eran subastadas o colgadas si intentaban huir, o donde los trabajadores se refugiaban antes de construir sus propias casas. Tan distintas de las de los dueños de los ingenios, como se aprecia en la recreación que se hace de ellas.
Tras la venta del cuerpo por partes no queda nada más
MIguel Ángel García, fotógrafo
Finalmente, la exposición descubre que la esclavitud no ha terminado. Por recordarlo de nuevo: son más de 50 millones de personas las que no son libres en la actualidad. En España hay 105.000, según el Global Slavery Index. Y la muestra también incluye obras sobre la venta de órganos: listas de precios de distintas partes del cuerpo encontradas buceando en la Deep Web. “Es realmente la última frontera de la esclavitud, porque se ha vendido el cuerpo para prostituirse, para trabajos… Pero esto es ya lo último, la forma extrema de esclavitud, porque tras la venta del cuerpo por partes, no queda nada más”, comenta García.
A todo ello se unen algunos objetos del propio museo relacionados con el tráfico de personas. Impresionan un látigo de hierro, procedente de Gambia, y encontrado por la expedición de Luis Sorela en 1887, y un hacha ceremonial que portaban los emisarios del rey de Ouidah para negociar con los traficantes, o los amuletos que portaban algunas personas como ejemplo de una de las muchas formas de resistencia frente a la brutalidad de la trata.
La exhibición de estas piezas quiere hacer presentes a todos los protagonistas que participaron en ese gran negocio. “Desde el armador del barco al empresario que ponía dinero, la idea es que el látigo represente a toda esta gente que se lucró con la trata, con este negocio. Y también nos habla de su brutalidad, porque viéndolo directamente vamos a ser muy conscientes de lo que supuso. Dentro de esos protagonistas también hemos querido hacer referencia a los intermediarios. Es decir, los comerciantes europeos que llegaban a las costas africanas donde surgen toda una serie de reinos que se enriquecen sobre la base de este comercio porque acceden a esclavizar a otros grupos culturales vecinos o que estaban por su zona”, explica Luis Pérez, conservador del museo, antropólogo y buen conocedor del arte africano.
La exposición viene complementada con tres elementos que ayudan a contextualizarla. El primero surge de una colaboración con la Asociación Karibu que trabaja con personas migrantes y refugiadas. En unas lonas que rodean la verja del museo, 15 mujeres subsaharianas hablan de su propia experiencia. Cinco carteles que explican el origen y causas de la migración, del viaje, la acogida, la adaptación y el futuro. Personas que han querido poner sus rostros para denunciar las situaciones de trata a las que se han visto sometidas. El segundo es un periódico, en el que se resumen muchas investigaciones a nivel académico en las que se aborda cuál es el papel de España en el tráfico esclavista. Trabajo que se complementa con un mapa de la ciudad de Madrid donde se señalan puntos que tienen relación con esa actividad. Y el tercero es un cuidado catálogo que recoge el conjunto del proyecto con las imágenes de la exposición y los textos del artista y su comisaria, la historiadora del arte Isabel Durán.
Gracias a todos estos elementos, bajo la cuidada estética que presenta el artista se descubre una realidad dolorosa que no ha acabado todavía. “He buscado el equilibrio entre que las imágenes puedan ser bellas, puedan ser atractivas, no mostrar un realismo duro y evidente, porque ya es bastante dura la historia, sino jugar al equívoco para que la gente se cuestione que, tras una imagen de belleza, a veces lo que realmente se esconde es una terrible historia”, concluye García.
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