Fue un suspiro. Más que una visita, la de Joe Biden a la frontera ha sido una escala en su viaje rumbo a Ciudad de México. El mandatario ha pisado este domingo por cuatro horas El Paso. Es la primera vez en su presidencia que pone un pie en una ciudad en la compleja línea que divide Estados Unidos y México. La región ha tenido una continua cobertura periodística en los dos años que lleva Biden en la Casa Blanca. Especialmente por los medios de derecha, quienes han calificado de “invasión” las históricas cifras de inmigración que dejó 2022, con más de dos millones de encuentros por parte de las autoridades migratorias, un flujo impulsado principalmente por personas de Venezuela, Nicaragua, Cuba y Haití. Biden eligió un oasis progresista en el muy conservador Texas para ser testigo de uno de los principales retos de su Administración.
Biden tocó tierra en esta ciudad después de las 12.00. Minutos después, fue el gobernador republicano de Texas, Greg Abbott, se encargó de fijar el tono con el que la oposición se ha tomado el viaje del presidente. “Su visita a la frontera sur llega 20.000 millones de dólares después y dos años tarde”, dicen las primeras palabras de una carta que Abbott entregó a Biden a los pies del Air Force One. “Su visita evita los puntos donde ocurren los principales cruces de la inmigración ilegal y esquiva a los miles de propietarios de tierra en Texas cuyas vidas han sido destruidas por su política migratoria”, continúa la carta. Por la mañana, el gobernador acusó a Biden de auxiliar a los inmigrantes indocumentados en lugar de detenerlos. “No les interesa detener la inmigración ilegal”, se queja.
El presidente aterrizó en una somnolienta ciudad en la que muchos ignoraban su presencia. Zenia, de 26 años, encargada de una tienda de ropa en el centro de El Paso, desconocía de la visita. Lo que no le ha pasado desapercibido es el aumento de inmigrantes que han llegado al pueblo en las últimas semanas. El pico se registró en diciembre, con más de 2.000 personas al día, mientras que ahora son unas 700, de acuerdo al Departamento de Seguridad Interior. Pero la dependienta, que habla en español, no comparte el mensaje que sale en algunos medios de que la situación es un caos. “La gente que viene es muy respetuosa. No hemos tenido ningún problema con ellos. A veces vienen a pedir trabajo o algo de dinero para sus pasajes, preguntan dónde está la estación de autobuses”, asegura Zenia.
Es poco probable que Biden se haya llevado la imagen del “caos”, que en El Paso puede apreciarse en algunas calles e iglesias católicas del centro. La comitiva evitó esta zona de la ciudad y se enfocó en una rápida visita a un centro de procesamiento de inmigrantes que es financiado con dinero federal. Allí habló con algunas organizaciones civiles y líderes religiosos que ayudan a alimentar a las miles de bocas hambrientas que llegan a EE UU cada día.
Abbott aseguraba a Fox News que el presidente arribó a una versión “sanitizada” de la ciudad, donde el alcalde demócrata, Oscar Leeser, había ordenado mover los campamentos de migrantes para que no estuvieran a la vista de la caravana presidencial. A mediados de diciembre, Leeser se vio obligado a decretar el estado de emergencia por siete días para hacerse con recursos extraordinarios y gestionar así el “increíble” ingreso de inmigrantes, que arribaban a Estados Unidos en lo que se creía que eran las últimas horas de vida del Título 42. Washington alertó que hasta 6.000 personas entrarían cada día en esas fechas.
El puente de las Américas, la aduana más transitada de El Paso, fue la primera parada de Biden. El presidente se entrevistó allí con agentes de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza. Vio cómo un perro policía olfateaba un vehículo en búsqueda de armas y drogas y revisó un camión equipado para la vigilancia de la frontera. El Gobierno calcula que en este punto de entrada se hace el 10% de las revisiones de los más de 3.000 kilómetros de frontera común. El año pasado, en esta región se incautaron más de 300 armas y 21 toneladas de narcóticos. La Administración ha destinado a este puente 600 millones de dólares, como parte del plan de infraestructuras, para expandir su capacidad de procesos comerciales y de seguridad.
Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete
Alejandro Mayorkas, el secretario de Seguridad Interior, ha dicho durante la visita que el martes se pondrá en marcha una carpa junto al puente donde se podrán procesar hasta 1.000 migrantes al día. El funcionario también ha dicho que se ha contratado 100 agentes más para reforzar a la Patrulla Fronteriza.
Esta garita fue visitada por Barack Obama en mayo de 2011, en lo que también fue la primera visita del presidente demócrata a la frontera. Esta ocurrió a los tres años y cuatro meses desde que llegó a la Casa Blanca. Biden sirvió de vicepresidente en aquella Administración, que deportaría a inmigrantes en cifras récord durante sus ocho años. Donald Trump fue mucho más veloz en preparar su primera visita a la franja. Eligió el entonces bastión republicano de Arizona, donde estuvo menos de dos horas en el condado de Yuma. Allí visitó un cuartel militar en agosto de 2017, ocho meses después de haber asumido el poder. En total, Trump hizo en cuatro años cinco visitas a la frontera, un territorio que fue una de las obsesiones de su periodo.
Biden ha tenido que recurrir a medidas de Trump para gestionar el flujo que llega a la frontera. En especial el Título 42, impuesto por el expresidente durante la pandemia y que el poder judicial ha obligado al Ejecutivo a mantener por el momento. Este permite devolver rápidamente a muchos de los que llegan, quienes generalmente vuelven a intentar el cruce pocos días después. Desde septiembre pasado, el Título 42 se ha utilizado para expulsar a unas 200.000 personas.
El jueves, la Casa Blanca anunció una nueva estrategia para vivir bajo el manto del Título 42 al mismo tiempo que la Administración se prepara para su eventual final, que puede llegar más adelante este año. Esta contempla endurecer el castigo a los inmigrantes que lleguen sin aviso a los puertos de entrada de Estados Unidos, a quienes se les prohibirá por cinco años la entrada. Biden también anunció que permitirá el ingreso de 30.000 ciudadanos al mes de Venezuela, Cuba, Nicaragua y Haití siempre y cuando los interesados inicien un proceso de asilo en línea antes de llegar y que demuestren que alguien en suelo estadounidense está dispuesto a patrocinarlos. “Estamos tratando de incentivar a que las personas lleguen con una cita a los puertos de entrada en lugar de que intenten cruzar entre las aduanas”, ha dicho Mayorkas.
Varios sectores demócratas han rechazado las medidas anunciadas, pues consideran que castigan a las personas que están huyendo de regímenes autoritarios y que arriban a Estados Unidos pidiendo asilo. El sábado, horas antes de que Biden aterrizara, se celebró una protesta de 300 migrantes que rechazaron con cartulinas la continuidad de la medida sanitaria. Pero Biden se mantuvo lejos de ese epicentro de la crisis humanitaria. Unas horas después de haber tocado tierra, volvió a su avión y despegó rumbo a la capital mexicana sin ver la zona cero de la ciudad ni haber cruzado palabra con alguien que ha hecho el periplo al norte.
Suscríbase aquí a la newsletter de EL PAÍS América y reciba todas las claves informativas de la actualidad de la región