La anécdota más hilarante que cuenta el periodista y escritor cubano Carlos Manuel Álvarez en su libro Los intrusos, es la siguiente: perseguido por la policía política en La Habana el año pasado, recibe una llamada en su celular que dice: “Carlos Manuel va en un taxi verde por el Malecón”. ¿Cómo?, responde él, si Carlos Manuel soy yo. “¡Ay, cojones!”, cuelga el teléfono el informante, ofuscado por haberse confundido de interlocutor. Puede ser un error inevitable de los que se cometen hoy en día por miles con el uso del móvil, pero revela también el nivel en el que se sitúa la dictadura cubana, o al menos la coloca en el terreno del humor, algo fatal para cualquier régimen que quiera dárselas de eficaz y solemne.
Álvarez (Matanzas, 33 años) intercala en el texto, ganador del premio Anagrama de Crónica, sus reflexiones sobre el castrismo que no cesa y las biografías de los jóvenes artistas y académicos del Movimiento San Isidro, con los que se encerró en noviembre de 2020 en La Habana como respuesta al encarcelamiento del rapero Denis Solís, una iniciativa que dio un nuevo impulso a la disidencia y tuvo coletazos de protestas callejeras nunca vistos en la isla del comandante. La policía acabó por sacarlos de allí y Álvarez fue, semanas después, deportado de Cuba, donde ya se cerraron las puertas para él. Continúa viviendo en su exilio de Nueva York, pero estos días ha presentado el libro en México. A pesar de la represión y las humillaciones del régimen no le hace ascos a la palabra revolución, pero la confía a las mujeres y a los negros, los únicos, dice, que pueden sacar de este atolladero no solo a Cuba, sino al mundo. Teme que el castrismo se despoje un día de sus ropajes dictatoriales sin abandonar la organización social, administrativa y económica tatuada por el régimen en la piel de los cubanos. “Eso es un riesgo”, afirma. Mientras, una nueva generación de jóvenes escritores, raperos, científicos, artistas, que han nacido en la miseria material y política representan hoy la nueva disidencia.
Pregunta. Como se pregunta en el libro, ¿qué clase de disidentes son ustedes, y cuáles son las diferencias con los anteriores?
Respuesta. El Movimiento San Isidro está inscrito en una tradición de resistencia que le permitió tener un grado de importancia y éxito en su gestión cívica y que tiene una propuesta estética y política que cobró magnitud por dos razones: un acceso creciente a Internet en Cuba, que establece redes de comunicación y modos en los que los discursos públicos se mueven por fuera de las intrusiones del Estado y da mayor visibilidad a las injusticias y la represión; por otro lado, es un movimiento independiente con un sustrato popular muy claro, conformado en su corazón por jóvenes artistas, pobres, negros, gente de clases bajas, que son directamente el pulso de la calle. Una organización extremadamente subversiva y muy cambiante, dispuesta a reinventarse: cada vez que le imponían un castigo específico trataba de encontrar la manera de emitir un discurso desde otro lugar.
P. ¿Y eso no pasaba antes, no eran también artistas, intelectuales con distintas voces quienes llevaban la disidencia?
R. Hubo de todo, sí. Estos más bien llegan a coronar un proceso que no se ha interrumpido en los últimos 20 años, desde la Primavera Negra, cuando Fidel Castro encarceló a 75 periodistas independientes y fusiló a tres jóvenes por secuestrar un lancha para irse al estrecho de la Florida. Desde ahí hasta hoy, ese gesto de desobediencia no se ha interrumpido. Esta es la primera propuesta de una generación nacida o educada a partir de los 90 porque el parteaguas en cuba con el derrumbe de la Unión Soviética es fundamental: aunque formalmente el régimen político se sigue manteniendo, la vida social en Cuba cambió drásticamente, apertura al turismo, regreso de parte de la migración, acceso a las divisas. Todo eso genera un estado de cosas que es igual de terrible, pero mucho más abierto que los primeros 30 años de régimen. Estamos formados en una sociedad menos cerrada que quienes nos anteceden.
P. Dice alguien en el libro que el régimen sabe que la creatividad lo funde. ¿Es el elemento clave para ello?
R. Al menos para resistirlo, porque si hay algo que a la máquina totalitaria le interesa es repetir los gestos, colocarnos en una zona de tedio, de sopor, la máquina gana si aburre, pero el individuo tiene que colocarse en un lugar muy propositivo, que atraiga las miradas que lo van a cuidar. Si uno solo pone el cuerpo, sin que haya una propuesta política cambiante al poder, el poder te va a barrer. Si te meten en la cárcel despiertas una ola de solidaridad, pero el décimo quinto día que te encarcelan ya no tiene el mismo impacto.
P. Sin embargo, el Movimiento San Isidro usó en su encierro una herramienta muy antigua, la huelga de hambre. ¿Sirve para algo?
R. Es un ejemplo de cómo hay una respuesta política que se desgastó. Yo creo que recurren a la huelga de hambre porque han sido secuestrados todos los otros espacios de expresión y lo que te queda es tu cuerpo. La huelga de hambre es una expresión de fagotización, te estás comiendo a ti mismo, porque el poder te ha llevado a ese punto. Le arrebatas el cuerpo al poder y le dices, quien se va a aniquilar ahora soy yo, no voy a permitir que me aniquiles tú. Es una gestualidad de muerte. En el acuartelamiento, cuando varios de los colegas seguían la huelga, había una conmoción alrededor de ese avance de la muerte en tiempo real. Sin embargo, se ha recurrido en Cuba en los últimos tiempos de manera tan cotidiana a la huelga de hambre que no sé si ha dejado de importar o de impactar.
P. Otro de los protagonistas del encierro quiere ser fashion y famoso, eso que reprochan en las escuelas a los alumnos, pero aquí se usa como una vía de poder político.
R. Esa expresión demuestra que está equivocada la lectura del aislamiento de Cuba, de que las narrativas no están conectadas con lo que pasa en el resto de Occidente. Yo lo veo como una señal típica de un cambio de discurso que es muy reconocible en cualquier contexto, no solo el cubano. Y en segunda instancia, está esa idea del placer, la fiesta como categoría de la política, como cosa que hay que disputarle al poder. El duelo no solo pasa por la confrontación directa, sino por el modo en que uno habita o propone una forma de vida social, y sin duda esa es una, que va contra toda solemnidad, contra el rigor y la formalidad de lo político en los términos en que el poder los establece.
P. Los protagonistas reales de este libro no solo tienen en común la disidencia política, en su mayoría pertenecen a familias desestructuradas, que vienen de esa pobreza que la revolución quiso combatir. El libro plantea la pregunta: ¿cómo disciplinar a un muchacho que se ha acostumbrado a llevar un celular sin tapa o unas sandalias viejas para ir a la escuela? Ellos no han pasado por la desilusión con que las anteriores generaciones construyeron sus elementos de ruptura.
R. Maykel Osorbo, por ejemplo, que desde pequeño estuvo en centros de reeducación, vaya, prisiones para menores de edad, ¿con qué lo puede amenazar ya el poder, de dónde lo puede desplazar si ya está desplazado de todo, de dónde desterrarlo si ya lo está de antemano? De ahí el título de Los intrusos, son personas que están interviniendo en un lugar donde no eran bienvenidas, la institución de la vida social, del arte, de la política. Entonces, alguien que la mitad de su vida ha estado en prisión casi sin saber por qué, en una espiral que lo criminalizaba o le exigía cometer actos de esa naturaleza, de repente va a prisión por una causa política, la diferencia es casi una ganancia. Es sumamente injusto que siga yendo a la cárcel, pero para él particularmente eso ya no lo puede quebrar, habría que matarlo, básicamente, para que pudiera ejercer sobre él algún castigo, porque ya los sufrió todos.
P. Visto de ese modo, en la medida en que la isla va empobreciendo y reprimiendo a generación tras generación, la propia dictadura se tendría que ir agotando, porque ya no puede disciplinar a esos muchachos. ¿Es el principio del fin?
R. Para mí sí. Hablamos de un Estado que ya no puede acoger a toda la población como un rebaño, bajo su ala, es un Estado incapaz de satisfacer cualquier bien material, un mínimo de estabilidad económica. Es un Estado parasitario y creo que eso la gente lo sabe, acostumbrados durante décadas a vivir bajo la subvención estatal, sin ningún tipo de autonomía individual, a que lo poco o mucho se lo diera una institución pública, que ahora sean exigidos a que produzcan por su propia cuenta… quizá la gente de mi generación lo puede hacer con más soltura, porque todavía no están completamente diseñados por ese orden, pero la generación de mis padres yo creo que no sabría.
P. Y sin embargo, la dictadura persiste con el dictador muerto. ¿Por qué no cae?
R. Pasa con más frecuencia de la que se cree. Inventan o generan un Frankenstein que incluso tiene más poder que los propios tiranos. Hay un momento en que te das cuenta de que si los dictadores quisieran dar un vuelco a aquel engendro que han inventado, ya ni siquiera podrían. Esa ideología y esa casta, esa estructura burocrática, represiva, militar, ya genera su propia organización y funcionamiento incluso independiente del tirano. La forma de leer los totalitarismos pasa por la figura central, por la figura del orden, lo que deciden, lo que no deciden y parece que es todo pura gestión individual o pura arbitrariedad o poder centralizado, pero de repente el dictador termina siendo no sé si víctima, pero sí subordinado al orden estructural que él creo.
P. Esa mirada traslada al pueblo la responsabilidad de que caiga la dictadura. ¿No ha sabido el pueblo derrotar al Frankenstein creado?
R. Yo creo que algo cambió en la subjetividad nacional con la muerte de Fidel Castro. Al otro día no se derrocó al régimen, pero hemos asistido a modos de expresión disidente que antes quizá costaban mucho más por la presencia y el modo en el que todo el país gravitaba alrededor del dictador. Y su muerte como que libera un lugar, dentro del mismo orden político todo parece más flexible o acabable. Pero, sobre todo, para poner un ejemplo directo, mucha gente y nosotros, los que participamos en la historia de este libro, entendimos, aunque no se diga abiertamente, que con la muerte de ese tirano se pierde el consenso que generaba, por convencimiento o a través del terror, se entiende que el castigo que te pueden infligir ahora es más diferido, se lo van a pensar más. Fidel podía todavía capitalizar su nombre, fusilar a tres personas y mantener el sistema articulado. Pero ahora es más difícil que te fusilen de manera impune, porque las consecuencias pueden ser otras y creo que el poder lo sabe, y también quienes protestan. Los que le sucedieron ya no gozan ni remotamente del nivel de crédito que tiene el tirano dentro de su tiranía.
P. ¿Por qué entonces no se ha producido una implosión?
R. No sabría decir por qué, no hay razón de ningún orden para explicarnos por qué todavía sigue en pie ese régimen.
P. ¿Qué culpa puede tener la nostalgia de la izquierda mundial hacia aquella revolución y su complacencia con la dictadura?
R. Sin duda hay una suerte de complicidad histórica por esa sublimación que se hace del régimen cubano por parte de la izquierda occidental en general y el modo tácito en que se condenan los atropellos de la dictadura cubana, cuando se condenan. Acompañan esa injusticia estructural que le permite sobrevivir.
P. Que no pasa con Nicaragua, por ejemplo.
R. Gabriel Boric, el presidente chileno, cada vez que se para en algún acto internacional suele condenar a la dictadura nicaragüense, o la venezolana, pero la madre de estos autoritarismos, que es Cuba, es escasamente mencionada. Y es evidente cómo en términos sentimentales todavía funciona eso para cierta izquierda, que mantiene unos valores abstractos en pie que solo se sustentan con el sacrificio concreto de los cubanos, con cuerpos que están sometidos a la pobreza, la miseria y la represión constantes.
P. ¿Se atrevería a poner una fecha al fin de la dictadura?
R. El fin transcurre, el fin está transcurriendo. Yo creo que no va a venir con un golpe drástico, de un día para otro. El régimen está mutando en sus formas de sobrevivencia, si hace 30 años se podía hablar de un poder netamente estalinista, yo creo que lo que hay en Cuba ahora es un capitalismo de Estado que mantiene la retórica de guerra fría para justificarse, pero los modos de gestión de la economía y demás responden a otro orden. Yo no creo que cuando salgamos del estado de cosas actual vayamos inevitablemente a un lugar más próspero. Me parece lamentablemente, pero el futuro de Cuba está hipotecado.
P. Recuerda a México. Su dictadura perfecta no pasó por una transición y el cambio de régimen fue transcurriendo, de tal modo que hoy todavía mantiene estructuras priistas poco democráticas.
P. La estructura priista, sí. Está el caso de España, que salió bien, pero por ejemplo, el régimen de Pinochet también fue saliendo gradualmente, su poder fue cambiando. Solemos creer que la dictadura es inamovible, que sigue tal cual porque ciertas estructuras se mantienen, pero en Cuba ya estamos lidiando con un régimen que ha tenido inevitablemente que ceder cuotas de poder. Aunque queda esa evidencia terrible de que formalmente podamos terminar con el castrismo y las estructuras política, administrativa, social, económica se mantenga tal cual. Y no lo llamemos castrismo, pero estemos habitando la cápsula castrista con otro no nombre y otras retóricas, siendo lo mismo. Es un riesgo que se corre.
P. ¿En qué ayuda que el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, le otorgue la medalla más ilustre de su país a su homólogo cubano, Miguel Díaz Canel?
R. Es un alimento directo para las derechas latinoamericanas y un descrédito para la renovación de la izquierda del continente, porque Cuba es un cadáver insepulto que hay que enterrar, del que tendrían que desentenderse. Y lo que hacen Andrés Manuel y la izquierda latinoamericana termina generando un complicidad que no permite una propuesta a futuro para la región en general. Creo que América Latina, lamentablemente, todavía carga en sus emociones con esa suerte de patriarca que fue Cuba, y gestos como ese radicalizan más a la oposición cubana. [Esas izquierdas] se siguen haciendo cargo de un régimen que echa por tierra cualquier proposición democrática que pueda venir desde esa ideología. Es muy dañino no solo para Cuba sino para la región. Es un saldo alto el que se paga por gestos de esa naturaleza, tienen un poder simbólico importante, y a la larga, para cualquiera que se reconozca de izquierdas, son injustificables.
P. Usted vive en Nueva York, no en Miami. ¿Hay en ello un mensaje cualitativo sobre cómo se posiciona uno frente a la dictadura castrista y frente al capitalismo?
R. Yo no creo tener la relación más armoniosa con la institución del exilio cubano. Así la llamo, porque el exilio cubano es extremadamente rico y diverso y, sin embargo, me parece que su voz política está secuestrada solo por un sector que capitaliza muy bien, como un negocio, la libertad de Cuba. El modo en que dicen defenderla y la retórica que está implementada, es muy castrista en sus formas. Y esos modos me recuerdan que el castrismo se convirtió en una cultura, en un hábito, en una manera que va contigo, que te sigue acompañando. Que liberarte de esas formas no pasa por alejarse o exiliarse, sino por desaprender y entender qué es lo que significa volverte un sujeto democrático. No me gusta ponerme en la posición del exiliado que le pega a Miami con todo, porque Miami es mi país también. Ahora, eso sí, tengo una disputa muy clara con muchas zonas del exilio, que no me perdonan porque creen que es sacrílego o irrespetuoso el modo en el que a mí me interesa gestionar mi propia condición de exilio. Porque esa institución ya tiene un traje preparado para el deber ser del exiliado cubano. Y esas formas de la obediencia, si no me interesaban en Cuba, no me van a interesar fuera.
P. Es una idea que desarrolla en el libro, esa solidaridad falsa, el queremos ser libres, pero no queremos que el esclavo se libere porque necesitamos esos mártires.
R. Totalmente. Para mí una de las zonas donde falla enormemente el discurso político de parte del exilio es que están pensando a los cubanos en Cuba como carne de cañón, instrumentalizan esas vidas todo el tiempo. Es una de las razones por las que yo no estoy a favor del embargo. Porque el embargo exige sacrificios a cuerpos a los que les han pedido toda su vida que se sacrifiquen. Piensan que las restricciones van a ahogar al régimen, cosa que no se ha demostrado, y simplemente termina repercutiendo en la vida práctica de las personas, pero creen que son justificables porque van a eliminar un mal mayor. Es el mismo discurso del estalinismo: sacrifiquémonos hoy, entreguen sus vidas hoy, porque mañana, en el futuro, vamos a llegar al paraíso, cosa que nunca pasa. El paraíso siempre está un paso más adelante, y el fin de la dictadura siempre está un paso más adelante.
P. Hay quien dice que los avances del Movimiento San Isidro no son tan irreversibles para cambiar el mapa político como usted los considera.
R. Sin duda es cuestionable, pero hay hechos que podrían desmentir eso. Hay un cambio en la subjetividad de la conciencia política del cubano. En julio de 2021 hubo unas protestas multitudinarias, decenas de miles de gentes en las calles a lo largo de todo Cuba, cosa que jamás había pasado, jamás en sesenta años. Y si estas señas las normalizamos, las despreciamos, muy difícilmente vayamos a creer que podemos generar un cambio. Si cuando hacemos algo que nunca antes se hizo creemos que solo porque no tumbamos a la dictadura ese día es un hecho que no cuenta, me parece que no entendemos la lógica acumulativa que tiene que tener este asunto. Hay una ruptura entre ciudadanía y poder, entre la gente y el Estado, que el Estado no ha logrado soldar, ese hueso sigue roto y a la vista de todos.
P. ¿Qué papel está jugando el feminismo en Cuba, qué papel podría desempeñar en el derrocamiento de la dictadura?
R. Fundamental. Es una revolución en todas partes, como lo fue el fin de la esclavitud en su momento. Cada vez está más articulado en Cuba, cada vez es más una fuerza cívica protagónica, afortunadamente, y no solo en Cuba. El feminismo ha sido y tiene que ser una revolución, yo creo que, en los términos más estrictos, la única posible. No sé si hablar de esperanza o confianza, pero si yo tuviera que apostarle mi dinero a alguien para que nos saque de este atolladero, y no solo en Cuba, solo se lo apostaría a las mujeres y a los negros, porque el estado de cosas en el que nos encontramos es culpa de los hombres y de los blancos y no podrá haber realmente una salida democrática para Cuba si lo único que hay es una sustitución patriarcal del poder. Las mujeres son no ya fundamentales, sino quienes tienen que conducirnos.
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