El mundo se encuentra en medio de la peor crisis alimentaria de la historia moderna. A medida que una confluencia de crisis geopolíticas, económicas y climáticas avivan escaseces a nivel mundial, la sorprendente cifra de 326 millones de personas en 63 países necesitan recibir ayuda humanitaria, de las cuales 222 millones se enfrentan una situación de grave inseguridad alimentaria y hasta 50 millones están en riesgo de morir de hambre.
Los países más pobres han sido los más afectados por el aumento global de los precios de los alimentos que ha provocado la guerra en Ucrania. Y, dado que se avecina de manera inminente una catástrofe climática que amenaza con agravar los efectos de los conflictos y las interrupciones de la cadena de suministro, el sector humanitario debe adoptar un enfoque más proactivo y anticipatorio frente a la creciente crisis del hambre.
Si nos basamos en la ciencia del clima, podemos anticiparnos a los riesgos y abordar las necesidades humanitarias antes de que se conviertan en emergencias
Hasta hace relativamente poco tiempo, las organizaciones humanitarias no prestaban mucha atención al cambio climático. Sin embargo, la proliferación de emergencias humanitarias relacionadas con el clima ha hecho que el sector reconozca la amenaza que representa para los países de bajos ingresos y para el sistema alimentario mundial. Si bien las inundaciones y olas de calor mortales que han azotado a Europa en los últimos dos años han demostrado que incluso los países considerados relativamente seguros no son inmunes frente a los fenómenos meteorológicos extremos, los países en desarrollo son mucho más vulnerables.
En 2021, el 94% de los desplazados internos lo fueron como consecuencia de peligros relacionados con el clima. Las inundaciones del año pasado en Pakistán sumergieron a un tercio de este país, se cobraron más de 1.730 vidas, afectaron a 33 millones de personas y causaron pérdidas económicas estimadas en 16.300 millones de dólares (15.280 millones de euros).
Debido a que el cambio climático está provocando crisis humanitarias en todo el mundo, el número de personas que necesitan ayuda ha aumentado un 40% en el último año. En respuesta a la creciente necesidad, la financiación para causas humanitarias casi se ha duplicado en la última década, alcanzando los 31.300 millones de dólares (29.350 millones de euros) en 2021.
Empoderar a los locales
Pero si bien el financiamiento ha aumentado, el desafío al que se enfrentan las agencias internacionales y las ONG hoy es maximizar el impacto de estos recursos y empoderar a las organizaciones locales y nacionales. En la situación actual, dos tercios de todas las contribuciones directas a causas humanitarias se destinan a organismos de las Naciones Unidas y a destacadas organizaciones internacionales como la Cruz Roja y la Media Luna Roja. Si bien estas grandes instituciones desempeñan un papel de crucial importancia, las iniciativas comunitarias suelen tener un mejor conocimiento de los contextos locales.
Los donantes y las ONG más grandes del mundo aparentemente reconocieron esto cuando lanzaron la iniciativa Grand Bargain en 2016, comprometiéndose a proporcionar el 25% de los fondos humanitarios a organizaciones locales. Pero siete años después de que se anunciara este acuerdo, la cifra sigue siendo inferior al 2%. Hasta ahora, el modus operandi del sector ha sido reactivo.
Ya sea en el caso de Haití, Etiopía o Pakistán, los métodos son los mismos: surge una crisis, se lanza un llamamiento humanitario, se recaudan fondos y se brinda ayuda durante muchos días (incluso hasta meses) después. Pero si nos basamos en la ciencia del clima, podemos anticiparnos a los riesgos y abordar las necesidades humanitarias antes de que se conviertan en emergencias.
En el año 2021, el 94% de los desplazados internos lo fueron como consecuencia de peligros relacionados con el clima
La acción anticipatoria, definida como “actuar antes de que se produzcan los fenómenos peligrosos pronosticados con el propósito de prevenir o reducir las repercusiones humanitarias graves antes de que se manifiesten plenamente”, implica mecanismos de pronóstico, así como umbrales y activadores previamente acordados para liberar fondos con antelación. Al responder a las necesidades de esta manera, podemos prestar ayuda de manera más eficaz y digna. En 2019, por ejemplo, tanto el gobierno senegalés como la organización Start Network adquirieron pólizas de seguro contra la sequía, lo que les permitió recibir fondos para la acción humanitaria y coordinar medidas para proteger a las comunidades en riesgo.
Pero la acción anticipatoria también tiene sus límites. Como muestra un reciente informe de Start Network, no todas las crisis se pueden pronosticar o modelar. Aun así, la adopción de este enfoque permitiría a los actores y organizaciones humanitarias ser proactivos, mejorar la eficiencia y evitar que los eventos que ponen en peligro la vida se conviertan en catástrofes a gran escala.
El sistema de ayuda mundial necesita una reforma rápida. Si bien se han logrado algunos avances en los últimos años, gran parte de ellos han sido transaccionales en lugar de transformadores. Sin duda, los problemas que enfrentamos son complicados y multidimensionales, y no podemos ignorar la dimensión política de la acción humanitaria. Algunos pueden creer que la necesidad o la desesperación obligarán al sector a un cambio que lo mejore, pero hacer que la acción anticipatoria y dirigida localmente crezca a escala representa un camino mucho más prometedor.
La actual crisis climática ofrece una oportunidad única para una reforma humanitaria basada en evidencias. En este mundo nuestro, que es impulsado por los datos, no hay por qué esperar a que ocurra una catástrofe. Al anticiparnos a los riesgos y planificar con antelación, podemos proteger a las comunidades vulnerables y hacer del mundo un lugar más seguro.
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