En mi breve vida académica me he dedicado a encontrar la resistencia en lo más violento de la cultura popular mexicana. Es como si creyera que rascando para encontrar la subversión dónde menos es posible, en lo más violento de lo violento, en las páginas de la nota roja, ahí, si encuentro resistencia ahí, entonces hay esperanza. Si puedo demostrar esa resistencia podemos reescribir la historia. Y entonces el futuro es diferente, es posible. Así surgieron los mujercitos dentro Alarma! Pero no pude en ese momento encontrar la forma de reinterpretar la historia de las hombrecitas. Sabía que no podía incluirles en el libro de Mujercitos porque la fotografía para elles no funcionaba como espacio de resistencia y subversión a la violencia cotidiana. Seguía mi intuición, aunque no encontré el lenguaje para describirlo. Las hombrecitas se quedaron pendientes en mi archivo desde entonces. Y ahora, después de siete años ya entendí, y regreso al archivo a reescribir su historia. Y si entiendo porque tiene que ver con Bad Bunny.
Pero para llegar aquí primero tuve que escribir un libro que me ayudara a entender por qué las ancianas víctimas del supuesto asesino/a serial El/La Mataviejitas contaban como víctimas para el Estado y para la Nación mientras que las mujeres víctimas de feminicidio en Ciudad Juárez o en el Estado de México o en el Estado de Tlaxcala nunca han contado?
Cuando digo que “cuentan como víctimas” para el Estado y la Nación, trato de seguir la pregunta que Judith Butler hace en su libro Frames of War: When is Life Grievable? Para Butler, la vida por la que se puede tener un duelo público es la vida que se considera digna de duelo después de perderla. Butler argumenta que, para que una vida sea considerada como digna de duelo, esa vida primero debe ser reconocida como vida y ese reconocimiento depende de cómo se enmarque esa vida.
Dentro del caso de El/La Mataviejitas interesaba saber porque el asesinato de cuarenta y nueve ancianas conmocionó a la nación en el contexto de la alarmante cifra de feminicidios. La búsqueda de El/La Mataviejitas comenzó en 2003, y entre 1993 y 2004 se registraron oficialmente 382 muertes de mujeres en Ciudad Juárez. En esos mismos años, en el Estado de México se registraron 4,379 muertes de mujeres. Pero las autoridades y los medios oficiales no hablaban de una sociedad deshumanizada, descompuesta. No fue hasta que las abuelitas de México fueron asesinadas que las autoridades, el procurador y el subprocurador hablaron de una sociedad deshumanizada, en descomposición. El asesinato de cuarenta y nueve ancianas desató una búsqueda coordinada de un asesino en serie, patrullas en ronda, un cuerpo policiaco de más de 800 policías, entrenamiento a agentes por parte de policías extranjeros especialistas en este tipo de asesinatos. La policía en México no iba a descansar hasta encontrar al responsable. Nunca nada de esto ha pasado con el asesinato de ninguna, ni una mujer víctima de feminicidio. Lo que sabemos es por sus madres: ellas las buscan. Por sus amigas, por las activistas feministas que no han parado por décadas. Pero por ellas, por las miles de víctimas de feminicidio, nunca ha habido ningún tipo de crisis nacional o incluso en una investigación formal. En el 2002, la entonces embajadora por los derechos humanos y la democracia, Mari Claire Acosta, fue despedida por el entonces presidente Vicente Fox “por no detener el informe de Amnistía Internacional ‘México Muertes Intolerables: 10 años de desapariciones y asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez y Chihuahua’”. Y sabemos la suerte que han corrido muchas otras personas que han denunciado estos crímenes innombrables, la muerte. El ejemplo: el documental de Las tres vidas de Marisela Escobedo en Netflix. Lo sabemos ahora, pero aun así no hay respuesta del Gobierno. Todas conocemos las desafortunadas declaraciones de López Obrador al respecto.
¿Por qué el asesinato de ancianas es digno de duelo para la nación? ¿Por qué las mujeres víctimas de feminicidio nunca han contado como vidas dignas de duelo para la nación? Después de diez años de investigación y dos veces a la semana en el diván terminé el libro. Después de leer todos los reportes sobre feminicidios, de leer las declaraciones en prensa comparando cómo se expresaban sobre las víctimas ancianas y sobre las víctimas de feminicidio, de leer sobre la criminología en México, descubrí lo más obvio:
¿Quién cuenta como víctima en México? Mujeres que representan el ideal de la mujer/madre establecido a través de nociones de mexicanidad. Mujeres desexualizadas como La Virgen de Guadalupe. Mujeres que parecen no tener agencia sexual, pero que son los ángeles guardianes idealizados de sus hogares.
¿Quién no cuenta como víctima en México? ¿Qué cuerpos no son considerados dignos de duelo por el estado? Los cuerpos de mujeres y feminizados que, como La Malinalli, son sexualizados. Los cuerpos de las mujeres y feminizados que tienen agencia sexual. Los cuerpos de las mujeres que transgreden los roles normativos definidos para las mujeres/madres en México. Los cuerpos de las víctimas de feminicidio no cuentan y siguen siendo violados por el Estado. Cuando las mujeres jóvenes, pobres y morenas son asesinadas o vendidas, sus cuerpos se reinscriben en el de Malinalli.
Todo está en la agentividad sexual. Por agentividad sexual me refiero a la capacidad que tenemos de tener el poder y los recursos para poder desarrollar ese potencial con nosotras y también socialmente.
Descubrí lo que es obvio: la sexualidad en los cuerpos feminizados siempre ha sido tan amenazante y peligrosa que se tiene que aniquilar. Aniquilar es asesinar, no conocer, no investigar, no hablar. Por casi un siglo no se sabía de donde provenían los orgasmos de los cuerpos con vulva. Para Freud y muchos de sus seguidores las niñas experimentaban orgasmos en el clítoris, pero las mujeres transferían la respuesta sexual a la vagina. Después de mucha investigación feminista se concluyó que las mujeres cisgénero tienen un órgano sexual unificado, y que todas las partes reaccionan durante la excitación, sin importar que parte está siendo estimulada. Al parecer las mujeres cis tienen tanto tejido eréctil como los varones cis. Sin embargo, en pleno siglo XXI los pezones de las mujeres no se pueden mostrar públicamente bajo ninguna circunstancia, y si lo haces casi en cualquier red social te clausuran la cuenta. Los pezones de los hombres no, esos no.
Mientras terminaba este libro sobre violencia contra las mujeres y leía sobre feminicidios, escuchaba a Bad Bunny:
Cómo se siente, cómo se siente
Cuando yo estoy adentro y tú está’ al frente
O, si no, encima de mí
Cuando te hago venir, venir, venir
La mayoría de las letras de Bad Bunny hablan de una sexualidad en fuego, de una chica (nunca específica, pero por su estética queer y sus videos no es necesariamente una chica cis, es también una mujer trans) que tiene mucho, harto deseo sexual. Si sé que te gusta mucho el reguetón y que alguien como Isabella Lovestory que te invita a abrir tus piernas como mariposa y ponerte golosa con ella, en tus palabras “te hace sentir sexual”, y porque además gime y gime en el escenario.
Es indiscutible que Tomasa de Real te hace dale fuerte contra el muro y que también tal vez más que Bad Bunny habla de esa sexualidad de cuerpos feminizados que de otra forma siempre es prohibida. Tomasa de Real, tu perra del futuro se va hasta abajo papi te lo juro. Ivy Queen, la potra, la caballota, tuvo que abrirse camino entre muchas masculinidades tóxicas y machos y como ella dice, cantar como onvre para ser respetada. Su primera canción, Muchos quieren tumbarme, llega para marcar territorio en el Noise para las reguetoneras que le siguen:
Muchos quieren tumbarme Les digo “mira, no, no, no, que no van a poder” Si cuando canto la gente sabe que llegó la queen, la nena del reggae
Ivy Queen habla desde el deseo y lo difícil que es expresarlo en este patriarcado sistematizado. La imposibilidad de los cuerpos feminizados para sudar y gozar sin que signifique autorización para acoso y para abuso. Eso es lo que creen las autoridades en Chihuahua como justificación para no buscar al responsable víctima de feminicidio. Patricio Martínez, gobernador de Chihuahua de 1998 a 2004, dijo: “Bueno, estas mujeres no regresaban de misa cuando las atacaron.” Mujeres activistas feministas han denunciado una y otra vez la revictimización al creer y actuar bajo esa creencia por parte de las autoridades, que el usar minifalda es una invitación sexual. Las tesis performaron: Y la culpa no era mía, ni de donde estaba ni como vestía. Muchas veces ni en la pista de baile tenemos agencia política y sexual, reclamó Ivy Queen:
Yo quiero bailar Tú quieres sudar Y pegarte a mí El cuerpo rozar Yo te digo: “Sí, tú me puedes provocar” Eso no quiere decir que pa’ la cama voy
Tokischa, tu favorita, declara sin pudor, porque ser perra está de moda:
Hoy ando en teteo como perra en calor
Luciendo mi tatuaje y mis diente’ de gold
Clava’o en los pantys grasa del callejón
¿Cuál será el perro que se anota este gol?
Y sí, todas ellas hablan de ese deseo por el que nuestras vidas no serían dignas de duelo por el Estado, solo el duelo de nuestras amigas. Pero es necesario, imprescindible, esencial, que podamos experimentar este deseo sin miedo a ser asesinadas. Con la estigmatización social y la internalización psíquica que implica negociar la subjetividad de “puta” con nosotras mismas hemos lidiado por siglos y hoy nos tenemos las unas a las otras. Pero nuestras vidas dependen de una infraestructura más grande por la que somos vulnerables no por ser “mujeres” y por tanto débiles. Si no, como analizan Leticia Sabsay y el movimiento de Ni una Menos, que contrario al Me too no busca la cancelación, es una vulnerabilidad vinculada a la relacionalidad y la interdependencia frente a su atribución esencial a la feminidad. Para Sabsay, estas diferentes experiencias de vulnerabilidad de los cuerpos feminizados y sus reclamos de justicia contrarrestan los esfuerzos por circunscribir la vida en términos de género, sexualidad, nacionalidad y raza, y por lo tanto tienen el potencial de ser liberadoras.
Otros reguetoneros como J Balvin también hablan del deseo sexual particular en las mujeres, sin tapujos y consensuado:
Se pone caliente cuando escucha este perreo
Y yo también me pongo caliente si la veo
Ella es bien bonita, por ahí tan solita
Con esa cinturita, bailándome cerquita
Tal vez podríamos argumentar que todo el reguetón solo habla de deseos sexuales, pero muchas canciones de salsa también:
Y en mi cama nadie es como tú
No he podido encontrar la mujer
Que dibuje mi cuerpo en cada rincón
Sin que sobre un pedazo de piel
Ay, ven devórame otra vez, ven devórame otra vez
Ven castígame con tus deseos más
Todas estas canciones de reguetón nos están dando permiso para ser sexuales, para hacernos dueñas de la agencia sexual que nos corresponde. Pero, para mí, Bad Bunny está haciendo algo diferente. Bad Bunny no está reconociendo mi deseo sexual y permitiéndolo. Bad Bunny está respondiendo a mi deseo sexual como yo exactamente lo necesito.
Después de leer a Michael Foucault y aprender en la licenciatura que la “sexualidad estaba socialmente construida” decidí rebelarme. No iba a dejar que la sociedad me determinara heterosexual e iba a ser queer como todas mis amigues en la clase. Pero todo se derrumbó años después cuando la psicoanalista me preguntó: ¿vas a responsabilizar a Foucault por tu sexualidad? Linda es muy filosa.
Mi deseo sexual y mi atracción es a la masculinidad. Mi deseo es hacia una masculinidad, pero no esencializada a los cuerpos varones cis. Al contrario, nunca me ha atraído la masculinidad tóxica con la que desgraciadamente educan y crecen muchos varones cis. No es a una masculinidad ligada al machismo (un par de veces me he confundido con algunas masculinidades en mujeres que han resultado más machos que yo – diría Linda). Mi deseo está en el paraíso butch. Mi deseo es hacia una masculinidad que habitan los cuerpos muchas veces feminizados, la masculinidad de las hombrecitas.
Antes de su último disco, Certified Lover Boy, muchos académicos y críticos escribieron sobre como Drake estaba redefiniendo la masculinidad hegemónica. Drake estaba encarnando una masculinidad “suave” por siempre mostrarse emocional y vulnerable en comparación a la hiperagresiva cultura del hip-hop y el rap. Se agradecen los hombres cis que se deconstruyen y habiten una masculinidad suave y sentimental. Pero ya no es suficiente. Comparada con la masculinidad tóxica de Pedro Infante o un Soprano, para quienes las mujeres son solo objetos sexuales y su propiedad, un No es un Sí, y no hay responsabilidad afectiva ni rendición de cuentas, la masculinidad suave de Drake fue importante.
Pero esa no es tampoco la masculinidad que me atrae. Drake me parece un poco controlador y needy: as soon as you get the text reply me, I don’t want to spent time fighting ‘cause I have no time. Me gusta bailarlo, pero me no despierta mi deseo. Drake sufre mucho: no friends in the industry, had to draw the line between my brothers and my enemies, le desean mal, es muy difícil ser tan famoso como él, tiene demasiado dinero. En la canción de work con Rihanna, se justificó por no estar ahí, dándole, porque son demasiadas sus emociones. Solo es agua. Es escorpión. Sorry if I’m way less friendly/I got niggas tryna end me, oh (Yeah)
I spilled all my emotions tonight, I’m sorry. Y para colmo, en su más reciente disco, la persona con la que está lo tiene sin dormir, paranoico y vuelto loco, porque wouldn’t make love … since she is coming home intoxicated. Un Certified Lover Boy que sufre por qué no puede salirse de sí mismo y sus emociones tan grandes. Como dice el escritor Nigeriano Teju Cole, “if you’re too loyal to your own suffering, you forget that others suffer, too” (si eres demasiado leal a tu propio sufrimiento, se te olvida que los demás también sufren).
Bad Bunny en cambio habla desde una subjetividad que solo responde al deseo y lo hace desde el gozo. Cuando a mis amigas de Montreal les explico porque me gusta Bad Bunny y les traduzco las letras concluyen: claro te gusta porque básicamente es un Service Top. En la jerga queer, un service top es alguien que realmente sabe cómo cuidarte, que solo quiere darte placer y que se asegura disfrutes cada segundo de la experiencia. Muchas veces también implica saber ejercer control hacia la otra persona, pero lo hace siguiendo las instrucciones explicitas de esa persona.
Bad Bunny encarna una masculinidad que sabe cómo hacer para que tú te rindas a tu propio placer sexual. Por eso, para mi es diferente a todos los demás traperos. Por eso me gusta más que cualquier otra reguetonera. Porque su masculinidad responde a mi propio deseo.
Tú te mojaste pa’ que yo me bautice.
(Hasta el momento no se conoce y no hay investigación acerca de este fluido proveniente de la eyaculación de cuerpos con vulva, no se sabe de dónde viene ni de donde sale, pero Bad Bunny sabe cómo dar ese placer y darlo es el suyo).
Después de lo’ polvo’ conmigo, las sábanas, hay que botarla
Toalla pa’ la nena, pa’ secarla
Se pone olorosa y me gusta cómo huele (cómo huele)
¿Que si quiero comerte? Obvio
Va’ a ver la’ estrella’ sin telescopio
La vi en cuatro y le di gracias a Dios
(Por que sabe seguir instrucciones, porque hay agencia y deseo sexual).
Que te hago todo lo que necesitas Pa’ hacerte venir
(Por más de medio siglo no se conocía donde provenían los orgasmos femeninos).
En este gozo está la resistencia contra la violencia hacia las mujeres. No solo es tener agencia sexual, es permitirse el deseo y el placer. No viene desde una posición de feminismo neoliberal, por la que mi empoderamiento se basa en la auto hipersexualización de mi cuerpo, y el individualismo.
Bad Bunny responde a mi demanda sin caer en un amor romántico. Sabe además que me acuesto temprano mañana hay que estudiar, que soy Estudiosa, puesta pa’ ser doctora pero que el perreo es mi profesión.
No es celoso sin razón porque eso es machismo, no va a hacer un papelón aunque reconoce cuando ouch su corazón
Y que si mi novio no me mama el culo/para eso que no mame/ vente pa’ casa que yo te lambo to’a
Es una masculinidad que entiende que el ano ha sido históricamente, como lo señala Paul Preciado, un órgano abyecto. Bad Bunny convierte el ano en lo que Preciado llama la desterritorialización del cuerpo heterosexual. No es una sexualidad reducida a la penetración pene-vagina. Es una sexualidad basada en un deseo por explorar, por sentir, por estar, por llegar a un placer indescriptible. Tal vez es el disfrute-placer al que Jenny-talia, Kebra, la mami del movimiento de la desculonización, nos invita.
Para Kebra, desculonización es una manera de “sentir y practicar” la pelvis como un centro de poder y goce, entre la tierra y el cielo, es el vehículo por donde la energía sexual se materializa, se desdobla y transmuta, sube y baja, y nos permite sentir y disfrutar esa energía. Apenas el año pasado tome un taller con ella. Mi bruja me dijo: “Tienes las caderas caídas, haz sexo como loca y ponte a bailar”. Obviamente supe que mi tarea era tomar un taller de desculonización. Lo que me lleve de la clase fue eso, “des-territorializar el cuerpo heterosexual” y “re-territorializar” mi deseo en la pelvis.
Nada de esto les enseño a mis alumnes cuando doy clases de Bad Bunny. Mis alumnes no hablan español, no me enfoco en las letras. Y además no sabría como hablar de mis deseos en clase. Cuando enseño Bad Bunny hablo del south to south flows, narrative territorialities, de la relación entre el sur global e imperialismo, de decolonización, de la transgresión de género, de violencia contra las mujeres, de la historia del reguetón. Y la mayoría acaban siendo fans. No he encontrado la forma de hablar de deseo y goce sexual de las mujeres en las clases. Tal vez tendría que enseñarles a bailar reguetón en vez de “conceptos clave”.
¿Cómo escribir sobre ese deseo, sobre esos movimientos, sensaciones, fluidos, emociones, pulsiones que son intraducibles en el lenguaje?
Me parece imposible y tal vez innecesario. Pero lo voy a intentar al regresar a los archivos y hablar de las hombrecitas. Bad Bunny hace que la pista de baile sea política desde donde nuestros deseos se puedan encontrar.