Leopoldo Santos estaba por dormirse cuando escuchó los disparos. Ruidos fuertes, dice, “un sonido grueso, calibre 38 o 45 por lo menos. Al menos fueron ocho o nueve”. Vecino de la calle Tecoyotitla, en el sur de Ciudad de México, le extrañó tanto escándalo. En los 12 años que lleva viviendo en el edificio, no había escuchado nada parecido. Sabía de los “cristalazos”, habituales en la calle: criminales llegan los fines de semana, abren los vehículos que hay aparcados junto a la banqueta y se llevan lo que hay dentro. Pero lo de este jueves…
Los balazos que escuchó Santos iban dirigidos contra el popular periodista Ciro Gómez Leyva, uno de los más influyentes del país. A eso de las 23.00, al terminar el noticiero de televisión que conduce en la noche, Gómez Leyva tomó el camino hacia su casa. Avenida Universidad, calle Minerva, luego Hortensias… Es un viaje rápido, sin tráfico ya a esa hora, no más de 15 minutos. Poco antes de las 23.10, según ha contado el periodista en redes y en su programa matutino de radio, tomó la calle Tecoyotitla y, antes de llegar al cruce con Olivos, al pasar una taquería, un coche le cerró el paso. Luego, empezaron a dispararle desde una moto. “Todo indica que alguien me quiso matar”, ha dicho el locutor.
El ataque es uno más de tantos que ha sufrido la prensa en México estos años, una de las vergüenzas nacionales. Los asesinatos de periodistas ascienden a más de una decena cada año desde hace ya varios. Lo mismo ahora, con Andrés Manuel López Obrador al frente del Gobierno, que antes con Enrique Peña Nieto o Felipe Calderón. Las agresiones a la prensa se entienden en un contexto de violencia e inseguridad generalizadas, en un país que cuenta más de 30.000 asesinatos al año desde hace cinco.
Pero este caso es algo distinto. Hay que remontarse varios años para encontrar un ataque contra un periodista en Ciudad de México, ninguno contra uno del tamaño e influencia de Gómez Leyva. Este viernes, el comunicador ha explicado que solo había tenido una amenaza, hace tiempo, por un reportaje sobre una cárcel de la capital. Por eso circulaba en auto blindado, propiedad de la cadena de televisión para la que trabaja. Pero después, nada, cosa que explica en parte el nerviosismo que le invadía todavía este viernes. “No tengo amenazas, no tengo pleito con vecinos, no tengo deudas sin pagar, no he discutido con nadie, más allá de lo que discutimos en el programa y no voy a hacer conjeturas”, ha dicho.
Este viernes también, la jefa de Gobierno de la capital, Claudia Sheinbaum, ha comparecido ante los medios de comunicación, junto al jefe de policía, Omar García Harfuch, para dar información sobre el atentado. García Harfuch ha explicado que los sicarios, que circulaban en una moto negra y naranja, siguieron al periodista desde avenida Universidad hasta Tecoyotitla, donde dispararon. El mando policial ha dicho que no se sabe si desde el carro que iba con la moto dispararon también. La Secretaría de Seguridad ha logrado seguir la pista de la moto hasta los límites de la ciudad con el Estado de México, donde de momento se pierde el rastro.
“Venía un coche delante de mí muy lento. En ese momento escuché dos disparos en seco. Volteo y veo a una persona disparándome desde una motocicleta”, así narró Ciro Gómez Leyva el ataque que sufrió anoche: https://t.co/VAAecWXJGE
— Ciro Gómez Leyva (@CiroGomezL) December 16, 2022
El atentado ocurrió muy cerca de la casa del periodista, no más de 500 metros. Gómez Leyva vive en un condominio al final de Tecoyotitla, una zona de clase media alta, muy cerca del barrio histórico de Coyoacán y el hermoso parque de los Viveros, donde los vecinos dicen que suele ir a correr. El reportero ha explicado que al sentir que le disparaban se agachó. El carro que había delante de él, compinchado con los atacantes, no le dejaba pasar. Los tiros llegaron primero del lado izquierdo, por la ventana del conductor. Gómez Leyva dice que alcanzó a ver a dos hombres en la moto, uno disparando.
El locutor ha explicado que los sicarios siguieron tirando mientras escapaban, Tecoyotitla abajo, rumbo al camellón de Vito Alessio Robles, que comunica dos de las vías más transitadas de la ciudad, Universidad e Insurgentes. Gómez Leyva notó que su vehículo, que recibió al menos cuatro disparos, no funcionaba bien. Ha dicho que recordó que justo en Olivos vivía un amigo, Manlio Fabio Beltrones, dirigente histórico del PRI. El reportero llegó a la garita de seguridad de la casa, se presentó y pidió ayuda. Beltrones lo acogió.
Según vecinos de la zona entrevistados este viernes, las primeras patrullas no tardaron en llegar ni dos minutos al lugar de los hechos. El ataque fue justo bajo la ventana de Santos, que vive en un séptimo y cuenta 76 años. Abogado retirado, el hombre llamó enseguida al número de emergencias y contó lo que había escuchado. “Sí estuvo alarmante”, explica, “no fue una cosa así… No, no, fueron eso, ocho o nueve disparos gruesos. Mi esposa no pudo dormir en toda la noche”.
Mónica Zúñiga, de 40 años, vecina de Santos, cuenta una historia parecida. Escuchó los disparos y enseguida se asomó a la ventana. Alcanzó a ver a los sicarios en moto. Dice que el conductor llevaba un casco blanco y azul, mientras que el que disparaba portaba otro blanco y rojo, cosa que coincide con la narración que ha hecho el locutor este viernes. “Cuando escuché los balazos, dije, ‘por la quincena’, eso pensé”, cuenta la mujer.
En México, buena parte de los asalariados cobra cada quince días, en vez de esperar a fin de mes. Zúñiga, Santos y otros vecinos señalan que, entre semana, mucha gente aparca en Tecoyotitla, para ir a cenar a los restaurantes de Insurgentes. “Tiro por viaje hay cristalazos”, señala Zúñiga, “más los miércoles, jueves y viernes de quincena”. Este jueves justo era día 14 y los trabajadores esperaban además su aguinaldo. Era fácil atribuir los disparos a un asalto, pero no se trataba de eso.
“A ver que dicen las cámaras”, dice la mujer. En el tramo de la calle donde ocurrió el ataque hay al menos una decena de cámaras de seguridad, entre públicas y privadas. Este viernes, agentes de la Secretaría de Seguridad Ciudadana, que en Ciudad de México realizan labores de investigación, igual que la Fiscalía, peinaban el lugar, recopilando información, entre otras cosas, las posibles grabaciones de las cámaras de seguridad de los edificios.
“¿Y no ha visto si hay agujeros de los disparos en la pared?”, pregunta Santos, que ha salido a pasear a sus perros antes del calor del mediodía. El hombre, originario del norte de Coahuila, zona de ranchos y ganado, sabe de armas y, como hacen muchos de sus vecinos, busca en los detalles del ataque, en las migajas de información, algo de consuelo.
No parece haber disparos en las paredes de la calle Tecoyotitla, ni consuelo alguno. Las cámaras ocupan las preocupaciones de los vecinos y posiblemente también las de las autoridades, en aras de atrapar a los sicarios y saber quién y por qué ordenó el ataque. “Hace unos meses, mi madre, que tiene Alzheimer, se perdió”, cuenta Zúñiga. “Cuando fui con la policía, pregunté por las cámaras públicas. Hay una en la esquina”, añade. La mujer descubrió entonces que algunas no servían. “Me dijeron que no estaban conectadas a la red”, zanja.
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