La policía brasileña investiga si Rusia ha utilizado sistemáticamente su territorio para que sus espías construyan elaboradas identidades falsas con las que encubrir su misión de recabar información sobre el enemigo. El descubrimiento de tres casos de supuestos espías rusos que viajaban por medio planeta presentándose como brasileños ha hecho saltar todas las alarmas en el país latinoamericano. Uno, que fue descubierto por Holanda cuando estaba a punto de entrar como becario en la Corte Penal Internacional, cumple una condena de 15 años en Brasilia por usar documentación falsa; otro fue descubierto en Noruega, donde investigaba en una universidad del círculo polar ártico sobre seguridad, y está acusado allí de espionaje, y un tercero se evaporó de Río de Janeiro en enero sin avisar a su novia local, que emprendió una campaña para localizarle. La policía griega sospecha que el tercero es el marido de una espía que anidó en Grecia.
Las investigaciones policiales, judiciales y periodísticas en varios países encuadran al trío en las filas del GRU, la unidad de inteligencia militar de las Fuerzas Armadas rusas. Esas informaciones permiten también reconstruir parte de la trayectoria de Serguei Cherkasov (encarcelado desde saltó por los aires en La Haya su tapadera como Viktor Muller Ferreira), Mikhail Mikushin (que se presentaba como José Assis Giammaria en la universidad noruega de Tromso) y un ruso de apellido Shmyrev (al que en Río todos conocían como Gerhard Daniel Campos Wittich).
La Policía Federal brasileña ha apuntado dos factores por los que Brasil puede ser especialmente atractivo para que el espionaje internacional lo use como terreno fértil para construir tapaderas. Uno, la facilidad para conseguir documentos falsos; dos, su pasaporte es de los que más puertas abre, permite viajar a 170 países sin visado. Y existe un tercero evidente para cualquiera que ha viajado por distintas zonas de Brasil: la sociedad es tan diversa que hay hombres y mujeres con aspecto de ser rusos, sudafricanos, libaneses, japoneses, españoles, alemanes, polacos… Antes de suceder a su padre, el dictador norcoreano Kim Jong-un viajaba por el mundo con un pasaporte brasileño falso.
Brasil, que ante la guerra de Ucrania mantiene su tradicional neutralidad, ha recibido este lunes al ministro de Exteriores ruso, Serguei Lavrov. Hace meses, Moscú solicitó ante Brasilia en septiembre pasado la extradición del supuesto espía Cherkasov —con el argumento de que es un traficante de drogas—, el traslado está autorizado por los jueces a la espera de que concluyan las pesquisas. Su entrega a Moscú probablemente enfadaría a EEUU, que acaba de acusarlo formalmente de espiar en su territorio mientras estaba matriculado en un master en Washington.
Cherkasov, de 37 años, fue condenado a 15 años de cárcel en Brasil el pasado julio, justo tres meses después de que Holanda lo deportara al descubrir que no era lo que aparentaba, un becario brasileño interesado en las investigaciones que desarrolla el tribunal de La Haya sobre las más graves violaciones de derechos humanos en la guerra de Ucrania. Recientemente, la CPI ha ordenado la detención del presidente ruso, Vladímir Putin, por la deportación ilegal de niños ucranios. Cherkasov está preso en una cárcel de máxima seguridad en Brasilia. Todo indica que durante 12 años se construyó un pasado como Ferreira, nacido cerca de Río y tres años más joven.
A finales de marzo, el Departamento de Justicia de EEUU acusó formalmente a Cherkasov de recabar información en su territorio por encargo de las autoridades rusas. “Cherkasov empezó a actuar como agente ilegal 2012 en Brasil, con el nombre de Ferreira, y se mudó a Estados Unidos en 2018 tras ser admitido para un programa de posgrado en una universidad” de Washington DC, dice el auto, que se refiere a la Johns Hopkins. Con ese bagaje intentó infiltrarse en el tribunal de La Haya.
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Poco después de detenerlo, los brasileños encontraron un móvil, un ordenador, varias memorias electrónicas del sospechoso, que entregaron al FBI, y una carta con la detallada biografía ficticia, cuenta la prensa brasileña. Fue supuestamente la información de esos equipos la que llevó a los investigadores hasta un parque de Cotia, una ciudad cercano a São Paulo, donde tenía, como los espías de las novelas, un escondite con material sensible, aparentemente equipos de comunicación, según la acusación de EEUU citada por Metropoles. Descubrieron así mismo fotos antiguas de él vestido con uniforme militar ruso colgadas en VKontakte, el Facebook ruso.
Mientras estuvo en Brasil, se apuntó a clases de baile, tuvo novia y tenía todo un círculo de apoyo para sus actividades ilegales, incluido un funcionario del consulado ruso llamado Mikhail Gruzdev que le hizo varios pagos, según la policía.
Sostienen los estadounidenses que Cherkasov nació en Kaliningrado en 1985, que llegó a Brasil por primera vez en 2010 y que ya en esa estancia consiguió los documentos falsos que le abrieron la puerta a una nueva identidad: un certificado de nacimiento, un carné de identidad y uno de conducir. Con tiempo, obtuvo un pasaporte y, convertido en brasileño, se fue a estudiar a la capital de EEUU.
Sobre el segundo espía, poco se sabe de su verdadera identidad y bastante más de su tapadera. Vivía en Río y se presentaba como Gerhard Daniel Campos Wittich. Su novía carioca, con la que convivía, lanzó una campaña cuando dejó de enviarle mensajes después de marchar él de viaje de trabajo a Malasia. Se evaporó. Según la reconstrucción realizada por The Guardian, Wittich es un ruso apellidado Shmyrev que, según sospecha la policía griega, estaba casado con otra agente ilegal rusa que se operaba bajo la identidad de Maria Tsalla, artista greco-mexicana.
Shmyrev tenía una empresa que hacia impresiones 3D y llegó a vender un cargamento de llaveros a las Fuerzas Armadas brasileñas.
Poca información ha trascendido también sobre Mikushin , el detenido en Noruega y acusado de recabar inteligencia vinculada a secretos de Estado. Los brasileños han decubierto que se sacó el CPF, el documento de identificación fiscal, imprescindible para navegar la burocracia local, a los 22 años; indicio sospechoso.
Meses antes de la invasión rusa de Ucrania, Mikushin se instaló en Tromso, al norte, en el círculo polar ártico, concretamente en el Centro de Estudios de la Paz de la Universidad homónima, que se dedica a investigar sobre seguridad y conflictos. Una vez Noruega lo acusó de ser un espía, sus conocidos noruegos contaron a The New York Times detalles que hasta el arresto no les llamaron la atención: parecía no hablar portugués, poco decía sobre el objeto de su investigación y, en vez de tener una beca, como el resto de investigadores, se pagaba la estancia de su bolsillo; o, según las autoridades noruegas, del bolsillo de las arcas de Rusia.
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