Con la voz del padre que está decidido a encontrar a sus hijas, sin una pizca de desesperación o tristeza, Daniel Márquez Valdés dice: “Si me están escuchando los que las han secuestrado, solo quiero decirles que las dejen, que nos las regresen a casa”. Sus hijas, Daniela y Viviana, además de Paola Vargas y José Melesio Gutiérrez, desaparecieron el pasado 25 de diciembre en Víboras, Zacatecas, a ocho kilómetros de la frontera con Jalisco. Allí vivían las hermanas y allí se estaba quedando estos días Gutiérrez, que había venido desde Estados Unidos a visitar a Daniela, su novia desde hace tres años. Todo iba bien hasta que cruzaron a Zacatecas, un Estado asediado por los narcotraficantes. Estos suelen ser los protagonistas de asesinatos, secuestros y balaceras que casi siempre quedan impunes, pese a los crecientes esfuerzos de las autoridades por pacificar la región.
Antes de desaparecer por completo del radar, a las 23.41 de la noche del 25 de diciembre, Daniela mandó a su madre la localización del móvil. Estaba en la carretera 23, a la altura de la comunidad Víboras, en Zacatecas. Venían de Jerez de García Salinas, a una hora de Colotlán, la localidad donde reside la familia. Habían ido allí a pasar la tarde entre amigos y a cenar. Daniel no se lo explica: “¿Dónde queda la libertad de los jóvenes para moverse y disfrutar?”.
Cuando él y su mujer vieron que la localización de su hija estaba fuera de la carretera, se preocuparon. Intentaron contactar, pero no hubo manera. “No leía los mensajes y cuando empezamos a llamar a todos los que estaban en el coche, ninguno contestaba”, relata. Querían acercarse hasta el lugar, pero la policía les dijo que “estaba muy peligroso” y no fueron hasta la tarde del día siguiente, después de poner la denuncia. “Nos juntamos mi hermano, el padre de Paola y yo, y fuimos para allí. Pero no había nada cuando llegamos, era una zona desolada”, dice Daniel por teléfono.
Arriba de la imagen de los cuatro desaparecidos subida a Twitter, la Fiscalía de Zacatecas escribía este mensaje: “Solicitamos tu valiosa colaboración para su localización”. Un mensaje sobrio que revela el estado de las cosas en una región avasallada por la violencia del narco. El 24 de noviembre del año pasado asesinaron a Josué Urzúa Padilla, encargado de la Guardia Nacional en Zacatecas. Poco después, el 3 de diciembre, un grupo de hombres armados atacó al juez Roberto Elías Martínez en la ciudad de Guadalupe. El juez falleció al día siguiente. El 9 de diciembre aparecieron dos cuerpos envueltos en bolsas de basura al lado de la carretera estatal 181, a la altura de la comunidad de San Jerónimo. Y así, hasta contar 755 desaparecidos en Zacatecas en el 2022.
El despliegue tras la desaparición ha sido importante. Las patrullas de policía recorren la zona sin descanso y, desde el cielo, varios helicópteros sondean el terreno. La familia, sin embargo, no ha recibido ninguna información respecto al paradero de los cuatro jóvenes 10 días después de la desaparición. “Nada, la Fiscalía no nos ha dado ninguna respuesta sobre el avance de la investigación”, asegura Alejandra. Ella había estado con sus primas el día de su desaparición, por la mañana, antes de regresar a Ciudad de México. Ahora su cabreo no deja de aumentar, y habla de forma rápida y decidida. “Me siento indignada, histérica, llena de rabia, impotencia. Hemos salido en algunos reportajes y medios, pero seguimos sin tenerlos a ellos”, expresa.
Los vecinos de Colotlán salieron este lunes a manifestarse a la Glorieta de las y los Desaparecidos en Guadalajara, capital de Jalisco, para exigir que se detenga la violencia en la frontera norte del Estado. “¿No es padre? ¿No entiende el dolor que estamos viviendo? Por favor, gobernador, enfrente lo que estamos viviendo, no nos defraude”, gritaba una mujer con un megáfono frente a la sede oficial del Gobierno, encabezado por Enrique Alfaro, según recogía un diario local. El gobernador de Jalisco, sin embargo, ha preferido deslindarse de cualquier responsabilidad con respecto al secuestro. Dice y repite que este se produjo cuando las víctimas estaban ya en Zacatecas, el verdadero foco del problema.
“Ya hay un operativo desplegado para apoyar la búsqueda, pero es importante que la gente sepa que es un delito que sucedió en el Estado de Zacatecas”, insistió el gobernante. “En los municipios de la zona norte de Jalisco tuvimos una situación tranquila en este cierre de año, pero en los límites con Zacatecas vamos a tener que hacer algunos ajustes porque, aunque hay avances, todavía tenemos que reforzar”, ha informado Ramírez en rueda de prensa. Adolfo Marín, titular de la Secretaría de Seguridad del Estado vecino, aseguró que “se van a montar dispositivos especiales para atender la inseguridad en la zona”.
Se iban a casar este año. Ya tenían hasta la fecha para la boda: el 7 de octubre de 2023. Entonces culminaría un romance de tres años entre Daniela Márquez y José Melesio Gutiérrez. Ella tiene 31 años, el pelo castaño claro, los ojos “color café y grandes” y ninguna seña particular, según el acta de desaparecida emitido por la Fiscalía de Zacatecas. Él tiene 36 años, es de nacionalidad mexicana, pero vive y trabaja en una firma de arquitectos en Cincinnati, Ohio. También tiene los ojos color café, pero “chicos”, no grandes como los de su novia, y una seña particular: una cicatriz debajo de la rodilla derecha de unos 8 centímetros. Los familiares de ella cuentan que Gutiérrez viajaba a Colotlán al menos tres veces al año. “El vino con el afán de venir con nosotros, para estar con la familia y pasear con su novia, como había hecho otras veces”, cuenta Daniel.
Daniela es diseñadora de interiores, tiene una empresa propia y trabaja haciendo encargos por toda la región. Irma Paola Vargas, de 27 años y con un tatuaje de un corazón negro tan grande como una uña en la parte superior del cuello, es diseñadora de moda, y trabaja vendiendo ropa y accesorios. Viviana Márquez, la hermana de Daniela, de 28 años, es maquilladora profesional, “muy conocida”, asegura su prima. Su padre ha tenido que ir a hacer la denuncia de su desaparición a Zacatecas, y para ello ha tenido que recorrer la misma carretera 23 en la que desapareció su hija. “Se siente aquella vibra mala, por lo que ha sucedido ahí, pero no queda otra, tenemos que seguir adelante hasta que las encontremos”, sentencia Daniel.
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