La noche empieza a caer en el refugio Piedra Grande del Pico de Orizaba. Fabrizio Motta llegó este martes por la tarde para aclimatarse a la altura y en pocas horas empezará a ascender a la cima del volcán, el más alto de México, que se encuentra a 5.636 metros sobre el nivel del mar. Desde hace poco más de un año, el hombre, que no es deportista profesional, se entrena para llegar a tres de las cumbres más altas de México en menos de 24 horas. Su objetivo es bajar el tiempo de la ultramaratonista Alex Chikorita Roudayna, que en 2020 subió el Pico de Orizaba, el Iztaccíhuatl y el Nevado de Toluca en 22 horas y 20 minutos. Esa era la primera vez que alguien completaba los tres ascensos en un mismo día. El desafío de Motta comienza esta medianoche.
Motta espera cumplir el reto en 17 horas. Para lograrlo, el deportista se desplazará de una montaña a otra en helicóptero —Roudayna lo hizo en camioneta y en total le llevó, según su equipo, al menos ocho horas—. Tras bajar del Pico de Orizaba, Motta se trasladará en helicóptero al Iztaccíhuatl (5.230 metros) y después al Nevado de Toluca (4.680 metros). El desafío no incluye el Popocatépetl, el segundo volcán más alto del país, porque está activo. A finales de agosto, EL PAÍS acompañó al deportista durante un día para conocer su preparación. El ascenso que inicia este miércoles estaba planeado originalmente para el pasado octubre, pero por motivos de salud se postergó.
Son las seis y media de la mañana y Motta aparece fuera de la casa de sus padres, en Tlalpan, al sur de Ciudad de México. Ha desayunado el mismo desayuno que come desde hace poco más de un año, cuando arrancó a prepararse: un batido con proteína, una taza de avena, 10 nueces, un plátano y agua. Motta se sube al coche y conduce hasta un bosque a 20 minutos. Cuando empieza a correr todavía es de noche y las pantallas en las manos de los deportistas se iluminan como luciérnagas que brillan dispersas. Llovizna, el día se aclara y a la zona llegan más deportistas. Para entonces, Motta ya ha terminado. La aplicación del celular le avisa que ha hecho cuatro kilómetros en 28 minutos, es decir, a razón de siete minutos el kilómetro.
Fue un entrenamiento breve y suave porque el tobillo le está molestando. El fin de semana, durante un ascenso al Nevado de Toluca, se lastimó. Después de eso, el lunes, ascendió al Iztaccíhuatl. Y el martes, de nuevo al Nevado.
Motta, de 48 años, subió por primera vez una montaña hace seis. Su pareja de ese entonces lo invitó a festejar su cumpleaños con un ascenso al Iztaccíhuatl. “Lo único que tenía era un par de guantes y un gorrito de nieve”, recuerda el deportista. Motta explica que a medida que se acercaban con el coche al volcán, la montaña se le hacía más y más alta. El grupo que inició el ascenso esta formado por una decena de personas, pero a la cima solo llegaron dos: el guía y Motta, que hizo el camino llorando. En la mitad de la subida, había recordado una escena de la película La misión, protagonizada por Robert de Niro, y una metáfora sobre “dejar ir el odio”.
“Empecé a hacer catarsis. Llegué a la cima habiendo soltado todo lo que venía cargando. La montaña se convirtió en mi terapia, en mi forma de sanar, en mi forma de estar en paz, de encontrarme, de saber quién soy”, dice. “Sin saber en qué me metía, me estaba metiendo en lo que se convirtió en mi pasión”, añade. Desde entonces, ha asumido diferentes desafíos. El que arranca este miércoles a medianoche es uno, pero tiene otros: subir el monte Kilimanjaro, la montaña más alta de África, después el Aconcagua, la más elevada de América, y así hasta completar las cumbres más altas de cada continente. “No cualquiera se avienta a la aventura”, dice confiado.
–¿El ego juega una parte en los desafíos que se plantea?
–Al principio sí. Pero me doy cuenta de que lo que más me hace trascender es ayudar a la gente.
Motta explica que el dinero que obtenga de los patrocinadores del desafío y de donantes anónimo lo entregará a la Fundación Alma, un grupo de cirujanos que atiende a pacientes con cáncer de mama. El deportista espera recaudar lo suficiente para la reconstrucción mamaria de seis mujeres.
Montañas con causa
Motta estudió Arquitectura en la Universidad Iberoamericana, una universidad privada de México, y trabaja con su padre, de 85 años, en el estudio familiar. Un día cualquiera, dice, después de correr prepararía la segunda parte del desayuno —entre tres y cinco huevos, con salchicha o jamón, 50 gramos de queso panela, medio aguacate, tres tortillas— y dedicaría unas horas a su trabajo como arquitecto. Pero el día de agosto que EL PAÍS lo acompaña, regresa, se baña rápido y vuelve a salir.
En una clínica, lo esperan Enrique Colin, de 34 años, y su padre, Tiburcio Colin, de 66. Motta inició, hace poco más de un año, un proyecto al que llamó Montañas con causa y que tiene casi 45.000 seguidores en Instagram. El deportista organiza cada fin de semana salidas a la montaña y parte del dinero que recibe —la mitad, calcula sin precisar— lo destina a ayudar. Empezó entregando despensas y mantas; después consiguió un audífono para un niño hipoacúsico de 10 años y ahora intenta reunir el dinero para dos prótesis, la de Tiburcio, que es diabético y tiene una pierna amputada, y la de Alfredo, que llegará más tarde.
“Empecé a tener la necesidad de buscar algo que le diera sentido a las montañas”, cuenta más tarde en el jardín de casa de sus padres. La vivienda es una construcción de piso de madera y exteriores de piedra que está llena de cuadros pintados por su padre —las vírgenes— y por una de sus hermanas —los paisajes—. En la sala hay un piano que Motta toca de oído y encima del piano decenas de fotos familiares. Motta es el más pequeño de cuatro hermanos.
A partir de las seis, le toca ir al gimnasio. No le gusta —tampoco disfruta correr—, pero todos los días intenta ejercitarse allí otras dos horas. Su entrenamiento no se acerca al de un atleta profesional porque, aunque tiene patrocinadores, no vive del deporte. “Soy un simple mortal”, dice. Cuando regresa del gimnasio, su día termina temprano. Una lata de atún, algo de verdura y tres galletas. Se acuesta a las diez y se duerme un par de horas más tarde. Hace algunos días, soñó con la fiesta que hará después del desafío; ahí estaban su familia, sus amigos y su novia. “En mi cabeza no está el no terminar el reto en 24 horas”, asegura.
Este miércoles cuenta con el día entero para completar el reto que tiene enfrente. Pico de Orizaba, 5.636 metros; Iztaccíhuatl, 5.216 metros y Nevado de Toluca, 4.690 metros. El mayor desafío, dice, va a ser la mente. “Es lo que nos puede jugar en contra, son muchas horas, cerca de 15 de estar camine y camine con pendiente para arriba y para abajo, 36 kilómetros de caminata. Tenemos que estar muy fuertes para lograrlo”, señala. Motta estará acompañado por un equipo de conductores, fotógrafos y fisioterapeutas. La tarde anterior, contó a EL PAÍS que se sentía tranquilo: “Al final solo voy a subir montañas, que es lo que hago”. En el refugio en el Pico de Orizaba, el cronómetro ya casi empieza a correr.
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