Durante cinco meses, al caer la noche, 74 cazadores de luces camparon por las calles de Castelldefels (Barcelona). Nadie los identificó. Pasaron desapercibidos. Estaban perfectamente camuflados. Vestían normal. En realidad eran estudiantes, vecinos o niños. Y no cargaban fusiles, sino móviles. Las cámaras de sus smartphones se convirtieron en las mirillas precisas con las que apuntar a sus objetivos: luces de farolas, escaparates, letreros luminosos…. cualquier luz artificial que ocultara las estrellas. En total, 1.112 disparos. Una cantidad suficiente para sacarles los colores a las luces artificiales de la ciudad y hacer ciencia.
Poner luz a la contaminación lumínica es uno de los objetivos del estudio científico en el que estos colaboradores participaron: el proyecto NightUp. “Es importante saber cuánta luz hay en nuestras ciudades y de qué colores son. Con este proyecto lo que hemos demostrado es el potencial de la ciencia ciudadana para combatir la contaminación lumínica”, sintetiza Gorka Muñoz-Gil, doctor en Fotónica y uno de los autores del proyecto del Instituto de Ciencias Fotónicas (ICFO) de Castelldefels.
La campaña piloto del proyecto se realizó desde noviembre de 2019 hasta marzo de 2020 en Castelldefels. Luego, ya en el otoño de 2020 y el de 2021, se añadieron más datos de otras áreas como las vecinas Prat de Llobregat y Barcelona ciudad. Los voluntarios, como si contaran con un pequeño laboratorio en sus bolsillos, utilizaron una aplicación móvil para ayudar a recopilar información. “El funcionamiento de la aplicación era sencillo. Lo más importante era hacer bien la foto y que se registrara su geolocalización. Nos sorprendió la precisión de las cámaras para captar los diferentes tonos de luz…”, añade Muñoz-Gil. Él diseñó junto a su compañero Alexandre Dauphin y Alejandro Sánchez de Miguel un algoritmo de extracción de color con una precisión casi perfecta. Los resultados se compararon con los de la base de datos del alumbrado público de la ciudad. El Ayuntamiento colaboró en el proyecto y aportó mucha información valiosa.
¿Pero para qué utilizar gente de la calle para mapear la luz de nuestras ciudades si ya existen las imágenes satelitales? Muñoz-Gil responde: “Las imágenes satelitales no se ven tan claras. Un ejemplo: las farolas apuntan hacia abajo, por lo que la luz que registra el satélite suele ser la que se refleja del suelo u otros objetos Los voluntarios pudieron capturar fuentes de luz que también estaban enmascaradas por obstáculos, como las copas de los árboles”, añade el doctor, de 30 años y que hace apenas dos se trasladó a la Universidad de Innsbruck (Austria) para realizar un postdoctorado.
En esta primera fase del proyecto NightUp, los investigadores no entran a valorar tanto la calidad de la luz o si la ciudad está peor o mejor iluminada, sino en demostrar que la colaboración con la ciudadanía en ciencia funciona y, en este caso, brinda información valiosa para extraer parámetros ecológicos. Es la misma filosofía que otras aplicaciones científicas como Mosquito Alert, una aplicación móvil hoy muy utilizada para identificar las zonas con más poblaciones de mosquitos exóticos vectores de enfermedades tropicales.
Federica Beduini, responsable del área de divulgación de ICFO y coordinadora del estudio NightUp, explica que una vez comprobado que el método ciudadano también sirve para, valga la expresión, arrojar luz a la contaminación lumínica, en un futuro podrá expandirse hacia otros usos. Un ejército de cazadores de luces podría ayudar, por ejemplo, a mejorar el alumbrado público en los municipios donde los ayuntamientos no cuentan con suficiente información sobre su alumbrado público. O destapar el comportamiento de determinadas especies en torno a la luz.
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En este sentido, un estudio titulado La iluminación nocturna artificial es generalizada y va en aumento en toda Europa, en el que también había participado el doctor Sánchez De Miguel, ya alertó de los impactos de la luz artificial de colores más azules sobre procesos biológicos de especies o la visibilidad de las estrellas. También, que en demasiadas ocasiones las imágenes satelitales no son capaces de distinguir la cantidad de contaminación lumínica en determinadas zonas.
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