Así de caprichoso es el destino. A falta del último brochazo de la temporada, esta semana en la fase final de la Copa Davis, Málaga, el epílogo señala al mismo protagonista que en prólogo: Novak Djokovic. Las dos caras de Nole. Uno, el deportista peleado con el mundo, tan ensimismado consigo mismo que pierde de vista al colectivo y genera un circo resuelto a golpe de detención, expulsado en enero de Australia por lo que tantas veces se ha contado y por aquello que volvió a ponerle en el disparadero; otro, el campeón superlativo que a pesar de todo suma y sigue sin cesar, coronado en Turín al vencer a Casper Ruud (7-5 y 6-3, en 1h 32m) y situado ya en lo más alto de la pirámide maestra, con seis títulos; es decir, los mismos que defendía desde 2011 el suizo Roger Federer, recordman del torneo. Así es el serbio, en busca siempre del equilibrio existencial, pero sin términos medios. Tan holístico, tan filosófico, tan contradictorio. Tan bueno. Tan Djokovic.
“Es un gran alivio y una satisfacción, porque he estado todo el año entre alfileres, esperando permisos para poder ir a algunos sitios. Así que estoy contento de haberlo manejado de manera positiva”, dice después de resolver el litigio final con Ruud y de recuperar la gloria en un torneo que se le resistía desde 2015, cuando venció por última vez. Lo consigue ahora con un pleno que le reporta un cheque récord, lo nunca visto hasta ahora en el tenis: 4,6 millones de euros. Voraz como pocos, el balcánico (35 años) atrapa las plusmarcas a pares; lo mismo alcanza al gran Federer que se lleva el mayor premio. Lo hace en un curso en el que han pasado muchísimas cosas, resumido en pelotazos: la explosión de Alcaraz, las proezas de Nadal, las despedidas de Serena y Federer, entre otros muchos vaivenes. Sin embargo, en 2022 se empezó hablando de él y sus fechorías, y se termina de la misma forma. Pero trofeo en mano.
Así es Djokovic, que pese a no haber podido jugar en Melbourne ni Nueva York –deportado de un sitio y rechazado en otro–, pese a no haber sumado los 2.000 puntos que en circunstancias normales le hubiera concedido su séptimo entorchado en Wimbledon –sin reparto este año a consecuencia de la ofensiva militar sobre Ucrania– y pese a haber tenido que competir (voluntariamente) a contrapié, entre desconexión y desconexión, cierra el ejercicio brazos en alto. Imponente, Nole canta victoria. Para hacerlo ha tenido que superar varias pruebas de alta exigencia en Turín, desde el correoso despegue contra Stefanos Tsitsipas hasta la reñida semifinal con Taylor Fritz, pasando por una prueba de largo kilometraje contra Daniil Medvedev; solo Andrei Rublev en la segunda jornada y Ruud en esta última –mucha voluntad y buenas formas, pero falto de colmillo– le aportaron algo de paz.
El noruego dispuso todas sus armas, pero chocó contra la versión granítica de Djokovic y perdió la opción de superar a Rafael Nadal en el ranking. Por lo tanto, el mallorquín (36 años) mantendrá la segunda posición y el noruego (23) la tercera con vistas al inicio del próximo curso, mientras el de Belgrado ascenderá este lunes al quinto escalón. Lo hace Nole con un promedio de efectividad muy reseñable –el 85,7% extraído de los 42 triunfos en 49 compromisos– y con cinco trofeos más en un palmarés impresionante (91). El repóquer rubricado en Roma, Wimbledon, Tel Aviv, Astaná y la Copa de Maestros lo equipara con Carlos Alcaraz, al que apunta ahora con decisión. Entre ambos existe un margen de 2.000 puntos, luego podría arrebatarle el número uno al murciano en el Open de Australia. Castigado a priori hasta 2025 por el esperpento de enero, finalmente ha sido indultado y la noticia –anticipada el martes por la prensa local y confirmada por el Gobierno el miércoles– le insufló oxígeno extra en plena competición.
El campeón más veterano
Djokovic se eleva como el campeón maestro más veterano, al superar la longevidad de Federer (30 años en 2011), y completa un extraordinario sprint de cinco meses que empezó a coger forma en Wimbledon, territorio de resurrección para él. Su negativa a vacunarse y el episodio fronterizo diezmaron de manera considerable su proyección pública, y desde no pocos rincones se especulaba con la posibilidad de que su cabezonería podía suponer el principio del fin de una fabulosa trayectoria; sin embargo, el serbio se rebeló sobre la hierba –”solo necesitaba tiempo para despejar la tormenta”, afirmaba el 10 de julio– y después dio otro acelerón. De julio aquí, 26 victorias y dos derrotas, ante Felix Auger-Aliassime en la Laver Cup y frente a Holger Rune en la final de París-Bercy. El resto, un suma y sigue refrendado en el Pala Alpitour, el tercer enclave que lo ve festejar; lo hizo previamente en Shanghái (2008) y Londres (2012, 2013, 2014 y 2015), y sonríe ahora en Italia.
“Ha pasado mucho tiempo, siete años, pero eso hace esta victoria más grande y dulce”, aprecia tras coger en brazos a su hijo y festejar con los suyos. “¡No-le! No-le ¡No-le!”, le jalea la grada. Aplaude efusivamente su colega Zlatan Ibrahimovic, exjuventino, de vuelta en la ciudad. Y él se reivindica: frente al empuje de los jóvenes, resiste y muerde con fuerza Djokovic.
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