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Tomás rebusca entre la arena restos de cangrejos muertos. Cuando encuentra uno, lo alza para verlo de cerca. Son las cinco de la mañana y ya asoma el sol en el delta del Río Colorado. “¿Ven esto?”, pregunta. Muchos cangrejos mueren por la escasez de agua, explica. El estuario ha sido castigado por la falta de agua dulce que provocó la muerte o partida de miles de especies. La prueba más visible de esto son los restos de cangrejos muertos que yacen en medio de lo que ahora es un desierto. Pero Tomás Rivas, un biólogo marino de 47 años, es parte en una alianza de organizaciones no gubernamentales que trabajan desde hace una década en recuperar los ecosistemas del río que han ido desapareciendo desde que se cortó el paso del agua. En los últimos años han logrado que las especies autóctonas comiencen a volver poco a poco. “Hemos notado el regreso de la almeja y el caracol de agua dulce”, dice.
Lo de Tomás y sus compañeros parece cada día una lucha contracorriente. Apenas unas horas antes estaban celebrando un hito: el cauce del río Colorado había llegado a unirse con el agua del Golfo de California. Hace un siglo, el río fluía con normalidad desde su nacimiento en las Montañas Rocosas de Estado Unidos hasta dar con el Mar de Cortés. Pero desde que México desvió el río a un sistema de canales en los años 40, el encuentro entre el agua dulce y salada ya casi no sucede, porque el río ha quedado reducido al 3% de lo que era. Aquellos días, después de mucho trabajo, lograron que un tímido río desemboque finalmente en el delta. Entre abrazos y caras de felicidad, el equipo explica lo difícil que es que eso suceda. “Era apenas un hilito de agua”, dice Rivas, miembro de la organización Sonoran Institute.
Esta asociación es una de las seis que trabajan en México y Estados Unidos para salvar al Río Colorado y recuperar los ecosistemas que se han perdido a costa de la sequía. Las organizaciones están compuestas por técnicos, ingenieros u oceanógrafos que dedican sus conocimientos para combatir el cambio climático. Todas se dedican a reforestar hectáreas y crear pulmones verdes donde no los hay. Una de ellas, ProNatura, trabaja además en el monitoreo de aves, que han vuelto a poblar este corredor a partir de las restauraciones. Otra, Restauremos el Colorado, ha desarrollado sus propios viveros para producir miles de árboles que luego usan para levantar bosques en medio del desierto.
El problema que afrontan es la sequía en todas sus caras. Los Gobiernos de Estados Unidos y México, que comparten tres cuencas hídricas —Río Bravo, Tijuana, y Colorado—, firmaron por este último un tratado en los años 40 para garantizar la entrega de agua anual al vecino del sur. Pero debido a las condiciones cambiantes que ha atravesado el Río Colorado, el acuerdo se ha ido actualizando con diferentes actas firmadas por los dos países. Una de las últimas, la 323, de 2017, establece que hay una porción del agua que tiene que usarse para el medio ambiente.
La zona por donde históricamente atravesaba el Colorado en México es desértica. El Gobierno de Miguel Alemán inauguró en la frontera en 1950 la Presa Morelos, la primera derivadora en el país —que derivaba el agua del río a un sistema de canales—, pensada para ingresar la mayor cantidad de agua que llegaba al Estado de Baja California y evitar así perder gruesos de este líquido. Eso implicó que el cauce natural desapareciera, y como consecuencia, murieran espacios verdes que había alrededor de todo su recorrido.
En el acta 323, ambos Gobiernos y un grupo de ONG se comprometen a aportar cada uno a partes iguales 86 millones de metros cúbicos de agua para poder recuperar los ecosistemas del Colorado, mejorar las condiciones del estuario y recargar el acuífero. Además, los tres firmantes prometen cada uno aportar tres millones de dólares para investigación científica y monitoreo; y otros tres millones de dólares más para restauración de sitios, como reforestación con especies nativas de árboles o recuperación de hábitats. Para finales de 2022, las partes habían cumplido ya con la mitad de lo establecido.
Esos compromisos han empezado a mostrar su forma años después. Y el impacto positivo de aquellas promesas hechas en 2017 se han comenzado a reflejar en proyectos como el de la Alianza Salvar al Río Colorado. El grupo reúne a seis organizaciones, tres mexicanas y tres estadounidenses, que operan en los siete Estados de EE UU por los que atraviesa su cauce y en el Estado mexicano de Baja California. Del lado sur de la frontera, han restaurado una decena de sitios con éxito.
Los ecosistemas se regeneran con el agua
Con el fin de hacer una restauración más estratégica, las organizaciones han pactado que las entregas oficiales de agua se hagan a través de los canales en puntos específicos, donde han invertido para acompañar esa entrega con un reacondicionamiento del sitio. Un ejemplo es Chaussé, donde a lo largo del verano pasado las ONG estuvieron contando cada litro que ingresó. Allí, unas 74 hectáreas fueron reforestadas con unos 25.000 árboles.
El éxito ha sido tal que ha provocado el regreso de animales que ya no se veían. Por esos días, los trabajadores de las ONG no paraban de fotografiar entusiasmados una familia de castores que había llegado a su sitio de restauración. La reforestación en ese lugar fue diseñada por las organizaciones pensando en el cambio climático y en la posibilidad de que en el futuro no haya agua para repartir. Con esa idea en mente, los árboles que fueron plantados, explica uno de los ingenieros a América Futura, contaban con un sistema de riego por goteo que alimentaba la flora con muy poca agua.
El objetivo es usar el agua de manera inteligente, castigar a los árboles para que sean capaces de desarrollar más sus raíces y buscar agua en el manto freático. Los equipos quieren preparar a las especies para enfrentar la falta de agua en el futuro, sin extinguirse en el camino. “Esto ya lo llevan trabajando en Estados Unidos hace tiempo, pero en México estamos mas pasivos”, explica Enrique Guillén Morán, encargado de riego de la alianza de oenegés.
Los equipos han vuelto a poner de pie parte de los bosques que originalmente habitaban el lugar. “A principios del siglo XX, cuando se empezaron a interrumpir los flujos del Colorado en México y el cauce normal fue canalizado para aprovechar en agricultura, todos los bosques de álamo y sauce murieron, se murió toda la vegetación nativa”, cuenta Eduardo Blánquez, coordinador de restauración de la organización Restauremos el Colorado.
Dentro de los pequeños oasis verdes que han levantado, el aire que se respira está entre tres o cuatro grados más fresco que el sofocante calor del desierto. La regulación natural de la temperatura es uno de los beneficios de la reforestación. Blánquez explica otros más, como la producción de semillas usadas como forraje para el ganado local o la reconstitución de las cadenas alimenticias. Los sitios son además sumideros de carbono y santuarios para fauna silvestre. “Estamos contribuyendo nuestro grano de arena para mitigar el cambio climático, no solo para ayudarnos a nosotros mismos, estamos ayudando al mundo”, asegura.
Otro de los sitios es Miguel Alemán, sobre la frontera con Estados Unidos. Del otro lado del muro se puede ver un sitio restaurado a pocos metros. Del lado mexicano, levantaron uno con el fin de crear un corredor de aves. “Este es un corredor migratorio muy importante para las aves, entonces había que crear espacios para ellas”, dice la oceanógrafa Gabriela Caloca, coordinadora de agua y humedales en la organización ProNatura Noroeste. Por eso levantaron un bosque de 170 hectáreas de la nada. “Miguel Alemán es eso, demostrar que es posible hacer restauración en un sitio donde se creía completamente muerto, ya abandonado”.
La reforestación allí hizo regresar a una veintena de especies de aves. El monitoreo que hacen de las especies implica atraparlas, ponerles unos anillos para marcar que han pasado por ahí, y volver a soltarlas. Entre las aves que cuentan en el regreso están el verdín, el correcaminos, el vaquero y el baloncillo, relatan los trabajadores del lugar. La restauración en medio del desierto ha hecho que ese punto, como los otros recuperados, se llenen en el verano de visitantes que buscan apaciguar el calor en la naturaleza con aire fresco y un poco de agua.
Todos los equipos que operan en los sitios de restauración están compuestos por científicos y académicos que, antes de dar un paso, analizan cada circunstancia y consecuencia. A unos pocos kilómetros de Miguel Alemán, en un poblado llamado Janitzio, Caloca levanta la mano y enseña un predio que se parece a un basural. Este es el último proyecto de la alianza, donde pondrán sus recursos, agua y dinero, para poder alzar sobre esas tierras inhóspitas un nuevo pulmón verde. “Así era cada sitio antes de comenzar, pero lo mismo que hemos hecho en Miguel Alemán haremos aquí”.