Según IWSR, firma de investigación de mercados especializada en bebidas, el contexto económico actual está llevando a moderar el consumo y a comprar de manera más selectiva. Su informe del último trimestre de 2022, con datos de 17 mercados de cinco continentes entre los que se incluye España, alerta de que los consumidores europeos ya están reduciendo significativamente la cantidad de dinero que destinan a esta partida.
Paradójicamente, y en lo que atañe al vino, en España nunca se ha bebido mejor ni ha habido tanto donde elegir. Los últimos años no solo han visto el resurgimiento de terruños y variedades de uva olvidadas, sino también la incorporación de una nueva generación de productores viajados, formados y más proclives a compartir experiencias y conocimientos. En la era de la comunicación, la tecnología ha puesto en contacto a los que hacen vino con quienes lo disfrutan; las tendencias son más globales que nunca, pero, pese a ello, la diversidad no deja de crecer.
Aunque una pequeña parte de todo esto empieza a llegar tímidamente al lineal del supermercado, la experiencia es mucho más completa si uno se asoma a ese mundo en el que el vino es casi un estilo de vida: afición, tema de conversación, motor de viajes y vacaciones, eje del ocio y de la vida social… El caldo de cultivo está en bares y tiendas especializadas, restaurantes que cuidan el vino, clubes que acompañan a los curiosos en su viaje iniciático por estilos y regiones vinícolas, o en catas no profesionales cada vez con tintes más desenfadados que lo mismo acaban en una fiesta campestre que se rematan con música en vivo.
Acercarse a la cultura del vino solo exige apertura de mente. Cuando el master of wine Pedro Ballesteros dice que no hay en el mundo aficionado más infiel es porque la oferta es tan amplia y cambiante (cada año llega una nueva vendimia con sus propias características) que resulta virtualmente inabarcable. La lealtad a la marca de los consumidores del pasado se resquebraja de manera natural por el momento de ebullición que vive el vino español (ninguna de las crisis recientes ha frenado la creación de nuevas marcas y proyectos) y por la introducción creciente de etiquetas extranjeras, quizás sin demasiado peso cuantitativo, pero muy presentes en los círculos de aficionados. Aunque todo amante del vino tiene su lista de favoritos, la exploración y el descubrimiento forman parte de su ADN.
En este pequeño mundo, los vinos tienen nombres y apellidos. No son riojas, riberas, albariños o champanes sin más. Vienen de sitios concretos, llevan la firma de personas que han cultivado y/o elaborado esas uvas para que transmitan el sabor de un lugar, de una variedad, de un capricho de la climatología o de las levaduras, o para poder alcanzar una dimensión diferente a partir de la mezcla de elementos diversos.
El punto de partida es un paisaje modelado por el clima y la mano del hombre. Luego toca regodearse en la diferencia: la acidez afilada de las regiones más frías, la austeridad de los climas continentales, la opulencia y generosidad del Mediterráneo…
En este viaje va bien tener guías. Se encuentran en todos esos lugares mencionados más arriba, en páginas como estas y también, como todo hoy en día, al alcance de un clic. Solo hay que poner el hashtag #winelover en Instagram para empezar a curiosear. Y, por supuesto, el camino es mucho más agradable con compañeros de afición con los que compartir el contenido de la botella y, muy importante en los tiempos que corren, la factura. Algunas ideas para echar a andar van desde acordarse de probar un vino del próximo lugar que se visite o montar una reunión periódica de amigos que compartan el mismo interés hasta apuntarse a una cata en una tienda o bar de vinos cercano.
Casi sin darse cuenta, uno puede pasar de descorchar distraídamente una botella con la mera finalidad de que haya un acompañante líquido en la mesa a concederle un poco más de atención, detenerse en su sabor y conocer la historia que hay detrás. El disfrute se amplifica enormemente cuando se va más allá del acto de beber para vivir y compartir el vino.
Tres relatos (y sus vinos) para descubrir en el nuevo año
Blanco en tierra de tintos
De Blas Serrano Albillo Mayor
2016 Blanco, Vino de Mesa. De Blas Serrano Albillo Mayor. 13% vol. 35 euros.
Mucho antes de que la DO Ribera del Duero autorizara los vinos blancos, De Blas Serrano ya vendimiaba y elaboraba por separado las cepas de albillo mayor que crecían entre sus viñas viejas de tempranillo. Además de la experiencia (las primeras pruebas son de 2006), se agradece que el vino salga con cierto reposo de botella al mercado. Este 2016 con mucha vida por delante es un blanco gastronómico, de aromas discretos (ahumados, membrillo, fruta blanca), pero con volumen, untuosidad y un elegante final salino.
Terruños que resurgen
Las Mamblas
2019 Tinto, Ribera del Arlanza. Valtravieso. Tempranillo y algo de mencía, monastrell, bobal, garnacha. 14,5% vol. 35 euros.
Este vino forma parte del proyecto Viñedos Olvidados de Bodegas Valtravieso. La firma de Ribera del Duero se ha adentrado en regiones vinícolas menores como Ribera del Arlanza
(Burgos), donde se ha fijado en los viejos viñedos, muchos salpicados de cerezos, que rondan los 1.000 metros de altitud en torno a la villa medieval de Covarrubias. La sierra de las Mamblas, que protege el valle de los fríos vientos del norte, da su nombre a un tinto de porte serio, fragante y lleno de matices; la voz de un paisaje tan frágil como lleno de carácter.
Singularidad al cuadrado
Cruz Santa
2020 Tinto, Valle de la Orotava. Suertes del Marqués. Vijariego negro. 12% vol.
30 euros.
Gracias a su aislamiento (es uno de los pocos lugares de Europa a los que no ha llegado la filoxera), a sus condiciones climáticas, a sus suelos volcánicos y a su diversidad varietal, los vinos canarios tienen una personalidad única. Este Cruz Santa de la zona norte de Tenerife está elaborado con vijariego negro, una casta llevada de la Península (es la sumoll catalana) que aquí se expresa con sus propios códigos: fresco, con finas notas herbales y especiadas, pleno de energía y de jugosidad. Un tinto para enamorarse de las islas.
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