El Internazionale zanjó con autoridad el debate vecinal del último derbi de Milán. El martes, ante un Milan condenado a morder el candado después del repentino 0-2 de la ida, el Inter eliminó a su rival por primera vez en la historia de la máxima competición europea y se convirtió en el primer finalista de la Champions que se decidirá en Estambul el próximo 10 de junio. Será su sexta final desde 1964. Seguramente no marchará como favorito. Pero no cabe duda de que de aquí sale un equipo templado en el viejo arte italiano de la resistencia. La ventaja psicológica será suya.
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Andre Onana, Darmian, Alessandro Bastoni, Acerbi, Mkhitaryan (Brozovic, min. 43), Calhanoglu, Dimarco (Robin Gosens, min. 66), Barella (Gagliardini, min. 84), Denzel Dumfries, Lautaro Martínez (Joaquin Correa, min. 84) y Dzeko (Lukaku, min. 66)
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Mike Maignan, Malick Thiaw (Pierre Kalulu Kyatengwa, min. 63), Davide Calabria, Fikayo Tomori , Theo Hernández, Junior Messias (Alexis Saelemaekers, min. 76), Sandro Tonali, Rade Krunic, Rafael Leao, Brahim Diaz (Divock Origi, min. 76) y Giroud
Goles 1-0 min. 73: Lautaro Martínez.
Árbitro Clément Turpin
Tarjetas amarillas Malick Thiaw (min. 55), Sandro Tonali (min. 78), Rade Krunic (min. 80) y Fikayo Tomori (min. 81)
El Inter llegó con media hora de retraso a San Siro. El bulevar Federico Caprilli, principal vía de acceso al estadio, se atascó de coches y el autobús del equipo, seguido de cientos de hinchas en ciclomotor, encalló como un enjambre en una cañería sin que el batallón de policías que lo escoltaban pudieran hacer nada más que proferir gritos ahogados en sus motos inútiles. Durante unos instantes la elegante Milán, la distinguida metrópoli de la Lombardía, siempre dinámica, aunque no haga falta, se paralizó por amor. Amor por las instituciones, por los recuerdos. Por las expectativas de fútbol, más que por la realidad de un juego que apenas es un vestigio decadente de tiempos más hermosos.
Tanta agitación, tanto fervor por la productividad, tanto Armani, tanto Zegna, tanto Miu-Miu, provocó el efecto rebote. Inmovilismo. Parálisis. Si el Inter llegó tarde a la cancha, el Milan entró tarde al partido. Suele suceder cuando al fútbol se le caen los ornamentos y los futbolistas se quedan solos ante la pelota. Cuando el tamaño de los problemas supera a la capacidad, el espacio se reduce, el tiempo transcurre fugaz, y la hinchada alienta como el pescador que arroja su carnada en la bañera. El Milan tenía que remontar un 0-2 y el primer ataque expuso la clase de epopeya que le esperaba: fue un saque de portería de Maignan, un balón bombeado de 70 metros para que Giroud lo bajara rodeado de seis opositores.
La verdadera dimensión del Milan se manifestó en el hecho de que todo su juego gravitó en torno a Brahim Díaz, muchacho de 23 años cedido por el Madrid, que sin tener su plantilla más espléndida de la década no le encuentra sitio en el banquillo. Ni volante ni delantero, Brahim se movió con libertad, pero en soledad. Eximido de las tareas más amargas de la defensa por el doble pivote estacional que conforman Tonali y Krunic a su espalda, su misión tuvo carácter heroico o absurdo. Le pidieron que buscara fisuras en el hormigón. Ni con una lupa las descubrió. Siempre seguido de cerca por un interior y un central interista, el malagueño buscó asociaciones con gente demasiado pesada para poder llegar a tiempo de ofrecerse para el toque. Messias, por la derecha, es un carromato; Giroud, al frente, es un gigante de tobillos inflamados que mostró evidentes dificultades para desplazarse; y Rafael Leão, por la izquierda, es un Hércules tan cargado que para despegar necesita un kilómetro de pista. Mientras Brahim buscaba combinaciones, sus hostigadores lo envolvieron como a un canelón.
Si el Milan salió al partido a constatar su defunción, el Inter lo hizo para ajustar las marcas. Acerbi adelantó líneas y los diez jugadores de campo subieron a campo contrario a medir las distancias y a familiarizarse con sus pares oponentes. Pasada la auscultación, el Inter se agazapó en su campo prietas las filas. La única ocasión clara del Milan en una hora sobrevino a los 20 minutos, cuando por un accidente en la salida del juego, Tonali aprovechó un carril descubierto y centró al punto de penalti. Brahim debió sentirse perplejo: por una vez descubierto y con la pelota. Su tiro, poco angulado, fue interceptado por Onana. Lo que siguió fue la larga marcha del Milan —ni un disparo más entre los palos— hacia la rendición.
El mejor pagado
Armado por cinco defensas de tomo y lomo y tres interiores vigilantes, nada de carrileros, nada de veleidades, pocas aventuras, el Inter se había hecho fuerte en la comunidad del cerrojo, cuando antes del descanso se reforzó más todavía. Sucedió que Mkhitaryan se lesionó y fue sustituido por Brozovic. El croata, que sufre contracturas musculares desde que se agotó en la Copa del Mundo, vive al límite de la rotura fibrilar. Pero no por nada es el hombre mejor pagado de la plantilla. Su ingreso en el campo tuvo un efecto devastador para los remontadores. Su omnipresencia, su sentido de la administración, su dedicado deambular pidiendo la pelota en todas partes, brindó a sus compañeros la certeza de que cada uno haría en tiempo y forma lo que mandaba el libreto del partido. Al ritmo de sus pases, el Milan se convirtió en un grupo de peregrinos sin destino.
El gol de Lautaro, tras un intercambio con Lukaku en el área de penalti, descubrió la inoperancia de los centrales del Milan para anticiparse y proporcionar firmeza. A falta de esperanzas, los errores de Thiaw y Tomori, consolidaron la eliminación para dicha de la hinchada negra y azul, que hizo temblar los hierros de San Siro a base de botar.
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