Incorporar al proyecto político a todo aquel que sume en la “reconstrucción” y que sea partícipe del objetivo de “hacer país”. La idea la dio Jordi Pujol en una conferencia que ofreció en Esade Barcelona, en enero de 1975. Casi 48 años después, Pere Aragonès estrenó su gobierno monocolor aludiendo al “inicio de una nueva etapa” y a la voluntad de gobernar para “la Cataluña entera”. Alcanzar la transversalidad, o al menos aparentar perseguirla, tradicionalmente ha sido una estrategia ganadora para los partidos políticos que ambicionan conquistar la Generalitat. Convergència Democràtica de Catalunya (CDC) supo exprimir la fórmula y dominó las elecciones al Parlament sin interrupción desde 1980 hasta 2012. Pero el paso del tiempo, y la losa de la corrupción, encubrió la huella de aquel espacio político. El último capítulo de desdén hacia el alma convergente lo escribieron los militantes de Junts per Catalunya que decidieron abandonar las posiciones de poder en la Generalitat. Con las elecciones municipales a la vuelta de la esquina, se abre una disyuntiva acerca de si en la política catalana queda hueco para una nueva Convergència.
El PDeCAT, uno de los ramales surgidos de Convergència, registró recientemente la marca Espai CiU para tomar posiciones en la contienda electoral. “Si en su día nos mantuvimos en el PDeCAT es porque sabíamos que el proyecto de Junts no representaba lo mismo que Convergència”, manifiesta Marc Solsona, alcalde de Mollerussa (Lleida) y secretario general del PDeCAT. Cuando se fundó en 2016, el partido se presentó como el relevo de Convergència Democràtica. Bajo el paraguas de la marca se cobijaban Artur Mas, Jordi Turull o Carles Puigdemont. Pero el president huido a Bélgica terminó por impulsar Junts per Catalunya y un aluvión de nombres saltaron a la nueva formación del líder independentista. Algunos tardaron más en dar el paso, como Xavier Trias, que no formalizó hasta hace un par de semanas su baja del PDeCAT, coincidiendo con los planes de Junts para promocionarlo a la alcaldía de Barcelona.
“El espacio de Convergència lo vamos a recuperar nosotros, un votante de Convergència se puede sentir perfectamente cómodo dentro de Junts per Catalunya”, afirma David Saldoni, responsable de política municipal de Junts. “Junts reniega del legado convergente”, replica Marc Solsona. “Ha habido un intento de apropiación de lo que representaba CiU, pero nosotros lo reivindicamos sin complejos y tenemos una oportunidad estratégica para hacerlo, porque el país lo necesita”, insiste Solsona.
Los ayuntamientos fueron siempre un fiable caladero de apoyos para Convergència. En 2015, la última vez que la marca CiU concurrió a unas municipales, la coalición ganó casi 450 alcaldías, el 47% de los municipios catalanes. En 2019, Junts per Catalunya acudió a las urnas en alianza con el PDeCAT y se llevaron 370 alcaldías, por delante de las 359 de ERC.
Presentarse como un partido de orden con moderadas inquietudes nacionalistas fue una táctica que dio provechosos resultados a CiU, y que solo flojeaba en el área metropolitana de Barcelona. Ahí, en ese terreno, tiene la mirada puesta Esquerra Republicana. Pese a la gestualidad y a las soflamas de Oriol Junqueras para rechazar al PSC, el partido que gobierna en solitario en la Generalitat ha adoptado una estrategia pragmática que elimina los vetos al PSOE, avalador de la aplicación del artículo 155 en Cataluña, y que apuesta por cerrar acuerdos a conveniencia con otras fuerzas políticas.
“Me cuesta imaginar que militantes de Convergència se sientan cómodos en Esquerra”, afirma Irene Rigau, quien perteneció al consejo nacional de Convergència y se desempeñó como consejera de Educación del Govern de Artur Mas despuyés de serlo de Bienestar Social con Jordi Pujol. “Demasiadas veces Esquerra se ha definido en contra de Convergència”, abunda. “Ahora todo el mundo quiere ser de izquierdas, pero Convergència se situaba en el centro, y el espacio que el partido representaba seguro que existe”, opina Rigau. “Pero no sé como de grande es ese espacio”, concede.
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La politológa Astrid Barrio afirma que el contorno electoral que abarcaba Convergència “sigue vacante”. Lo retrata como un “centro moderado de matriz catalanista” y afirma que Junts se aleja de ese eje porque “presenta muchas confusiones ideológicas”. Barrio, que fue fundadora de la Lliga Democràtica, “un partido catalán de centro”, y que tuvo vínculos con el Centrem de Àngels Chacón, opina que “Convergència i Unió hizo mucho”. Pone de manifiesto que una de las claves del éxito de Convergència fue saberse mover en “la ambigüedad ideológica” y que la suma con Unió funcionó mientras eran partidos “complementarios”. La fórmula se rompió “cuando dejaron de serlo y pasaron a ser contradictorios”.
Barrio pone de relieve que “los referentes ideológicos no desaparecen, pero sí se mitigan”. Constatar como se reparte el poder en el agitado combate político catalán es solo cuestión de tiempo.
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