Una traición. Rafael Chirbes, a punto de cumplir los 28, no dudaba. En las elecciones constituyentes votaría resignado a uno de los partidos de izquierda, sin saber si sería uno u el otro, pero lo que ocurriría ese 15 de junio de 1977 lo consideraba una traición: la legitimación del poder postfranquista que implicaba “la renuncia a unas aspiraciones largamente perseguidas” defendidas, en teoría, por los partidos obreros y populares. No lo hicieron. No lo harían. Para él, que había estado detenido en la Dirección General de Seguridad en 1968 y cuatro meses en la cárcel en 1971 por su militancia maoísta, los partidos de izquierda avalaban un proceso político que impugnaba su razón de ser. “Se aprestan a participar en la ceremonia que se lo niega todo a ellos para dárselo al enemigo. Más aún: aceptan convertirse en censores de la máquina histórica del pueblo, borrando ideas, hechos y aspiraciones que la historia ha sobradamente probado y ellos definido”. También la cultura crítica estaba participando de esa deriva. ¿Un ejemplo? El Semprún que le había fascinado con El largo viaje ahora legitimaba la reubicación de Planeta en el nuevo poder al aceptar el premio estrella por Autobiografía de Federico Sánchez.
Décadas antes de que Guillem Martínez perfilase la categoría “Cultura de la Transición”, Chirbes, en directo, al reseñar novelas o pelis o al describir el sistema editorial, ya había delimitado sus referentes. Con ecos de los estudios culturales y bajo el impacto de la crisis económica que acabó con el fin de la historia, desde 2008 la “Cultura CT” se convirtió en una de las herramientas más fecundas para sustanciar una crítica al Estado del 78. La ficción imaginativa de Chirbes era la que mejor encajaba con esta comprensión disidente de la historia reciente. Los narradores de sus novelas emergieron como conciencias que permitían interpretar en profundidad las raíces éticas y materiales de lo que estaba ocurriendo. La intimidad donde amasó esa lucidez la descubrimos tras su muerte en sus diarios. Leyendo Asentir o desestabilizar, editado por Álvaro Díaz, constatamos que su fundamento no era solo la radicalidad con la que se comprendió a sí mismo. Esta recopilación de artículos, básicamente publicados en la revista Ozono entre mayo de 1975 y finales de 1978, descubre la pugnaz inteligencia de Chirbes como lector para analizar el proceso cultural que se desarrolló durante la Transición en paralelo al proceso político.
Describir la intervención crítica de Chirbes como contracultural puede despistar al lector. Aunque en una de las críticas que escribió entonces afirmase que “en 1968 la utopía estuvo al alcance de la mano”, su posición estética no era subversiva. Durante la segunda mitad de la década de los setenta más bien sustanció una crítica a la sociedad capitalista y a su correlato estético en aquel momento: la cultura despolitizada de la posmodernidad, aunque él aún no usaba ese término. Era un antisistema. Los autores que le interesaban eran los que impugnaban ese sistema de poder y su lenguaje. Por ello valora tanto al Juan Goytisolo que aprende la lección de Tiempo de silencio. Y, en especial, reivindica una tradición de realismo comprometido que por entonces consideraban caduca los mandarines de la época —ojo a lo que escribió sobre EL PAÍS— y la ideología consensual en boga. Lo esencial en la novela era mostrar “las relaciones de poder-dinero-mercancía” y por ello no se cansó de divulgar la obra de los realistas norteamericanos de entreguerras y situar a Galdós en el eje de la novela moderna española. Porque Galdós, como él, fue el primero que lucho con la prosa contra la traición.
Autor: Rafael Chirbes.
Editorial: Altamarea, 2023.
Formato: tapa blanda (344 páginas, 21,90 euros).
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