Vinicius se bajó el lunes por la noche del avión aturdido, con un tapón en la cabeza y en su fútbol. Cinco días después, despegó de Rabat con un alegrón en el cuerpo. Nadie emitirá un juicio absoluto sobre su temporada por esta semana en Marruecos, trámite engorroso en el calendario con muchas obligaciones y corta de gloria, pero a él le sirvió para soltar lastre. Lo necesitaba mucho. El pasado fin de semana se había ido de Mallorca por los suelos, en el centro de un debate nacional con tintes sociales alrededor de sus gestos y el comportamiento de los rivales con él. Ayer apareció en el campo y, antes de tocar el balón, lo primero que hizo fue jalear a la grada, que lo trató como a un héroe. Dos horas más tarde, levantó el trofeo de MVP.
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