Era un predicador, un renacido, un padre en deuda con un hijo muerto, un vengador de la vieja política, una esperanza.
Pero pasó de potencial héroe a decepción habitual, y hoy es una víctima más del sistema que él prometió derrotar y que al final lo ha fagocitado.
Se llama Jaime Rodríguez, político de profesión, apasionado jinete, y gobernador accidental de Nuevo León. Le dicen El Bronco pero incluso antes de la campaña presidencial de 2018 quedó claro que lo bravucón y lo manso no se excluyen. Destinado a un mediocre olvido tras salir del gobierno neoleonés en 2021, ha regresado a las pantallas noticiosas como criminal.
El gobernador neoleonés Samuel García, prototipo de una política efectista, dio el golpe de la semana en la política mexicana. Fue contra El Bronco, detenido el martes por un caso de presunta corrupción que muchos asumieron juzgado y sepultado. Pero el joven García, de Movimiento Ciudadano, no quitó el dedo de una denuncia que él mismo había hecho ante la justicia cuando escalaba los peldaños que en cosa de tres años lo llevarían a la gubernatura de una de las entidades más importantes de México a los 33 años de edad.
El caso legal que ha llevado a la cárcel a El Bronco se puede resumir en que le han pillado por emplear a funcionarios públicos para recolectar las firmas ciudadanas que requería para postularse como candidato independiente a la presidencia de la República en 2018. Desvío de recursos, le llaman al delito y de tiempo atrás la autoridad electoral había sancionado que en efecto al tramitar su registro para competir sin partido en la campaña presidencial de hace tres años Jaime Rodríguez fue un tramposo.
Pero la detención de El Bronco, al que Samuel García quiere apilarle otros delitos, es un golpe sustancialmente político, una movida que desde luego castigaría corrupción pero no solo eso. Porque la pregunta es para qué han lazado justo ahora a este ranchero. ¿Para limpiar la política de Nuevo León? ¿Para fundar una nueva cultura de la legalidad? ¿Para castigar al más corrupto de los corruptos de esa entidad? Mientras esas respuestas llegan, García espolea su carrera a costa de las imágenes de Jaime Rodríguez derrotado.
Desde el Cerro de la Silla
Nuevo León es una entidad singular. Es la cuna de dos de los grandes grupos mediáticos del país, y por tanto ahí el pulso entre los políticos y la sociedad ocurre con tensiones expuestas o magnificadas por una prensa muy protagónica. Y otro gran tensor de la carpa política en ese estado son los empresarios, poderosa palanca de talla internacional que se involucran abierta y soterradamente en las decisiones públicas. Eso acota pero también ayuda al gobierno en turno.
Así, aunque el gobernador de Nuevo León sea un iluminado como El Bronco o alguien muy joven como Samuel, la gobernabilidad de ese estado tiene pilares que pugnarán porque ciertos intereses permanezcan cuidados. Por ello, es obvio, tales actores han intentado lo mismo el tutelaje que el socavamiento de distintos gobiernos. Y además fueron ingredientes para que en los años noventa ahí, antes que en muchas otras entidades, el reclamo social por democracia pariera las alternancias locales.
Dos décadas después, empero, los gobernantes del PAN y del PRI habían decepcionado por igual a los neoleoneses, una sociedad trabajadora que padeció tanto el azote de la violencia de los cárteles de la droga como la disfuncionalidad y la corrupción de gobiernos municipales y estatales, panistas o priístas, por igual. En medio de ese hartazgo es que surgió hace casi diez años a nivel nacional la figura de El Bronco, por entonces un pintoresco alcalde de García (2009-2012).
Jaime Rodríguez fue un priista al que, según cuenta él mismo, ante la violenta muerte de su hijo en el 2009 prometió que haría lo que fuera para cambiar la suerte de México, sumido en la costosa espiral de inseguridad que no ha cesado hasta hoy.
Durante su periodo como alcalde viviría un par de dramáticos atentados en contra suya de los cuales salió ileso pero en los que murieron tanto delincuentes como escoltas. Él atribuyó esos ataques a la limpieza que hizo de la policía municipal, penetrada por el crimen organizado.
Tras dejar la alcaldía llevó al extremo la misión que se había impuesto al tener en los brazos el cuerpo sin vida de su hijo. Con un tono donde mezclaba la franqueza propia de la retórica campirana, imploraciones a Dios y un voluntarismo mediante el que prometía combatir a los criminales de adentro y de afuera de la política inició su carrera independiente rumbo a la gubernatura, en la que ganó de calle al priismo y al panismo que, en efecto, para entonces eran iguales en desprestigio.
México demandaba por entonces una renovación de la clase política, que incluía que se diera cabida a las candidaturas independientes. El Bronco se convirtió en el primer gobernador sin partido del país, y puede ser que con los eventos que han ocurrido esta semana dejen en claro que también será el último.
La gestión de Rodríguez fue una decepción desde muy temprana hora. Cuadros técnicos y bien intencionados que se sumaron a su administración abandonarían ésta pues el barco iba a ninguna parte. El Bronco era bueno para la campaña pero el estado le había quedado grande, y en vez de ayudarse hizo lo que tantos otros políticos convencionales a los que él en el discurso aborrecía: pensar no en el gobierno sino en la siguiente campaña.
Mareado por su éxito del 2015, hizo todo para presentarse en las presidenciales del 2018. ¿Qué mejor forma de hacerlo que repetir la “hazaña” como independiente? ¿Acaso México no estaba, como Nuevo León años antes, harto de los partidos convencionales? Subestimó que los votantes le pedirían además de una personalidad dicharachera y mística, pruebas de que su gobierno funcionaba. Pero sobretodo menospreció a López Obrador, que había monopolizado el discurso antisistema.
En ese intento por convertirse en el primer presidente de México sin partido fue que Rodríguez perpetró las conductas ilegales que hoy lo tienen en un proceso judicial, que no en la cárcel.
Entre las patas de los caballos
El Bronco fue detenido el martes, pero fue vinculado a proceso el miércoles. Son dos hechos distintos, cada uno con su significado. Por como se ejecutó, queda claro que la primera acción es meramente política. Lo cazaron y lo exhibieron como trofeo. Que luego un juez haya encontrado elementos para en efecto no solo juzgarlo sino también decretar que enfrente el juicio detenido, contradice todo lo que durante más de una década la clase política de la que Jaime Rodríguez abjuró ha prometido a los ciudadanos: que la justicia había sido reformada para siempre respetar la presunción de inocencia, para que no esté encarcelado nadie sin sentencia, máxime si no había huido o representa peligro.
En la parte legal del caso hace años quedó establecido que en efecto El Bronco torció la ley en su intento por lograr el registro como candidato independiente. Para entender el contexto de ese trámite, para dimensionar el cómo los partidos complican a los ciudadanos el competir sin partidos en una elección, y sin que esto suponga una justificación para cometer ilegalidades, es de mucha utilidad leer a Jorge G. Castañeda en Nexos.
En lo que se dan los plazos legales y El Bronco alega lo que a su defensa convenga, por la manera en que se ha tramitado el juicio en contra del exgobernador han quedado al desnudo motivaciones propias de la vieja política así sea instrumentada por un treintañero.
Samuel García es un bisoño político con grandes ambiciones. No lleva ni seis meses en la gubernatura, su primer cargo ejecutivo luego de ser diputado local y senador de la República menos de tres años, y ya ha dado el golpe político que el propio Jaime Rodríguez intentó con Rodrigo Medina, el priísta que le antecedió. En su tiempo, el equipo de El Bronco se quejó de que la Federación, a cargo de Peña Nieto, no colaboró en las pesquisas.
Pero a diferencia de su antecesor, Samuel está en un partido. Samuel juega al diferente pero es parte del sistema. La jugada de Movimiento Ciudadano es esa: presentarse como los presentables del sistema.
Qué tan presentable resulte Samuel como exgobernador es pronto para saberlo. En cambio, ya es claro que su política es de viejo cuño. En su campaña hubo denuncias de que en su entorno había malos manejos de dinero mediante empresas fantasma. En su campaña se le vio con desplantes machistas frente a su exitosa mujer. En su campaña no ha dudado de utilizar niños para hacerse promoción. En su campaña él y su esposa se disfrazan, y en su campaña se desboca con tuits para celebrar la cárcel de El Bronco… sí, está en campaña desde la gubernatura, como en su momento El Bronco.
García podrá argumentar que el juicio contra su antecesor tiene fundamentos y que además él lo inició cuando era un político sin peso. Lo que no podrá borrar será la decisión de haber exhibido, desde la gubernatura, a El Bronco en camiseta y pants en una celda.
Samuel García ha actuado con alevosía contra un político que, culpable o no, estaba lejos de igualarle en poder, de desafiarle o de representar un escollo.
El de MC pudo proceder contra El Bronco en un juicio que aleccionara a la ciudadanía sobre el nuevo modelo judicial, ese que prometió que nadie de nula peligrosidad estaría detenido en tanto no se le juzgara culpable. En vez de ello, el partido que quiere presentarse como una opción dentro de los polarizados extremos desperdició la ocasión para honrar la presunción de inocencia. Echaron a una celda, distribuyeron sus fotos y hasta lapidaron mediante tuits a alguien que aún no es culpable. Son lo mismo, acaso más baratos.
En los días previos a iniciar su campaña a la gubernatura de Nuevo León, con su francote hablar El Bronco ilusionaba a quienes desesperaban por la corrupción peñista, la mediocridad panista, la incendiaria izquierda. MC por entonces no tenía ni una gubernatura.
La humillación que le fue propinada esta semana puede ser un mensaje de los partidos convencionales. Con nosotros habrá quién te cuide la espalda cuando salgas del gobierno, sin nosotros incluso tus escoltas serán quienes ayuden a localizarte para echarte a una celda.
El más joven de los partidos, el más joven de los gobernantes son artífices de una vieja retórica: el que la hace la paga, máxime si no tiene partido que le cuide.
El juicio dirá el tamaño de la responsabilidad de El Bronco. Pero lo que es cosa juzgada es que la política independiente ha muerto. A ver qué otro valiente se atreve a desafiar a los partidos.
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