‘Bronca’ o la ira desencadenada | Televisión

La primera curiosidad de Bronca es la de que todos sus protagonistas son asiáticos, en general, y coreanos afincados en Los Ángeles, en particular, lo que no deja de ser sorprendente. Claro que si se tiene en cuenta que en 2021, solo en Estados Unidos, se produjeron cerca de 2.000 series de ficción y no ficción, se comprende que haya sitio para todo y para todos, minorías étnicas incluidas.

En segundo lugar, cabe señalar que de los 10 capítulos cortos —menos de 30 minutos cada uno—, podrían sobrar cuatro o cinco. Y aquí, suponemos, entran en juego razones económicas y comerciales de las cadenas y plataformas exhibidoras, Netflix en este caso. La trama es sencilla: un ligero incidente en el aparcamiento de un centro comercial entre dos vehículos se convierte paulatinamente en una espiral de venganzas cada vez más disparatadas, en un in crescendo que tiene una explicación: la frustración personal de los dos protagonistas, Danny, un modesto contratista de obras con una molesta tendencia a las chapuzas, y Amy, una propietaria de una tienda de flores que anhela vender, casada con un escultor descerebrado y con un notable complejo de Edipo. Hombre pobre y mujer rica unidos por la desilusión vital y que encuentran en el progresivo furor hacia el otro el atenuante de sus respectivos desengaños.

Tras un primer capítulo esencial para comprender el resto de la trama, los cuatro o cinco siguientes disminuyen en el interés de la misma, un interés que remonta en los últimos cuatro episodios de la serie en los que la ira de los protagonistas bordea lo catastrófico. Quizá el problema no esté en la serie sino en el espectador, ávido de que la acción predomine sobre la reflexión.

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