Jair Bolsonaro ha hablado. No debería sorprender en un presidente que durante cuatro años fue un asiduo comentarista de su propio Gobierno. Pero aquel político parlanchín se sumió en un profundo silencio tras el 30 de octubre, cuando cayó derrotado ante Luiz Inácio Lula da Silva en la segunda vuelta por la presidencia de Brasil. Rompió el mutismo solo dos veces: una, para pedir a sus seguidores disconformes con el resultado electoral que despejasen las carreteras que mantenían bloqueadas; otra, para advertir que las Fuerzas Armadas eran “el último obstáculo contra el terrorismo”. Este viernes, sentado en su despacho en el Palacio de Alvorada, habló durante 50 minutos para las redes sociales. Horas después, se subió a un avión de la Fuerza Aérea Brasileña y voló hacia Estados Unidos. Bolsonaro no colocará este domingo la banda presidencial a su sucesor.
Medio millón de personas lo vieron secarse las lágrimas y escucharon sus críticas al atentado terrorista que uno de los suyos intentó, sin éxito, perpetrar en el aeropuerto de Brasilia. Bolsonaro dijo que “nada justifica” un ataque semejante, pero al mismo tiempo consideró “patriotas” a los cientos que acampan frente al Cuartel General del Ejército en Brasilia exigiendo una intervención militar. Para cerrar, dijo que el 31 de octubre “se perdió una batalla, pero no la guerra”.
La intervención de Bolsonaro fue la consumación de una larga despedida realizada en voz baja. El presidente de ultraderecha nunca reconoció su derrota y lleva dos meses con una agenda muy limitada. Este domingo romperá una larga tradición de la democracia brasileña y no participará del traspaso de mando. Es que Bolsonaro se considera víctima de un gigantesco fraude en las urnas, impulsado por el Tribunal Supremo Electoral en complicidad con la oposición y los grandes medios.
Si bien no alentó las protestas de sus seguidores, hizo poco para detenerlas. Hubo que esperar al límite de la transición para que, por fin, repudiase el plan de un empresario detenido tras colocar una bomba en un camión cargado de combustible en la capital. “Si alguien comete un error, enseguida le dicen bolsonarista. Nada justifica este intento ocurrido en Brasilia de hacer terrorismo en la región del aeropuerto. Gracias a Dios el elemento fue detenido, pero lo califican como bolsonarista, así lo trata la prensa”, dijo Bolsonaro.
La policía negocia contra reloj para que los cientos de manifestantes que aún piden una intervención militar levanten su campamento. Bolsonaro acompañó a esos grupos de fanáticos con una estudiada indiferencia: no los alentó, pero tampoco los condenó. Este viernes, los felicitó por su protesta “ordenada” y “pacífica”, pero por primera vez les pidió que ahora se organicen para ejercer una dura oposición a Lula da Silva. “No vamos a creer que el mundo acaba este 1 de enero” con la investidura de Lula, dijo sollozando. “No debemos tirar la toalla ni dejar de hacer oposición (…) Nosotros no queremos un Brasil peor, pero tenemos que respetar nuestra ley y la Constitución. A partir de ahora, toda manifestación [contra el Gobierno de Lula] es bienvenida”, añadió.
Como Donald Trump, Bolsonaro deja el Gobierno convencido de que le han robado el triunfo. Cuando los sondeos lo daban perdedor, el brasileño atacó por “poco transparente” el sistema de urnas electrónicas que la mayor democracia de América Latina usa desde 1996. Ese mismo sistema le dio el triunfo en 2018, sin que nadie dudase de su fiabilidad.
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En Brasilia se espera que el 1 de enero decenas de miles de personas cubran la Explanada de los Ministerios, frente al Congreso y el Palacio Planalto en un circuito diseñado en los años cincuenta por el arquitecto Óscar Niemeyer para ser escenario de grandes celebraciones populares. Pero Bolsonaro no estará siquiera en la capital.
El presidente voló este viernes hacia Florida, Estados Unidos, donde, se supone, curará sus heridas al amparo de su amigo Donald Trump. La confirmación del viaje llegó por las vías oficiales, tras semanas de especulaciones en la prensa. Este viernes, el Diario de la Unión, el boletín oficial del país, publicó una autorización para que cuatro miembros del equipo de Bolsonaro viajen a Miami entre el 1 y el 30 de enero “para realizar la asesoría, la seguridad y el apoyo personal del futuro expresidente de la República” durante su gira internacional. Cuando Lula se proclame presidente, su rival estará a miles de kilómetros de distancia.
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