Cecilia Payne es el nombre del ferry que cruza el Estrecho de Gibraltar cubriendo la ruta Algeciras-Ceuta, pero también es el nombre de un grupo de música indie vizcaíno, así como el de uno de los asteroides descubiertos en febrero de 1974. Son homenajes que la memoria rinde a una mujer de ciencia que descubrió la composición del sol y, con ello, la del universo. Vamos a hablar de ella y de las mujeres que la ayudaron en su camino hasta las estrellas.
Porque en estos tiempos de reivindicación feminista, conviene dejar constancia de su legado, pues Cecilia Payne fue una mujer luchadora en un mundo prieto de machismo como lo fue el mundo académico de hace un siglo, cuando Cecilia consiguió una beca para ir a estudiar al Observatorio del Harvard College. Tan solo un par de años después, revolucionó la astronomía con una tesis donde se sirvió de la ecuación de ioniación del físico indio Meghnad Saha, por la cual se relaciona el estado de ionización de un elemento con la temperatura y la presión. Con esto, Cecilia Payne resolvió que las estrellas estaban compuestas de hidrógeno y de helio, siendo el hidrógeno el componente más abundante del universo.
Payne revolucionó la astronomía al relacionar el estado de ionización de un elemento con la temperatura y la presión. Con esto, resolvió que las estrellas estaban compuestas de hidrógeno y de helio
Hay un libro publicado por Capitán Swing que nos acerca a su figura y a la de otras mujeres invisibles que fueron empleadas en el Observatorio del Harvard College como escribas, es decir, como mujeres que apuntaban las observaciones científicas que hacían los hombres en una época en la que el patriarcado científico relegaba a la mujer a un segundo plano. El libro se titula El universo de cristal y está escrito por Dava Sobel, cuyos trabajos son de lo más interesantes. Sin ir más lejos, en Los planetas (Anagrama, 2006), la reconocida divulgadora científica nos pone tras la pista de los planetas del sistema solar, dándonos a conocer sus orígenes, utilizando parámetros científicos así como mitológicos, combinando astronomía con astrología, mitología con ciencia y música con silencio y biografía.
En el libro que aquí nos ocupa, El universo de cristal, Dava Sobel nos cuenta la historia del Observatorio del Harvard College desde finales del siglo XIX, cuando llegaron las primeras mujeres, hasta mediados del XX, cuando Cecilia Payne se convirtió en la primera profesora titular. Nombres como el de Williamina Fleming, una escocesa contratada como criada en un principio, pero cuya intuición la llevó a identificar estrellas, o el de Annie Jump Cannon quien ideó un sistema de clasificación, nos dan la medida de lo que era el ámbito universitario de la época, cuando el director del Observatorio, el astrónomo Edward Charles Pickering decide contratar a mujeres siguiendo un criterio cuantitativo, ya que les pagaba un salario menor que a los hombres.
El director del Observatorio, el astrónomo Pickering contrató a mujeres al pagarles un salario menor que a hombres; al grupo se le denominó ‘su harén’, un apelativo que iba por toda la comunidad científica
Al grupo de aquellas mujeres se le denominaba, con desprecio, el harén de Pickering, un apelativo que iba de boca en boca por toda la comunidad científica. Pero con el tiempo, aquellas mujeres conseguirían tapar la boca de todos aquellos científicos que miraban el trabajo femenino con desprecio. Por eso mismo, cuando Cecilia Payne presentó su tesis, el camino ya había sido abierto por todas aquellas mujeres que en su día fueron contratadas como escribas.
Con todo, en un principio, el astrónomo Henry Norris Russell no llegó a ver con buenos ojos la conclusión a la que llegó Cecilia Payne cuando señaló al hidrógeno como componente de las estrellas. A Norris Russell le costó trabajo. Años antes, había relacionado el brillo de las estrellas con la temperatura en lo que se conoce como diagrama de Hertzsprung-Russell.
Sin embargo, tiempo después, Norris Russell sucumbió al descubrimiento de Cecilia Payne, defendiéndolo. Con estas cosas, el nombre de Cecilia Payne brilla hoy en cada mujer que emprenda el camino del estudio científico. No podría ser de otra manera.
El hacha de piedra es una sección donde Montero Glez, con voluntad de prosa, ejerce su asedio particular a la realidad científica para manifestar que ciencia y arte son formas complementarias de conocimiento.
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