Un día de enero de 2022, la coleccionista de arte hispanoalemana Helga de Alvear se presentó, a sus 86 años, en el pueblo de Hervás, al norte de Cáceres. Había tenido noticia de que un museo local, el Peréz Comendador-Leroux, guardaba un tesoro del arte español del siglo XX. César Velasco, director del centro, se encargó en persona de mostrárselo. “Como no teníamos ascensor para subir a los almacenes, puse dos sillas enfrentadas en el piso de abajo”, cuenta Velasco a ICON Design. “Una para que se sentara Helga, y otra para ir colocando las obras, que yo mismo bajaba una a una”. Eran 23 piezas que conformaban el depósito que en el año 2000 realizó en el museo el artista extremeño residente en Suiza Ángel Duarte (Cáceres, 1930-2007), un conjunto de pinturas y esculturas de las que él era autor.
De Alvear no disimuló su entusiasmo. “Asombrada como una cría”, define Velasco. Él llevaba un tiempo tratando de promover la compra del conjunto por las administraciones públicas para asegurar que este fragmento del patrimonio artístico extremeño se mantuviera dentro de la región, pero el proceso no terminaba de llegar a buen puerto. Con la coleccionista privada las cosas tomaron otra velocidad: hizo una segunda visita días después, esta vez acompañada de José María Viñuela, comisario y conservador de la Colección Helga de Alvear (fallecido el pasado mes de junio), quien inició las conversaciones para la adquisición. En febrero se cerraba el acuerdo por el que De Alvear compraba el conjunto a las tres hijas del artista. “Sus hijas viven en Suiza y preferían vender su obra”, explica Helga de Alvear. “Así que compré todo muy bien de precio”.
La intención de la coleccionista es respetar el deseo de Duarte y mantener el depósito en Hervás. Aunque, hasta el próximo 12 de febrero de 2023, 15 de las piezas podrán verse en el Museo de Arte Contemporáneo Helga de Alvear de Cáceres (que expone parte de su colección, con obras que van desde Goya hasta Ai Wei Wei), integradas en la muestra Ángel Duarte. Matemáticas y transformación social, que reivindica y aporta nueva luz a la figura de un artista español pionero, y no tan conocido en nuestro país como merecería. “Ahora que el museo tiene un montón de obras suyas, hemos podido organizar esta exposición”, concluye De Alvear.
Ángel Duarte provenía de una familia trabajadora de la Cáceres rural que, cuando él era niño, se trasladó a Madrid. Allí, su padre trabajaba para la Compañía Nacional de Telégrafos. Durante la Guerra Civil perdió a su madre y su hermana de tres meses. Trabajó ya desde muy joven en el taller de orfebrería de su tío, lo que supuso una formación muy útil para su futura práctica artística. A cambio, no obtuvo una educación académica consistente, aunque se formó en la Escuela de Artes y Oficios de la madrileña calle Palma, y asistió a cursos en el Círculo de Bellas Artes, donde conoció al artista vasco Agustín Ibarrola.
Emigrado a París desde 1954, crearía allí el colectivo artístico Equipo 57 tres años después, entre cuyos miembros estuvieron también, en un momento u otro, Ibarrola, Juan Cuenca, José Duarte o Néstor Basterretxea, entre otros. “Para mí, Ángel Duarte es Equipo 57″, valora Helga de Alvear. Recogiendo influencias del constructivismo ruso y el neoplasticismo, y de artistas más recientes como Serge Poliakoff o Jorge Oteiza, el grupo asumió un lenguaje formal abstracto combinado con una voluntad de transformación social.
La galerista Denise René, valedora de grandes nombres de la abstracción geométrica del momento como Vasarely o Carlos Cruz-Díez, se fijó en ellos y comenzó a representarlos. Pero a partir de 1962 el grupo dejó de colaborar (Ibarrola fue encarcelado por el régimen franquista por motivos políticos, y otros miembros abandonaron París), y en 1966 se disolvió oficialmente. Para entonces, Duarte vivía ya en Sion, Suiza, donde desarrollaba una práctica en solitario que proseguía la línea de abstracción emprendida por Equipo 57. Allí fundó también otro colectivo, Grupo Y, junto a los suizos Walter Fischer y Robert Tanner. Formó parte del movimiento del arte cinético europeo y también desarrolló numerosos proyectos de arte en el espacio público, la mayoría en Suiza, donde siempre mantuvo su residencia.
La exposición del museo de Cáceres facilita entender por qué el trabajo de Duarte interesó a Helga de Alvear, cuya colección –unas 3.000 piezas, que dona por lotes a la Junta de Extremadura– reserva un amplio espacio a la abstracción geométrica, el arte cinético y el minimalismo. La primera sala de la muestra está reservada a diversas obras firmadas por Equipo 57 (también pertenecientes a la colección de De Alvear), unos gouaches y óleos donde se aprecia ya el sello de Duarte. Las esculturas que Duarte realizó en acero inoxidable con soldadura de plata –empleó ordenador en su diseño, pero la producción era totalmente artesanal– poseen, además de una exquisita factura, una cualidad hipnótica. Parecen configurarse ante los ojos del espectador de manera distinta desde cada ángulo que se contemplen. El efecto de movimiento se obtiene gracias a unas superposiciones de tramas que, en las serigrafías sobre vidrio y metacrilato transparente, se proyectan a su vez sobre otras superficies gracias a los juegos de luz y sombra.
Destacan también las maquetas para obras monumentales en el espacio público, muchas de ellas prestadas por una colección particular (junto con una película propiedad del museo CAAC de Sevilla, son las únicas piezas expuestas en el museo que no pertenecen a Helga de Alvear). Pero, por el modo en que concentra los principios artísticos de su autor, destaca una escultura de metal y yeso, Cubo [División de un cubo por 6 paraboloides hiperbólicos], que Helga de Alvear había adquirido ya en 2018 a la galería madrileña José de la Mano, cuya exposición de aquel año, Ángel Duarte. La voz internacional de Equipo 57, reivindicaba al artista como gran figura del arte español reciente injustamente olvidada.
A pesar de carecer de formación científica, Duarte fue uno de los primeros artistas en emplear medios informáticos para el diseño de sus piezas, y mantuvo un sólido interés por las matemáticas, en particular por la figura del paraboloide hiperbólico –la conocida como “silla de montar”–, que a menudo conformaba los módulos a partir de los cuales, por adición y rotación, construía sus esculturas. María Jesús Ávila, coordinadora del Museo Helga de Alvear y comisaria de la exposición, recuerda que esta forma se ha utilizado frecuentemente en la arquitectura, y cita casos como el Pabellón Phillips de Le Corbusier para la Exposición Internacional de Bruselas de 1958 o la Casa Güell de Gaudí. “Es muy versátil para realizar cubiertas abovedadas de hormigón”, explica. “Pero en el caso de Duarte, había además una huida de lo subjetivo y lo personal, la búsqueda de algo absolutamente objetivo que encontraba en las matemáticas y el paraboloide”.
En su época, la abstracción –en especial el expresionismo abstracto originado en Nueva York con autores como Pollock o De Kooning– se percibía como una forma de expresión subjetiva e individualista. Sin embargo, Duarte poseía una visión social y democratizadora del arte que pasaba por diluir la autoría individual (de ahí su participación en colectivos artísticos), mantenerse al margen del mercado (el Grupo Y se negó a comercializar sus obras) y emplear las formas universales de la geometría. “Después de Equipo 57, Agustín Ibarrola o José Duarte giraron hacia la figuración, con un sentido social”, apunta Ávila. “Ángel Duarte también tenía ese sentido social, pero desde las matemáticas y la abstracción. De alguna manera, él retomó un ideario muy de la Bauhaus, de hacer arte para todo el mundo, que también estaba en Equipo 57″.
Más conocido en Suiza que en España, tras el fin de la dictadura franquista comenzó a viajar con más frecuencia a nuestro país, donde recibió algunos premios y homenajes. Después tomó la decisión de que una parte sustancial de su obra estuviera expuesta al público en la provincia de Cáceres. Y el lugar elegido para realizar el depósito de 23 piezas fue el Museo Peréz Comendador-Leroux, en Hervás, a unos 6 kilómetros de Aldeanueva del Camino, su pueblo natal. Además de la cercanía geográfica, no cabe descartar en este gesto otras motivaciones de naturaleza más simbólica. Este museo se constituyó a partir de una donación de obra del matrimonio formado por otro escultor extremeño, Enrique Pérez Comendador (nacido en Hervás), y la también artista Madeleine Leroux. Pérez Comendador era un autor de corte académico y figurativo, cercano al régimen franquista, y entre sus realizaciones y proyectos destaca, además de monumentos dedicados a conquistadores y gestas heroicas según la historiografía nacionalista, una estatua ecuestre de Franco.
En febrero, finalizada la exposición en el Museo Helga de Alvear, las obras regresarán a Hervás para reanudar el depósito, como Duarte había deseado. Mantener allí permanentemente sus obras, radicalmente abstractas y derivadas de unas inquietudes de tipo social, constituye una forma de gesto político. Al igual que en sus piezas, todo encaja.