A 18 de enero de 2023, 17 personas han muerto en las carreteras catalanas: 14 hombres, dos mujeres y una niña de 13 años han fallecido en 15 accidentes de tráfico en coche, furgoneta, moto, patinete o andando. Una cifra, que según el coordinador de seguridad viaria y movilidad del Servei Català del Trànsit, Oscar Llatje, “es alta pero difícil de valorar” en tan corto periodo de tiempo. Más allá de los fríos números, tras cada uno de ellos hay una vida truncada y familias devastadas. En cada siniestro mortal se activan profesionales de emergencias, agentes de tráfico de los Mossos que comunican la muerte a las familias, bomberos que excarcelan los cuerpos y psicólogos del Sistema de Emergencias Médicas (SEM) que acompañan a la policía en el momento de explicar la noticia. Esta tragedia les genera un impacto emocional que, a veces, requiere de ayuda psicológica.
“Es aleatorio, depende del tipo de vehículo, de cuánta gente va, no podemos tomar decisiones de seguridad viaria en tan poco tiempo no sabemos la evolución” sostiene Llatje. “Ninguna cifra es buena, un solo muerto es una tragedia”. Los responsables de comunicar una muerte a la familia son los sargentos de Tráfico de los Mossos. El primero que comunicaron en 1998, tras asumir las competencias, fue en el Pla de l’Estany. El actual jefe de Tráfico de Girona, el Inspector Joan Costa, lo recuerda como si fuera ahora. Éste y el más de medio centenar de familias a las que les ha notificado una muerte. “Sabíamos cómo se hacía sobre papel, pero con la primera víctima vimos que era diferente. Es un golpe emocional muy fuerte”, sostiene.
Una vez identificada la víctima, localizan a su familia, cosa no siempre fácil y deben ir rápido porque los móviles y las redes sociales permiten llegar antes al accidente, pero les genera presión para informar ágil y debidamente a la familia. El sargento y un psicólogo del SEM acuden a dar la “mala noticia”. “Pedimos si conocen a la víctima, si podemos pasar y sin rodeos comunicamos la muerte. Se les cae el mundo encima, es un golpe bestial”, explica Costa.
Los casos que afectan especialmente a los efectivos de emergencias son los accidentes con niños implicados. “No sólo si fallecen, también si lo hacen sus padres. Rompe el alma”, indica. Costa recuerda que un agosto llegaron a tener 37 muertes y lo difícil que era “ser el mensajero de las malas noticias y a la vez quien reconfortara a las familias”. Los sargentos puntualmente reciben apoyo psicológico.
“A veces logras mantenerte al margen y otras, por alguna razón, se te remueve todo. Cada situación es complicada y diferente”, detalla uno de los jefes de turno de Girona. Para él, “uno de los momentos duros es cuando sabes detalles de la víctima, como a un padre que le esperaban para coger un avión porque la familia iba a vivir al extranjero”. Otro dramático momento, coinciden, es “cuando el móvil del finado va recibiendo llamadas o mensajes de familiares”. “Cada uno tiene su sistema para sacarse la presión. A nadie le entusiasma esta labor, no hay voluntarios”, asegura. Desearía “no tener que volver a pronunciar la frase que cuesta tanto: ‘¿Son los familiares de…?”.
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La psicóloga del Grupo de Emergencias Médicas (GEM) de los Bomberos, Anna Subirà, explica que en situaciones de emergencia traumáticas para los bomberos, como accidentes múltiples o con difícil excarcelación, se activa el protocolo y los psicólogos van al parque. Son actuaciones que al impactarles generan una gran carga emocional y les deja huella. “Si no se gestiona bien pueden tener estrés postraumático, acumulativo, quedar bloqueados en otro siniestro y no poder actuar”, apunta. La intervención psicológica pretende “que la respuesta de estrés que pueden haber tenido no tenga consecuencias”. Advierte: “la empatía es necesaria para dar una buena asistencia, pero es un arma de doble filo porque corren el peligro de llevarse la víctima a casa”. En algún caso les ha pasado, apuntan bomberos de Terrassa, “cuando ves como ha ido el accidente y se podría haber evitado”.
Para Andrés Oliveros, psicólogo del SEM, “comunicar una muerte es una situación de elevado impacto emocional”, pero “es una labor que las familias nos agradecen muchísimo”. Intentan reducirles la sensación de vulnerabilidad y potenciar su autonomía. Están con ellos entre tres o seis horas.
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