Empieza un nuevo año y México se prepara para la penúltima campaña electoral del sexenio. Los bastiones que aún conserva el PRI, Coahuila y el Estado de México, eligen gobernador el 4 de junio. Coahuila vota además a sus nuevos diputados en el Congreso local. Desde hace más de 15 años, cada campaña electoral a nivel presidencial, pero también en el ámbito estatal y local, se ha caracterizado por la violencia y los ataques contra candidatos, precandidatos y cargos electos. Los comicios de este año suponen una nueva prueba para el Estado de derecho mexicano.
No ha habido elección tranquila durante las últimas tres Administraciones. Los altos índices de violencia en el país, que cuenta más de 30.000 asesinatos anuales en el último lustro, contagian campañas, votaciones y tomas de posesión. También los mismos periodos de Gobierno, tres años en el ámbito local y seis en el estatal y el federal. Según la consultora Etellekt, que monitorea la violencia política y electoral en México, al menos 220 alcaldes, regidores y síndicos han sido asesinados desde diciembre de 2006, inicio del Gobierno de Felipe Calderón (2006-2012), que sumó un total de 48 asesinatos.
En las administraciones siguientes, la tónica ha sido la misma, mención especial para la de Enrique Peña Nieto (2012-2018). Durante su mandato fueron asesinados 107 alcaldes, síndicos y regidores. Con Andrés Manuel López Obrador en la presidencia, periodo que comenzó en diciembre de 2018, los asesinatos de cargos electos a nivel municipal suman ya 65, con corte a finales de diciembre. El último fue Isauro Ambrosio, alcalde de Rafael Delgado, Veracruz, asesinado a balazos en el pueblo el 31 de diciembre.
A esos 220 asesinatos registrados en estos 16 años, hay que sumar ataques, fatales o no, contra políticos y expolíticos de ámbito estatal y federal, fueran o no en campaña electoral. Es el caso, por ejemplo, del exgobernador de Jalisco, Aristóteles Sandoval, asesinado en un bar de Puerto Vallarta hace poco más de dos años. O el del candidato a diputado federal por el PRI en Coahuila, Fernando Purón, ultimado en junio de 2018 en Piedras Negras, a la salida de un debate con otros candidatos.
En esta vorágine violenta, la campaña electoral de 2021, la más grande que el país ha organizado en su historia moderna, ha sido también la más sangrienta, solo por detrás de la de 2018. México elegía entonces 20.415 cargos públicos, entre gobernadores, alcaldes, regidores y diputados. El país contó alrededor de 800 agresiones contra candidatos y políticos, más que los registrados durante la última campaña presidencial, en 2018.
La magnitud de la oleada criminal es inversamente proporcional a la capacidad de las fiscalías para resolver crímenes, realidad que trasciende al tablero político. Según la organización Impunidad Cero, que en diciembre publicó un estudio sobre el grado de impunidad en los casos de asesinato y feminicidio en el país, solo siete de cada 100 casos se esclarecen. El resto quedan irresueltos.
En cuanto al resto de delitos, el panorama no es mucho mejor. La Universidad de las Américas, Puebla (UDLAP) elabora periódicamente el Índice Global de Impunidad, que calcula la posibilidad de que un delito se resuelva a partir de una serie de indicadores, por ejemplo, la cantidad de fiscales o jueces por habitante, los delitos registrados o las sentencias logradas. Para 2022, la UDLAP calcula que el índice del país ascendió a 60 puntos sobre 100, teniendo en cuenta la media de los datos de los Estados. Caso por caso, hay algunos Estados que presentan un índice inferior y otro superior, como el Estado de México, el peor en la lista, con un puntaje de 75 sobre 100.
El empuje de Morena
El tamaño menor de las elecciones de este año implica que la violencia bajará respecto a 2021 o 2018, al menos en términos absolutos. Falta por ver si cambian o no las dinámicas. En Coahuila y el Estado de México, el PRI enfrenta el empuje de Morena y la posibilidad de perder el poder en territorios que nunca ha dejado de gobernar. En ambos casos, la contienda parece reñida, aunque el panorama es algo distinto.
En el Estado norteño, el partido de López Obrador llega dividido al año nuevo, con parte de la estructura regional negando la candidatura del senador Armando Guadiana. A finales del año pasado, Guadiana ganó la encuesta interna de Morena y se alzó con la candidatura a gobernador. Su rival, el actual subsecretario federal de Seguridad, Ricardo Mejía, desconoció en un primer momento el resultado de la encuesta, pero luego reculó. Parte del Consejo Estatal de Morena insiste, sin embargo, en negar la candidatura de Guadiana.
Algo diferente ocurre en el Estado de México. Morena tiene en la región más poblada del país a una candidata de consenso, Delfina Gómez. La exsecretaria federal de Educación ya contendió a las elecciones a gobernador en 2017, comicios que ganó el candidato del PRI, Alfredo Del Mazo, primo del entonces presidente Peña Nieto. Gómez quedó cerca de ganar, victoria que parece más posible que nunca este año, dada la división de la oposición, que todavía no sabe si irá en coalición o no.
En contiendas anteriores, el crimen organizado ha influido en las campañas hasta el punto de forzar la retirada de candidatos, aunque los ataque y amenazas apuntaban al ámbito local. En 2021, por ejemplo, La Familia Michoacana amenazó supuestamente a la candidata de la coalición Va por México a la alcaldía de Valle de Bravo, Zudikey Rodríguez. La candidata renunció a la elección. En 2018, candidatas a diferentes alcaldías de Coahuila denunciaron igualmente amenazas en su contra.
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