El retorno de Jordi Pujol a la vida pública a sus 92 años ha sido un aterrizaje suave, balizado desde el año 2020. Poco a poco ha vuelto a tener audiencia en los medios, tras hacer pública confesión, en julio de 2014, de que había mantenido durante tres décadas una fortuna oculta en Andorra. El expresident vive obsesionado por el honor y por cómo pasará a la posteridad. Sus hijos son quienes ahora le llevan la agenda, conciertan entrevistas con viejos conocidos y administran sus apariciones, conscientes de la oportunidad que les da un procés en horas bajas, con un centroderecha diezmado que precisa de una figura icónica.
El ictus que sufrió en septiembre, su progresiva asistencia a actos públicos y las actividades de la llamada policía patriótica en la llamada Operación Cataluña han actuado de elixir épico para atraer tanto a sectores jóvenes del soberanismo como a ese público entrado en años que continúa insobornable, asistiendo a todas las manifestaciones en defensa de la independencia exprés. Los primeros, que acaban de descubrir el pujolismo, se sienten seducidos tanto por el martirio judicial que, en su opinión, padece el expresidente —la Fiscalía pide para él nueve años de prisión— como por su posibilismo, tras la experiencia de un procés que prometió la felicidad instantánea y fracasó. “Mis hijos estaban quemando contenedores hace unos meses. Ahora se sienten fascinados por la figura de Pujol”, asegura un convergente histórico. Para los independentistas que peinan canas, defender al expresident es una exigencia insoslayable en la lucha por mostrar la “represión” y cuan arbitrario es el trato de la justicia española a los políticos soberanistas. “No vamos a volver al gradualismo autonomista del peix al cove [expresión catalana equivalente al “más vale pájaro en mano…” castellano], pero es lamentable el linchamiento al que Pujol, que es una figura indiscutible de la historia de Cataluña, ha sido y está siendo sometido judicialmente”, afirma un veterano independentista.
El expresident se ha prodigado en actos de significación política —como la presentación de la candidatura de Xavier Trias, alcaldable de Junts per Catalunya en Barcelona—, el 90º aniversario del Parlamento catalán o más recientemente una calçotada con la plana mayor de Junts. La tertuliana y periodista Pilar Rahola colgó en las redes sociales la fotografía de los asistentes al banquete de cebollas asadas. Allí, al lado de la diputada Míriam Noguera, se encontraba Artur Mas, expresidente y delfín de Pujol o exconsejeros como Jaume Giró, que no se pierde un acto de Pujol. Todo el independentismo de centroderecha mainstream. La plana mayor de Junts le ha indultado, pero en la foto faltaba ese catalanismo no secesionista que encarnaba Miquel Roca, y sin el que difícilmente podrá restaurarse el espejo roto del nacionalismo de centro catalán que encarnaba CiU. Muchos aspiran a un legado que, en el caso de Junts per Catalunya, tiene su primer ensayo con la candidatura de Xavier Trias a la alcaldía de Barcelona. La fórmula que maneja Trias es captar al electorado conservador con el independentista. Para ello, la bandera estelada debe pasar a un segundo plano, eso sí, bien doblada. Puro pujolismo.
Coincidiría la herencia política del expresident con su resurrección personal. Todo ello comenzó el 12 de enero de 2020. Apareció en el programa de reportajes de TV3 30 minuts hablando sobre la cooperación catalana al desarrollo. El 4 de febrero de ese mismo año, habló en el canal autonómico del documental Mossos, llums i ombres (Mossos, luces y sombras). Al término del programa, un rótulo advertía de que algunos de los entrevistados habían hecho constar su malestar tras conocer que Pujol participaba. A muchos políticos les incomodaba entonces que contara con una tribuna cuando todavía estaba caliente su confesión. Eran primeros tanteos.
Los cosas serias comenzaron en 2021. En junio de aquel año se publicó el libro-entrevista Entre el dolor y la esperanza, en el que el expresident pedía perdón como paso previo a obtener la absolución de los catalanes por haber mantenido oculta la fortuna en Andorra. Pujol no acudió a la presentación “por su avanzada edad y porque no le parecía oportuno exponerse”, según el presidente de Edicions 62, Josep Ramoneda. El libro, escrito por el periodista Vicenç Villatoro y supervisado por el expresident, constituyó la primera aproximación al tema que le ocupa y preocupa: el honor y cómo pasará a la historia. Pujol, según fuentes cercanas, no quedó muy satisfecho de la acogida. No caló entre los jóvenes su excesivo recurso a las virtudes teologales, sazonado con unas dosis de realismo no muy del agrado por entonces del independentismo mainstream de centroderecha. El expresident sugería que, ante la debilidad del movimiento secesionista, había que “estar abiertos a fórmulas no independentistas”.
Luego llegó la nueva versión enriquecida de su cuaderno de cárcel: Dels turons a l’altra banda del riu, escrito en 1961-1962 mientras cumplía condena durante la dictadura franquista en la prisión de Torrero. El texto contenía munición épica, pues se desvelaba que Pujol valoró entonces no pedir indulto al régimen. El sufrimiento patriótico del expresident fue muy apreciado por algunos sectores independentistas.
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El pasado 1 de marzo Pujol presentó La última conversación, libro sobre el último encuentro entre él y el catalanófilo japonés Ko Tazawa poco antes de la muerte de este. La convocatoria tuvo tal éxito que tuvo que buscarse un auditorio con más capacidad. Allí –además de pedir una movilización para evitar que desaparezca el catalán– contó que tiene listo un texto de 130 páginas sobre todos los tipos de honor, el tema que realmente moviliza su escritura. El camino hacia el perdón está cada día más expedito. Y un centroderecha en horas bajas precisa de una figura que combine el pragmatismo con el alma patriótica.
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