Abuelas empoderadas para sobrevivir en los países jóvenes del sur | Planeta Futuro

Un grupo de mujeres con largas faldas de colores, camisetas, zapatillas y un balón se apoderan de los campos de fútbol de Sudáfrica. Tienen entre 54 y 87 años y han decidido romper con los mitos sobre la vejez en su país. Son las Abuelas del Fútbol o “Vhakhegura Vhakhegura” como se las llaman en xitsonga, una de las once lenguas oficiales del país. “A través del fútbol ayudamos a que las abuelas reciban ayuda física y emocional. Muchas han sido abandonadas por sus familias que han migrado a la ciudad y ellas se han hecho cargo de los nietos”, relata por teléfono Beka Ntsanwisi, la creadora de esta iniciativa.

Como las integrantes de este particular equipo, miles de mujeres y hombres se organizan para dar una vuelta de tuerca a los estereotipos sobre la vejez, en un momento en el que la esperanza de vida se ha prolongado de los 66 años (a inicios de los 2000) a los 71 años en los países de renta media y baja; y de los 80 a los 84 años en los países más prósperos, según las cifras del Banco Mundial. De acuerdo a la ONU, quienes nacen en los países más pobres viven 7,4 años menos que el promedio mundial, sin embargo, quienes alcanzan a peinar canas, se enfrentan a los estigmas sobre la edad, la falta de sistemas de atención sanitaria y protección social para ellos, la violencia y las migraciones de sus descendientes.

El proyecto Abuelas del Fútbol, que se inició en 2003 en una de las comunidades rurales de Limpopo, de donde es Ntsanwisi, se ha extendido hasta abarcar a más de 2.000 mujeres de todo el país. En la actualidad son 78 equipos y una selección nacional de mujeres mayores. “La mejor de nuestras deportistas tiene 87 años. Sus hijos la habían abandonado porque se olvidaba las cosas, siempre estaba muy distraída y pensaron que le habían hecho brujería. No sabían que tenía demencia”, explica la gestora comunitaria Ntsanwisi.

Mama Beka, como llaman las jugadoras a Ntsanwisi, habla de la discriminación por edad, de la soledad, de las enfermedades y las grandes responsabilidades que recaen sobre las abuelas de las zonas rurales del país. “Se asume que la hipertensión o la angustia son resultado de la vejez, pero muchas veces es por el estrés de estar solas, aisladas y no tener dinero con el que subsistir”, reclama. La Organización Mundial de la Salud ya advertía en un informe publicado el pasado marzo de las dificultades que se enfrentan durante el envejecimiento. “El edadismo es el primer problema, vivimos en sociedades pensadas para los jóvenes. Es más, esta es la única discriminación socialmente permitida”, aclara Enrique Vega, jefe de la Unidad de Curso de Vida Saludable de la Organización Panamericana de la Salud (OPS) y de la OMS.

Vivir con malestar

Para Vega, trabajar por romper con estas brechas de desigualdad es fundamental y aclara que en la actualidad el número de personas de 60 años o más supera al de niños menores de cinco años. “Esto se debe, en gran medida, a que se ha aumentado la esperanza de vida al nacer y con ello se ha mejorado la supervivencia de las personas mayores”, analiza el especialista. Para Martha Deevy, investigadora y directora del Centro de Longevidad de la Universidad de Stanford, esta es una buena noticia, pero tiene sus matices: “Hablar de más años de existencia no necesariamente significa más calidad de vida”. Y esa es la realidad que, con frecuencia, experimentan los países menos adelantados o con mayores desigualdades.

“Las personas muchas veces llegan a los 60 años enfermas, con algún tipo de discapacidad, y a esto se suma que el sistema de salud no está preparado para atender estas nuevas necesidades”, asevera Deevy. Y agrega que “aunque la demografía está cambiando, la cultura y tradiciones no”. En la región de las Américas, explica el delegado de la OPS, solo el 20% de las universidades de medicina contemplan programas de geriatría. “Esto hace que se asuma que el malestar y las enfermedades son normales del proceso de envejecimiento, y no es así”, concreta Vega.

Ejemplo de esto es la convicción de que la pérdida de memoria en las personas mayores es normal. Así lo cree el 70% de la población, según apunta la directora regional de Asia Pacífico de Alzheimer’s Disease International, Kusumadewi Sahardy, lo que provoca que no se busque asistencia especializada a tiempo para obtener un diagnóstico y proceder una intervención temprana.

Sahardy, que lidera campañas de sensibilización y detección temprana de la demencia en Indonesia desde 2016, aclara que aunque esta enfermedad es más recurrente con el incremento de la edad, las razones principales que disparan los síntomas están relacionados con la soledad, el aislamiento y la depresión. “Existimos para estar en sociedad y leer las expresiones faciales es el ejercicio mental más complejo que hay. Muchas personas con demencia buscan relacionarse con otros a través de la recuperación de momentos de interacción social, como ir al banco o a la calle”, explica.

La transformación está en los mayores

Aunque la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha alertado de que la población del mundo está envejeciendo de manera acelerada y que en apenas 30 años el 80% de las personas mayores vivirá en países de ingresos bajos, algunos expertos consideran que las políticas públicas y la misma sociedad se han centrado en la juventud desde una mirada occidental. “Hemos creado sociedades segregadas por edades, desvinculadas entre sí. Se cree que un abuelo o abuela ya no es útil para la sociedad porque ya no produce”, sostiene Judi Aubel, antropóloga que trabaja desde el 2005 en el empoderamiento de las abuelas de las áreas urbanas y rurales de Senegal, en el extremo oeste de África.

Para la antropóloga, esa misma mirada es la que se encarga de extender aún más las diferencias y estereotipos sobre la vejez y recalca que las organizaciones sociales y ONG que llegan a países como África invierten en proyectos dirigidos a la infancia y a la juventud para cambiar prácticas dañinas. “Esta labor es importante, pero se olvidan de que en África, la crianza de los niños muchas veces recae en manos de las abuelas. Ellas son las portadoras de las tradiciones y el cambio social se puede logran con su apoyo”, anota.

Aubel aclara que en sociedades como la africana y latinoamericana la interacción familiar se da entre tres o cuatro generaciones y son los mayores quienes tienen una influencia directa para erradicar prácticas como el matrimonio infantil o la mutilación genital femenina. “Si dejamos de lado la participación de los abuelos en la toma de decisiones de la sociedad, sus derechos pasan desapercibidos”, asevera.

Como Ntsanwisi, Deevy, Aubel y Sahardy, más de una docena de emprendedores sociales e investigadores de distintas partes del mundo se han reunido este noviembre en Bilbao para buscar soluciones que contribuyan a enfrentar los retos del envejecimiento. “Hemos decidido hablar de nueva longevidad, porque el objetivo es buscar vidas más prolongadas con estándares de bienestar en salud, inclusión, participación y empoderamiento”, argumenta Ana Sáenz de Miera, directora de gestión social de la ONG Ashoka, que junto con la fundación BBK han organizado este encuentro, denominado el BBK New Longevity Summit.

Desde sus experiencias comunes, concluyen que, si la esperanza de vida se extiende entre 20 y 25 años, es necesario destruir estigmas sobre el envejecimiento y rehacer sociedades inclusivas, que respondan a las necesidades de todas las generaciones. “La empatía, la convivencia entre jóvenes, adultos y personas mayores nutre a los unos sobre las experiencias y habilidades de los otros. Debemos tener conciencia de que, desde el minuto en que nacemos, empezamos a envejecer. El reto es llegar a los 100 años con calidad de vida”, finaliza Sáenz.

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