Como preadolescente en los primeros ochenta, no considero La cabina lo más aterrador que filmó Mercero sino a Bea de Verano azul paseando por la playa al grito coral de “que ni el viento la toque”. La idea de que la llegada de “aquello” se convirtiese en un festival al que todo el mundo estaba invitado me espeluznaba. Tuve suerte, coincidió con el Un, dos tres y nadie prestó atención porque en mi casa un vulgar rito de paso no podía competir con Mayra. Aquel capítulo fue una anormalidad, la regla, menstruación, período, o el siniestro “estar mala”, no se mencionaba en televisión y apenas fuera de ella.
No ha cambiado mucho la cosa. Una copa menstrual en una serie genera miles de artículos y la animada Red torció más de un morro, pero que cada vez haya más mujeres en las salas de guion va normalizando el asunto.
También empieza a resquebrajarse el tabú de la menopausia, esa fase tras la que parecía que sólo quedaba lanzarse al mar en un trocito de hielo, como nos contó el cine que hacían las ancianas esquimales, porque para qué sirve una mujer con la piel y la vagina resecas. Ateniéndonos a la publicidad, esos son los grandes dramas del climaterio. Me permito dudarlo, especialmente cuando Gillian Anderson menciona la pérdida de memoria, a ver qué sequedad es más dramática que la de las neuronas. Es importante, dice, que sepamos reconocer sus síntomas para que ninguna se crea enferma o loca. Quiere hablar de lo que nunca oyó. La espita se ha abierto y todas las famosas se apuntan a dar testimonio. Drew Barrymore anunció en su show su primer sofoco con total naturalidad, Jennifer Aniston y Adam Sandler que andaban por allí la arroparon solidarios. Menopausia en riguroso directo. Que ni el viento te toque, Drew Barrymore.
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